Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








sábado, 5 de septiembre de 2009

NAVEGAR HACIA Y CON LOS POBRES





somos trashumantes de la historia
somos artesanos de memorias
y está lleno de rostros nuestro amor
está lleno de sangre…
soy esta tierra, soy esta gente
soy mi memoria y soy esta historia
-Raly Barrionuevo-

“Navega lago adentro y echa las redes para pescar”, le dice Jesús a Pedro, según lo narrado por Lucas. Jesús terminaba hablar con la gente que se había reunido a la orilla de lago de Genesaret. Él se encontraba arriba de una de las dos barcas, según nos relata el texto.
He pensado en esa barca. Siempre me gustan los relatos ligados al mar, al agua, a los naufragios. Pienso en “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway, en “Relato de un náufrago” de Gabriel García Márquez, o la maravillosa descripción de Jorge Amado en “Mar muerto” y la bella canción interpretada por el grupo mexicano Maná titulada: “En el muelle de San Blas” donde se habla de un amor que fue truncado por el mar.
Vuelvo a la barca sencilla, humilde que mañana tras mañana, antes que el sol besara las costas de ese tranquilo lago se echaba a andar en busca del alimento que posibilitara el sustento diario para esos pescadores.
Barca con sus precariedades y pocas comodidades. Pan y vino seguro que eran de la partida. No puedo dejar de pensar que quizás estaban mateando –imaginación telúrica nomás- en esas noches cerradas mientras esperaban que las redes se llenaran de peces.
Barca sometida a las inclemencias del tiempo. Lluvia, calor, frío y vientos eran parte de su paisaje. Redes, canastos, aparejos, herramientas de trabajo también estaban allí para ser usadas en la labor cotidiana o bien ante las emergencias que surgieran.
Barca cuyas maderas nos atestiguan las palabras, las confesiones, las alegrías de las fiestas, de los nacimientos; y los llantos, las dudas, los temores, las tristezas de las despedidas, de la opresión y de la muerte en cada uno de los pescadores.
Barca que era una prolongación de esas casas que formaban los poblados donde vivían el resto del día cuando estaban en tierra firme.
Pienso en esa barca, la asocio a la figura de la iglesia, y me surgen preguntas: ¿seguimos en esa barca o la cambiamos por un transatlántico? ¿Estamos encima de esa barca pobre y débil, frágil? O bien ¿estamos en el buque donde cada uno pernota en su camarote, aislado junto a nuestros salvavidas personales?. ¿Preferimos el buque que esta al mando de un capitán lejano e inaccesible, allí en su puesto de mando y rodeado de subalternos?.
O bien ¿queremos la barca que nos permite depender uno del otro, estar cercanos, mirarnos a los ojos, trabajar codo a codo y espalda con espalda, escucharnos, sentirnos?
La barca nos permite estar cerca, compartir el afecto y encontrarnos.
La barca que ante los tropiezos, las vicisitudes del tiempo nos lleva a tener que arremangarnos, tirar para un lado o para el otro, transformar cada palabra, cada gesto en una oración que genera nuestra espíritu de comunidad.
Podría continuar con las preguntas, con las imágenes, pero aquí hago una parada en el puerto de mi vida y me digo: ¿Qué podría rescatar de esa barca de Pedro para la labor en los encuentros de catequesis y en lo cotidiano?.
La imaginación una gran aliada. Pienso por un momento en las seguridades que no da un buque de gran porte, lo que hemos llamados transatlántico. Visualicemos: materiales, ruidos, personajes.
Ahora vamos a pensar usando la misma metodología en la pequeña barca. Materiales, herramientas, ruidos, formas, personas.
Ojalá podamos tener la experiencia aunque sea por un momento de estar sentados o parados en esa barca.
Olas, gaviotas, viento que pega en nuestro rostro, sol, algunas nubes y peces van conformando el paisaje.
Junto a nosotros están aquellos que nos encontramos día a día: niños, jóvenes y adultos.
Somos parte de esa barca que navega lago adentro. La realidad cambia día a día.
