Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








martes, 21 de enero de 2014

SÍ, HAY PENAS Y MUCHOS OLVIDOS –




Creo que en Argentina hay todavía muchas penas y demasiados olvidos. El escritor Osvaldo Soriano escribió un libro que ningún argentino debería dejar de leer: “No habrá más penas ni olvido”, frase tomada del tango de Gardel y Le Pera: “Mi Buenos Aires querido”.

Las penas y los olvidos no son fantasmas. Son llevados en las mentes y en los cuerpos por personas concretas de carne y hueso. Hoy seguimos cargando, a 36 años del último golpe militar, muchas penas y tantos olvidos que  no nos permiten crecer como personas y como sociedad.
En estos días ha llegado a mis manos un documento  editado por Cristianisme i Justicia y propiciado por la fundación ALBOAN (es una ONG promovida por la Compañía de Jesús en Euzkadi) titulado “LA RECONCILIACIÓN.  Más allá de la Justicia”, el cual he leído con profundo respeto y diría que casi en un clima de oración por las palabras escritas.

Se inicia el escrito con el testimonio de Carmen Hernández, viuda de Jesús María Pedrosa, concejal del PP en Durango y asesinado por ETA el 4 de junio de 2000. Carmen va narrando desde que su marido le comunicó que iba a presentarse como candidato a Concejal, el inicio de su labor luego de ser elegido, las amenazas que comenzaron a sufrir y el comportamiento de vecinos, amigos y conocidos a medida que dichas amenazas iban aumentando hasta que se concretizaron en el atentado que acabó con la vida de su esposo.

Dice hacia el final de su exposición: “Es muy difícil perdonar (sobre todo sin que te lo pidan), pero me es necesario hacerlo. El perdón no es una obligación, no es el olvido, no es una expresión de superioridad moral ni es una renuncia al derecho. El perdón es un acto liberador. Perdonar es ir más allá de la justicia. Esforzarnos en plantear el perdón, en proponerlo y hablar de él es invitar a ser cada vez más persona. La reconciliación me parece bastante increíble.Yo opino que siempre hay que tender una mano e intentar ayudar. Pero, ¿cómo hacer comprender lo fundamental a personas que odian? Por ejemplo, que el derecho a la vida es el primer punto a tener en cuenta dentro del respeto a los Derechos Humanos”.
 
Sigue diciendo Carmen: “Creo que es difícil avanzar mientras la violencia persiste, pero también creo que hay que ahondar esfuerzos y seguir. Pienso que los grupos sociales, colectivos, etc. Tienen que seguir trabajando sin desfallecer. Todos tienen mucho que aportar.”
 
Ella, que es víctima de la violencia irracional, insiste en que “las víctimas o colectivos de víctimas tienen un papel importante en el proceso de reconciliación, ya que de alguna manera son protagonistas en esta historia, aunque hoy día las cosas estén crispadas”. Culminando con un ruego que nos debe hacer reflexionar: “A mí, particularmente, me gustaría que esta pesadilla terminara y que las personas pudiésemos convivir en paz y libertad, dentro de la pluralidad que hoy en día se da en este país, ya que pienso que lejos de distanciarnos debería enriquecernos”.
Ante el testimonio ofrecido, cada uno de los presentes fueron expresando sus reacciones a lo escuchado:
“Surge en mí un silencio respetuoso por lo que se estaba transmitiendo y una sensación profunda de tocar tierra sagrada ante la que me queda descalzarme y contemplar con mucha reverencia” (Juanjo Etxceberria)
“No sólo en que Mari Carmen ha visto romperse su familia. También influyen los obstáculos para el perdón que se ponen a una persona que ha sido víctima del terrorismo: se siente a contra-corriente de lo que se pide de ella, es decir, que no perdone, que sólo acepte una reconciliación en términos de victoria-derrota. Si las directrices políticas son de confrontación, entonces los altavoces mediáticos serán ofrecidos a las víctimas que prefirieron dejarse llevar por el odio, se les llamará valientes, luchadores,  en cambio quienes verdaderamente mantienen una lucha interna contra el odio, serán llamados ambiguos, tibios, poco comprometidos”. (Borja Agirre)


Dice Miguel González: “no he podido evitar acordarme del llamamiento que suele hacer Jon Sobrino a los habitantes del mundo rico: despierten ya de su sueño profundo de inhumanidad. ¿Por qué estamos impermeabilizados a un sufrimiento tan  cercano? ¿Qué anestesias –ideológicas, culturales, mediáticas…- nos mantienen en un universo indoloro? ¿Qué orejeras nos impiden desviar nuestra mirada hacia algunos rincones oscuros de nuestra realidad transidos de dolor y también de solidaridad y esperanza?
 
