Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








jueves, 15 de mayo de 2014

Cuestión de justicia y no de libre contribución

Generalmente en el blog no van artículos de otras personas, pero en este tiempo me ha parecido oportuno publicar el artículo que a continuación los lectores tienen a su disposición con el fin de volver a generar conciencia y debate sobre un tema que en tiempo de crisis vuelve a aparecer como son las retribuciones de aquellos que ejercemos el ministerio de la catequesis en diversos ámbitos, en especial escolares y parroquiales.
También el tema conocido como "extra-programáticos" abarca a otros docentes de diversas materias y que participan en el proceso de aprendizaje-enseñanza como cualquier docente y tienen diferencias sustanciales -sueldo, licencias, etc- en un sentido de total injustica que no respeta "a igual trabajo, igual remuneración".


 
Los catequistas y la retribución económica  
Cuestión de justicia y no de libre contribución
  
Autor: Juan Pablo Gasme


Estamos transitando tiempos de reacomodación económica, donde los distintos grupos de trabajadores tratan de ajustar cada vez más su situación a los nuevos indicadores económicos. La crisis internacional (y sus efectos en nuestro país sumados a los problemas locales) hace imprescindible activar los mecanismos que permitan a todos vivir dignamente este momento de la historia. En los medios de comunicación y en la conciencia social, se va instalando como uno de los temas prioritarios la cuestión salarial: en Argentina el costo de vida va cambiando y llegar a fin de mes es cada vez más complicado. En un primer vistazo, puede parecer que esta situación tiene poca relación con la catequesis y con los catequistas, tal vez porque no se ha considerado seriamente el tema de la retribución económica. Nos parece que es tiempo de hacer planteos más serios sobre el asunto...  

 Aproximándonos al tema
No se trata de una problemática exclusivamente “económica”, sino que se relaciona, por un lado, con una perspectiva pastoral (ya que se pone en juego la calidad del trabajo catequístico), y, por otro, con una cuestión de justicia (en lo referente a la responsabilidad de
la comunidad sobre el catequista, ya sea parroquial o escolar).
La remuneración de los catequistas parece ser un tema tapado por algunos supuestos; o, peor, por el olvido de la condición laical de la
mayoría de las personas que llevan adelante esta tarea de educar en la fe. Al parecer, no existen muchos documentos que aborden la cuestión específicamente, y los que se refieren a ella de manera indirecta no parecen muy difundidos. Hemos encontrado algunos que mencionan el tema. De ellos utilizaremos, para estas reflexiones, los criterios que nos pueden ofrecer algunas pistas sobre el asunto.
Es importante enmarcar estos planteos en el nuevo contexto social y pastoral. Podemos destacar: un proceso de cambio de época, con grandes transformaciones culturales (Marcelo González), la crisis del sistema catequístico (Emilio Alberich) y la apremiante nueva evangelización (Juan Pablo II, Benedicto XVI) que se propone la comunidad eclesial. Se pueden vislumbrar las nuevas exigencias que la tarea de la catequesis presenta a los varones y a las mujeres que le dedican su tiempo. Algunas exigencias que resultan de ésta: la necesidad de formación continua y de actualización, la permanente reflexión sobre la cultura de los destinatarios, la exigencia de mejor preparación de las propuestas, una espiritualidad más profunda y encarnada, más trabajo de planificación en equipo... En síntesis, mayor eficacia y calidad en la tarea de educar en la fe.
La mayoría de los catequistas son laicos. Y, en este punto, es necesario recordar lo específico de la vocación laical: su presencia en el mundo. Por la mayor toma de conciencia de la importancia de esta vocación (y por la crisis de agentes pastorales consagrados), afloran los movimientos apostólicos laicales y su compromiso eclesial en diversos ministerios y servicios dentro de la Iglesia. “Pero es en el mundo donde el laico encuentra su campo específico de acción. Por el testimonio de su vida, por su palabra oportuna y por su acción concreta, el laico tiene la responsabilidad de ordenar las realidades temporales para ponerlas al servicio de la instauración del Reino de Dios. En el vasto y complicado mundo de las realidades temporales, algunas exigen especial atención de los laicos: la familia, la educación, las comunicaciones sociales. Entre estas realidades temporales no se puede dejar de subrayar con especial énfasis la actividad política...” (Documento de Puebla, 789-791).
Es necesario recordar que los laicos encuentran el sustento económico en la tarea que realizan por su oficio o profesión, y que las actuales condiciones de “flexibilización y precarización laboral”, que el sistema neoliberal ha generado de manera estructural, hacen este propósito (sostenerse materialmente) cada vez más difícil. En este contexto es que creemos más urgente plantear una reflexión acerca de la retribución económica de los catequistas que dedican gran parte de su tiempo (o su tiempo completo) a la catequesis... Pensamos también en aquellos que llevan adelante esa tarea vocacional y profesionalmente: nos referimos también a los docentes catequistas escolares.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos afirmaba en 1993, en la Guía para los Catequistas –haciendo referencia a los catequistas remunerados por la Iglesia, en particular los que tienen una familia a su cargo–, que la cuestión crucial es la proporción entre lo que reciben y las exigencias de la vida. Podríamos plantearlo de otra manera diciendo que hay una desproporción entre lo que se recibe (si es que se recibe algo) y las exigencias de la vida. Esto tiene algunas consecuencias.
A muchos catequistas se les hace imprescindible desempeñar otros trabajos para completar los ingresos y sostener los gastos mínimos de la vida cotidiana, por lo cual destinan poco tiempo a la catequesis, dejándola como actividad secundaria: de esta manera, la tarea suele realizarse con poca preparación, apuro y, a veces, con improvisación. En síntesis, se abandona el objetivo primero de responder a las nuevas exigencias de la situación de crisis catequística y se enfrentan ineficazmente sus desafíos.  