Simón Pedro le dice “Maestro, trabajamos toda la noche y no sacamos nada”. Pero lo mismo echó las redes. Lo que sucedía hace un rato no es lo mismo que sucede ahora o que lo que vendrá después. La realidad cambia.
La barca nos proporciona una serie de herramientas que las vamos utilizando y adaptando con el transcurrir de los tiempos.
Navega hacia dentro. Hacia nuestro interior, bebamos en el pozo de nuestra creencia, de nuestra fe, de nuestra espiritualidad. Navegar hacia dentro de nuestra comunidad, limitada quizás, pero que en el diálogo, en el encuentro, en el compartir, en el disentir con sana pluralidad nos permite seguir y crecer como personas, como parte de la humanidad que trasciende hacia lo finito-infinito.
Navegar hacia el interior de los chicos y chicas con los cuales compartimos horas, palabras, gestos, enojos y alegrías. Cuanto nos pueden decir, aportar, sugerir para ensanchar nuestro espíritu en el camino de la y hacia Trascendencia.
Navegar hacia adentro de los adultos, con sus cansancios, con sus utopías, con sus protestas, sus silencios. Cuánto pueden aportar para construir las redes que permitan hacer el trabajo más liviano, más cercano a la realidad, más tangible a lo que realmente está sucediendo.
Amigo/a, compañera/o, catequista/o en los albores de un nuevo siglo los que habitamos de la tierra parece que nos quedamos sin buenas noticias. La violencia parece ser una constante de todos los colectivos sociales. La fragmentación de las sociedades un hecho irremediable. Panorama sombrío y oscuro. Todo está afectado: economía, sociedad, política, religión, educación, medios de comunicación, ecología. El hombre ha muerto.
Nosotros somos parte de una iglesia que debiera recorrer el camino del hombre, sin embargo cerramos las compuertas, nos abroquelamos detrás de palabras seguras, gestos conocidos, liturgias preconcebidas –repetidas casi mágicamente-, estamos en la seguridad del gran buque. La tormenta que arrecia no nos mueve, estamos salvados. Qué suerte.
Sin embargo creo que debemos ser parte de esa barca pequeña y rescatar desde ese lugar algunas herramientas que nos pueden acompañar en nuestra vida junto a los otros.
La violencia se puede transformar, la fragmentaciones se puede revertir. El Hombre puede resucitar.
Pienso que navegar es salir al encuentro de alguien, del otro.
Echar las redes, es involucrarse con los otros sujetos, con sus anhelos, sus deseos, con sus problemas, con su vida.
Navegar es confiar en la riqueza de lo que se puede encontrar, de lo nuevo, de lo desconocido, quizás al regreso no seamos lo mismo que cuando salimos. Nos transformamos, nos transfiguramos, resucitamos.
Echar las redes es escuchar y vibrar con la fe del otro, es gozar de las riquezas de sus palabras y de sus gestos.
Navegar es llevar abrazos, afectos, pero también es encontrarlos y dejarse llevar por ellos.
Echar las redes es buscar ser comunidad, es encontrarla, reconfigurarla, amarla, desearla, servirla y vivirla.
Navegar es escuchar esa pregunta que resuena desde el inicio de la humanidad: ¿Dónde esta tu hermano?.
Echar las redes es encontrar a ese hermano y esa hermana, tejerse en la trama del otro y de la otra, hacerse red con sus alegrías y tristezas, con sus carencias y sus riquezas.
Navegar es búsqueda, es echar las redes en la realidad.
Navegar en encontrar a los pobres, es ver que el hambre es un crimen, que el tener pobres es un escándalo para nuestras conciencias y nuestros corazones. No comulgo con las cifras ni las estadísticas. Los pobres son sujetos.
Comulgo con los pobres concretos de carne y hueso, con sus sueños, sus enfermedades, su hambre, sus dolores, sus esperanzas, sus desánimos, sus luchas y sus fragilidades expuestas desde tiempos inmemoriales. Digo con Neruda: “sube a nacer conmigo hermano”.
Nuestros hermanas y nuestras hermanos están desnudos, hambrientos, sedientos, presos, reprimidos, desocupados, analfabetos, sin oportunidades, sin identidad, violentados, usurpados, marginados, fusilados, desaparecidos, olvidados… si a veces hasta parece que no están…
¿Nos atreveremos a navegar hacia ellos? ¿Echaremos las redes en esos lagos cotidianos?.

Sergio Dalbessio.