El teólogo José Arregi expresa: “Vayamos de funeral en funeral y de tregua en trampa hasta que alguna generación menos estúpida que la nuestra diga adiós a las armas y se siente a una mesa” y sigue “Mari Carmen, tú eres la alternativa a tanta reivindicación intolerante, a tanta inconsciencia instalada, a tanto autoritarismo intransigente, a tanta estupidez de signo opuesto. Tu dolor y tu paz nos indican el camino. 
 
Tú nos haces sentir como realidad palpable las intuiciones y las ideas más bellas que nos ocupan en nuestro seminario de ALBOAN:
  • que la reconciliación es posible y que empieza por las víctimas;
  • que la reconciliación requiere un perdón y que perdonar no significa olvidar sino curar la memoria en la víctima y que gracias a ello también en el victimario;
  • que la reconciliación es un don de Dios, pero que nos viene siempre a través de quienes se sienten acompañados y consolados y sanados por Dios en todas sus heridas”.
Aquí sobre la mesa del encuentro dejo estas palabras que nos pueden ayudar a pensar y reflexionar en la situación de Argentina y de tantos otros países que han sufrido atentados, muertes, desapariciones y que buscan superar esas situaciones dolorosas, sanar sus heridas y recomponer el tejido social dañado.

Para la segunda entrega dejamos las interesantes y profundas reflexiones que nos aportan como síntesis todos los integrantes del seminario.                                           

jueves, 16 de enero de 2014

¿YA NO HAY FORMAS DE PEDIR PERDÓN?



¿Cómo voy a lograr que aún me quieras?
¿Cómo lograr que quieras escuchar?
Cuando este fuego me desvela
Pero despierto solo una vez más
¿cómo lograr verte de nuevo?
¿Cómo he de recobrar tu corazón?
¿Cómo aceptar que todo ha muerto
Y ya no hay forma de pedir perdón?
Qué mal, qué mal,
Esta absurda y triste historia
Que se pone cada vez peor
Qué mal, qué mal,
¿Por qué ni puedo hablarte?
Temo que es así,
Que ya no hay forma de pedir perdón
¿Cómo lograr que aún me quieras?
¿Cómo lograr que quieras escuchar?
Cuando este fuego me desvela…
¿Qué es lo que voy a hacer?
¿Qué es lo que voy a hacer
Si ya no hay forma de pedir perdón?
Ya No Hay Forma de Pedir Perdón - (Pedro Aznar)

“Cuenta la historia que un oso estuvo a punto de ser asaltado y devorado por un temible león, pero un hombre que llevaba una escopeta tuvo tiempo de disparar y así ahuyentar al felino y salvarle la vida al oso. El animal estaba tan agradecido que seguía como un perro fiel al hombre por dondequiera que iba. El hombre tenía sueño y se echó a dormir debajo de un árbol. Entones unas avispas comenzaron a revolotear por encima de su cabeza. El agradecido oso trató de dispersarlas dando manotazos en el aire; pero las avispas no desaparecían y seguía intentando aproximase al rostro del durmiente.
Entonces el oso, sumamente irritado por la actitud de los insectos, tomó una gran roca y la arrojó contra ellos. La roca no rozó a ninguna avispa, pero fue a estrellarse contra la cabeza del hombre”.


En enero de este año rendíamos un justo homenaje a Monseñor Zazpe y celebrábamos sus palabras y gestos en pos de la reconciliación en pleno auge de la dictadura militar en Argentina.
Por eso ahora queremos ofrecerles en estas nuevas entregas: las homilías emitidas por radio en el año 1978 y que llevan como título Valores de la Reconciliación.

Transcribimos algunos párrafos de dicha alocución:

“Los espíritus no tienen todavía suficiente serenidad para una evaluación objetiva de los hechos pasados –demasiados recientes– y muchos menos para descubrir posibles caminos de un reencuentro nacional. Sin embargo, la Iglesia tiene precedentes para arriesgarse a una reflexión sobre un tema tan espinoso.

Durante el Concilio Vaticano II, el episcopado polaco firmó una carta colectiva al episcopado alemán, proponiendo una reconciliación profunda de las dos naciones, que tenían en su haber millones de muertos.
El gobierno de Polonia no disimuló su disgusto por la actitud del episcopado y tuvo frases muy duras para los obispos: ¿Cómo perdonar a una Nación que había avasallado los más elementales derechos del pueblo polaco? ¿Cómo olvidar los muertos en las batallas y sobre todo en los campos de concentración?
¿Cómo reconciliarse con una Nación que había hecho de los crematorios un rutinario expediente de su prepotente victoria?