Dos imaginarios
Existen muchos imaginarios y exageraciones, entre los cuales señalaremos dos que terminan siendo contraproducentes para la finalidad de la catequesis y no permiten pensar adecuadamente la cuestión económica: - “La catequesis es un apostolado”. Si bien es cierto que debe haber una motivación vocacional y un impulso apostólico, puede que esta consideración pese como un “deber” que clericalice al laico y pierda de vista las demás exigencias de su vida. No es difícil encontrar personas que, después de sobrellevar mucho tiempo una situación de agotamiento pastoral y por las demandas naturales de las tareas personales, terminen por abandonar la catequesis y “desentenderse” de todo compromiso evangelizador. - “La catequesis es cuestión de buena voluntad”. Detrás de esta absolutización, puede esconderse cierto espiritualismo que desconoce el carácter educativo de la catequesis y olvida la necesidad de la formación permanente de los catequistas (en las tres dimensiones del ser, el saber y el saber-hacer del catequista). Para este tipo de pensamiento, no es prioritaria la capacitación ni la actualización permanente, de lo cual se sigue la poca importancia dada a la búsqueda de los medios económicos necesarios para llevarlas a cabo. Una posible consecuencia es la de sostener procesos técnicamente inadecuados e ineficaces, que ayudan poco a crear comunidades de fe más maduras y adultas. Con respecto a la necesidad de formación, se afirma en el decreto Ad Gentes que “hay que tener reuniones o cursos en tiempos determinados, en los que los catequistas se renueven en la ciencia y en las artes convenientes para su ministerio y se nutra y robustezca su vida espiritual. Además, hay que procurar a quienes se entregan por entero a esta obra una condición de vida decente y la seguridad social por medio de una justa remuneración” (CONCILIO VATICANO II, Ad gentes, 17). Si bien se expresa principalmente para las “tierras de misión”, es válido considerar esos criterios para otras situaciones. O, mejor, podríamos considerar a toda la Iglesia en estado de misión.   Algunas consecuencias

La catequesis se ve afectada por, entre otras cuestiones, no atender adecuadamente la cuestión económica. Podemos mencionar que: - Queda comprometido el número y la calidad de los catequistas, ya que no todas las personas que quieren y sienten el llamado a realizar esta tarea pueden abandonar sus trabajos para dedicarse a ella; y las personas más capacitadas prefieren trabajos mejor remunerados. - Es difícil garantizar el compromiso y la estabilidad de los catequistas, porque resulta necesario desempeñar otros oficios para completar los ingresos. Resulta muy triste ver cómo muchos alumnos de seminarios o profesorados deben dejar sus estudios, debido a las dificultades para costearse los viáticos o responder a otras exigencias personales. - Hay pocos avances en la formación permanente, porque muchos catequistas no disponen del tiempo o del dinero para participar de seminarios o cursos. - Se nota una desvalorización del catequista en algunos ámbitos (como el escolar), ya que la consideración del trabajo se aprecia por lo que retribuye y se corre el riesgo de considerar a los catequistas trabajadores de inferior categoría, generando malestar en la tarea y desconociendo el carácter educativo que tiene.  
¿Y en la escuela qué?
Es posible distinguir entre la situación de los catequistas parroquiales y los escolares. Algunos piensan que en la escuela está resuelta la cuestión económica de los catequistas, ya que suponen que las regulaciones legales garantizan condiciones laborales justas. Un ejemplo de lo antedicho lo encontramos en un párrafo de la citada Guía para los Catequistas: “Se reconoce unánimemente que la cuestión económica es uno de los obstáculos más serios para poder contar con un número suficiente de catequistas. Ese problema no se plantea, desde luego, con los maestros de religión en las escuelas oficiales, ya que estos reciben el sueldo del Estado” (CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Guía para los Catequistas, Roma 1993, 31; el subrayado es nuestro). Podríamos decir que esta afirmación es demasiado general o desconoce las particularidades de algunos países, como es el caso de Argentina. No siempre la legalidad ha garantizado la equidad... En nuestro país, no está generalizada la incorporación de la enseñanza religiosa como espacio programático escolar, por lo cual (en ciertas regiones) la propuesta es extraprogramática, llamándose catequesis. Los docentes extraprogramáticos (catequistas en nuestro caso) han quedado desfasados salarialmente respecto de los profesores de otras materias, ya que se rigen por leyes distintas a sus compañeros y no tienen organizado un frente gremial propio que impulse mejoras y actualizaciones que se correspondan con la actual situación económica y con la tarea que se les confía. Remitimos, por ejemplo, a la Ley 13.047 que rige a los docentes extraprogramáticos en la provincia de Buenos Aires, con una clara desigualdad con el resto de los docentes, aún con los últimos aumentos.
Por otra parte, no faltan casos en que la práctica catequística se confunde o se superpone con tareas pastorales, sin distinguirlas o tenerlas en cuenta al momento de evaluar con justicia la remuneración. Podríamos decir, jugando con las palabras, que se da una parroquialización de la catequesis escolar, ya que se considera no tanto profesional, sino apostólicamente la tarea, con consecuencias en la retribución y en la expectativa que se genera sobre ella.
Además, destacamos el desgaste y el cansancio de los catequistas, la poca disponibilidad de tiempo y de recursos para la actualización/formación, y el peligro de caer en contradicciones entre “el mensaje proclamado” y el “mensaje vivido” en la comunidad educativa: en algunas parecería más preocupante la ortodoxia que la ortopraxis.


 