“…es evidente la necesidad de una recreación de las relaciones ciudadanas, a través de una reconciliación interior, acompañada por generosas y vigorosas medidas políticas”.
Por otra parte el actual momento de la vida nacional, parece propicio para afrontar con decisión un programa de reconciliación.
Analizando el decenio pasado, podemos decir que la Nación arrastra una cuota de violencia que generó una sensación casi general de inseguridad, miedo, abatimiento y hasta desesperanza. Los argentinos no habríamos imaginado nunca la posibilidad de los hechos vividos. Ni la historia de la Nación, ni nuestra idiosincrasia colectiva podían preludiar la muerte violenta de argentinos, causada por argentinos y lo que resulta trágico en un país cristiano: la muerte de cristianos, causadas por otros cristianos.
¿Es posible intentar la reconciliación? Es posible, es urgente, es condición indispensable, pero sobre todo es la gran esperanza”

Justamente estaba escribiendo este artículo cuando leí en el diario la siguiente historia sobre el doctor Izzeldin Abuelaish, que perdió a sus tres hijas en un ataque israelí, sin embargo trabaja por la paz. Me permito reproducir el  artículo escrito por Daniel Vittar. Tiene claridad en la exposición de la tragedia, el dolor y el cambiar ese odio para trabajar por la paz .
“Mi vida es una tragedia, nací y me crié en un campo de refugiados”, la primera. “Toda mi vida sufrí, fui oprimido, humillado, intimidado, demolieron mi casa”, sigue. “Como palestino luché para sobrevivir, sólo para poder vivir, sin estar seguro sobre el mañana”, otra. Luego se detiene, piensa, y resume: “La gente esperaba que odiara, es verdad, a lo mejor tengo el derecho a odiar, pero tenemos la opción de elegir entre odiar y no odiar”.
Abuelaish creció hacinado en el campo de refugiados Jabalia, donde había ido a parar su familia desarraigada. Sólo con su voluntad a cuesta lo dejó un día para estudiar medicina en El Cairo. Después se especializó en ginecología y obstetricia en universidades israelíes, italianas y británicas. Trabajó en hospitales de Israel, curando y ayudando a nacer a chicos israelíes y árabes. Formó una familia numerosa, de ocho hijos. Cuando la vida comenzaba a compensarlo, cuando desde la Universidad canadiense de Toronto lo contrataban para dar clases de medicina, todo se desmoronó. Entre diciembre de 2008 y enero de 2009 Israel lanzó la Operación Plomo Fundido sobre Gaza, destinada a destruir la infraestructura militar de Hamas. La ofensiva por tierra, aire y mar fue brutal, y las principales víctimas fueron civiles. “Yo estaba en mi casa con mis hijas el sábado 27 de diciembre, preparando las cosas para irme de vuelta al día siguiente al hospital israelí, cuando se cerraron todos las fronteras y cercaron la Franja de Gaza. Así que me quedé allí hasta el 16 de enero de 2009 a las 16.45, cuando ocurrió el bombardeo”, relata con precisión brutal, y se calla. El espacio en blanco lo llena la historia: una bomba cayó sobre la habitación en la que se encontraban sus hijos y una sobrina.

Bessan, Aya y Mayar murieron despedazadas por el estallido. Abuelaish, conmocionado, dejó las hijas muertas y se llevó a los heridos al hospital donde trabajaba. Llamó a un amigo periodista que trabajaba en un canal de Tel Aviv para contar lo que estaba pasando y pedir que detuvieran el ataque. El periodista puso el altavoz al aire. “Allí se escucharon mi llanto y mis gritos”, cuenta, conteniendo el recuerdo. El prestigio de Abuelaish y la presión de los amigos llegaron a las autoridades israelíes. El ataque se detuvo.

“Sentí bronca, enojo, pero la vida me enseñó a seguir adelante. Recuerdo a mis hijas y siento que hablo con ellas, me dan energía. El odio no sirve porque cuando empezás a odiar a alguien, te volvés ciego, no sabés que hacer, es un veneno, perdés el control”, dice el médico palestino. Y sigue: “Mis hijas nunca odiaron, si quiero hacer justicia por ellas, tengo que mandarles bendiciones y oraciones, que sepan que ellas son recordadas, que estoy difundiendo su mensaje”.

La tragedia y el dolor convirtieron a Abuelaish en un activista por la paz, en un defensor de la reconciliación. En su boca, los reclamos suenan diferentes: “Los palestinos –explica– están sedientos, hambrientos de paz, pero ¿qué es paz? Paz es vida, no sólo una palabra abstracta.
Paz es libertad, justicia. La paz es algo que disfrutamos, tocamos, vivimos.
Nadie nace violento, ni se enseña a ser violento, la violencia es creada. No hay que culpar al otro por ser violento, esa es una forma de esquivar la responsabilidad. Cuando hablamos de paz con alguien que desea paz es doloroso, como si habláramos de comida con alguien que está hambriento. La paz no es buena sólo para los palestinos, es para todos”, argumenta. “Para poder celebrar la libertad en el mundo hay que celebrar la libertad de los palestinos, de su opresión, y también la libertad de los israelíes de su miedo y de su arrogancia”.

Abuelaish ahora vive en Toronto, con el resto de su familia.
Para ahuyentar fantasmas escribió un libro que tituló “No voy a odiar”. “No es un mensaje para culpar a alguien, es un mensaje para que la gente sepa la verdad y que piensen qué se puede hacer para marcar la diferencia”, dice, gesticulando con sus manos que dan vida”
Qué mensaje! en memoria de sus hijas trabaja por la justicia, la libertad, la paz,  decide no odiar y transformar ese dolor en perdón. Palabras y gestos.

Pero quiero volver sobre la Argentina. Hoy en el país, las diferentes formas que adquiere la violencia parecen ser moneda corriente de cambio. Una pelea por temas futbolísticos se dirime con una muerte del contrario. Una disputa matrimonial culmina en la violencia con la muerte de uno de los congéneres o de ambos. Una venganza termina con el asesinato de un niño o una niña. Peleas por el poder, por dinero, por espacios en la política llevan a descalificar, ignorar y hasta inventar falsas historias sobre aquel que no piensa igual que nosotros. Violencia física, hechos de sangre, violencia de palabras. La venganza, el odio, el rencor parece un mal que poco a poco va carcomiendo a los corazones de los argentinos y las argentinas. Nadie levanta la vista para mirar los ojos del otro. Nadie deja de hablar para escuchar las palabras de los otros. Nadie aquieta su corazón para escuchar los latidos del corazón del otro.

Entre las situaciones descriptas hay una que me llama poderosamente la atención. En una recorrida por el país y dialogando con expertos hombres de diversas iglesias –de diferentes confesiones – laicos, teólogos, biblistas y pastores, no he visto en ninguno de ellos asomar el tema de la reconciliación y el perdón en sus escritos o vocabulario. Al indagar, muchos de ellos dicen que no es el momento para hablar de esos temas; otros ensayan una salida, que es  el tiempo de la justicia que ha llegado tarde, más adelante se verá el tema de reconciliar y perdonar; y otros siguen recitando el estribillo: ni olvido ni perdón. Entonces vuelvo a pensar en esa frase de Monseñor Zazpe “lo que resulta trágico en un país cristiano: la muerte de cristianos, causadas por otros cristianos”. Ya será que los cristianos superamos tan rápidamente el tema del  perdón y de la reconciliación que no los vemos necesarios para un país que hace décadas se viene desangrando y abriendo cada vez que puede las heridas del pasado.

¿Podrán estos eximios y buenos hombres de la fe detenerse ante su conciencia, poner su corazón sobre el Evangelio, ver los gestos y las palabras de Jesús de Nazaret y obrar de la misma manera?
Hoy los veo –con el debido respeto que se merecen –actuar como el oso de nuestro cuento. No puedo dejar de sentir tristeza y compasión por ellos.

Hay otras personas menos doctas, pero en lo cotidiano, con su simplicidad, con escasos o nulos recursos apuestan a buscar y caminar los senderos del perdón y la reconciliación.


Ojalá que el Espíritu que sopla cuando y donde quiere pueda tocarnos a todos para hacer caminos que nos permitan transitar las huellas de perdonar y ser perdonados, de reconciliar-se y reconciliar-nos.
La esperanza –a pesar que todo diga lo contrario– nunca se pierde, y mejor mantener encendida una pequeña luz de vela entre los hombres que iluminar con grandes reflectores que ciegan la vista.

Cerrando estas palabras quiero dejar la reflexión que encontré al pie del cuento del oso y el cazador:
“La ira es una de las emociones más enraizadas en la mente no solo del oso de nuestra historia, sino en la de muchos seres humanos, provocando desdicha propia y ajena. Nada constructivo puede surgir a la sombra de la ira, que provoca incluso perjuicios insospechados”.
Sergio Dalbessio.

Textos utilizados para esta reflexión:
Habla el Arzobispo, Tomo I, Vol. 2, 1975-1979 – Arquidiócesis de Santa Fe, 2006.
Cuentos Himalayos  Ramiro Calle Editorial Sirio, s.a., España, 1999.
Artículo escrito por Daniel Vittar en Clarín digital, edición del día sábado 26 de mayo de 2012. Puede leerse en www.clarin.com.ar