¿Y quién se encarga del tema?
En principio, podríamos decir que toda la comunidad, ya que es la que requiere de la catequesis para educar en la fe a sus miembros; y, dentro de ella, las personas a las cuales se les encomienda la misión y la tarea de organizarla, animarla y fortalecerla (obispos, sacerdotes, religiosos, coordinadores laicos, etc.).
En la exhortación apostólica Catechesi tradendae, Juan Pablo II se dirige a los obispos diciéndoles: “Vuestro cometido principal consistirá en suscitar y mantener en vuestras Iglesias una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, de los medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios. Tened la seguridad de que, si funciona bien la catequesis en las Iglesias locales, todo el resto resulta más fácil” (JUAN PABLO II, Catechesi tradendae, 63). Y la Guía para los Catequistas afirma, en relación con los sacerdotes, que “especialmente los párrocos, como educadores en la fe y colaboradores inmediatos del Obispo, tienen un cometido inmediato e insustituible en la promoción del catequista. Si como pastores deben reconocer, promover y coordinar los distintos carismas en el interior de la comunidad, de manera especial deberán seguir a los catequistas que comparten su trabajo de anunciar la Buena Nueva. Han de considerarlos y aceptarlos como personas responsables del ministerio que se les ha confiado y no como meros ejecutores de programas preestablecidos. Promuevan su dinamismo y creatividad y eduquen a las comunidades para que asuman su responsabilidad en la catequesis y acojan a los catequistas, colaboren con ellos y los sostengan económicamente, teniendo en cuenta si tienen a su cargo una familia” (CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Guía para los Catequistas, 35). Los planteos son claros.
No conocemos textos que definan con precisión las responsabilidades en las comunidades educativas. El sentido común indica que quienes están a cargo de animar y gestionar la escuela tienen el desafío de dar respuesta a este tema y encontrar caminos de diálogo y reflexión creativa para llegar a propuestas de solución justas.  

Unas palabras para terminar (o para empezar a ocuparnos del tema)
Para terminar y a modo de síntesis (pero sin intención de cerrar el tema), nos hacemos eco de algunas propuestas –criterios o acciones concretas– para avanzar juntos. - La retribución del catequista es una cuestión de justicia y no de libre contribución. Los catequistas, de dedicación plena o parcial, deben ser retribuidos según normas precisas, establecidas a nivel de la diócesis y de la parroquia, teniendo en cuenta los recursos económicos de la Iglesia particular, de la situación personal y familiar del catequista, en el contexto económico general, reservando especial atención a los catequistas enfermos, inválidos y ancianos. - En el caso de los catequistas escolares, puede ser interesante la creación de espacios de diálogo y reflexión con los responsables de la administración de las instituciones, para encontrar mecanismos de ajuste y equiparación, de acuerdo al contexto económico, en una actitud superadora del marco legal, si es que el caso lo demandara. - Los presupuestos de las diócesis y de las parroquias deberían destinar a la acción catequística una cuota proporcionada de los ingresos, siguiendo el criterio de dar la prioridad a los gastos de la formación. Es importante que los fieles tomen conciencia y se hagan cargo del mantenimiento de los catequistas, sobre todo cuando se trata del animador de su comunidad local (en el caso de comunidades que no son atendidas regularmente por un sacerdote). - Sería también interesante remarcar la necesidad de la adecuada formación y actualización de los catequistas, como una cuestión prioritaria, ya que la calidad de las personas que desempeñan tareas pastorales y catequísticas tiene prioridad respecto de las estructuras. Dicho de otra manera, que los presupuestos destinados a la catequesis no se destinen a otros fines ni se reduzcan. - Se deberían buscar modos de colaboración económica y sostenimiento para los centros de catequistas, favoreciendo el acceso a becas para aquellos catequistas que lo necesiten. - Al mismo tiempo, será importante promover y multiplicar los catequistas voluntarios, que se comprometan a una cooperación a tiempo limitado (y establecido claramente), con regularidad, pero sin una verdadera remuneración porque tienen ya otro empleo fijo. En este sentido, es necesario educar a la comunidad para considerar la vocación del catequista como un servicio a la Palabra, más que como un empleo de vida, aunque corresponda retribuir a algunos por las razones mencionadas en el artículo.


Terminamos citando al texto inspirador de estas reflexiones, cuando dice: “En resumen, el problema económico exige una solución a partir de la Iglesia local. Todas las otras iniciativas son una buena contribución y han de potenciarse, pero la solución radical hay que buscarla localmente, especialmente con una acertada administración, que respete las prioridades apostólicas, y educando a la comunidad a dar la debida contribución económica.” (CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Guía para los catequistas, 31-32).
El tema recién está planteado. Ojalá se pueda profundizar y actuar en consecuencia...