Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








martes, 17 de mayo de 2016

LOS LIBROS SI MUERDEN…




El dicho que los libros no muerden no es verdad. Sí muerden y te lo voy a demostrar en este texto que narra mi experiencia personal con esos seres llenos de vida que son los libros.

En mi casa familiar no había ninguna biblioteca. Así que mis primeras lecturas fueron escuchar a otros que narraban diversas historias de la vida. Todas las tardes mi mamá escuchaba radioteatros. Programas de media hora que recreaban historias diversas. Ese fue mi primer acercamiento a la literatura. Recuerdo el que llevaba por nombre “Hormiga Negra el gaucho que no tenía que morir”. Los hermanos Jaime y Oscar Kloner (1) y  Alfonso Amigo (2) eran de aquellas compañías de actores que iban pueblo por pueblo para poner en escenas capítulos de aquello que la gente escuchaba en sus enormes radios. Casi siempre estaban en el centro de un aparador de la cocina o en una mesita que era adornada por alguna carpeta tejida por la nona en el living de de la casa.




Varias veces esas compañías sufrieron actos de violencia, porque el gaucho le pegaba a la mujer y alguno que no sabía que era teatro, creía que en le estaba pegando de verdad y subía al escenario para detenerlo o enfrentarlo. Esto pasó varias veces en los pueblos y no es un mito.

El televisor era un lujo para pocos y nosotros no estábamos entre esos. Faltaba un tiempo para que el aparato del cual aparecían personajes en blanco y negro llegara a nuestra casa.

El diario local La Voz de San Justo, fue una fuente de lectura inicial. Aprendí a leer desde las noticias necrológicas (quiénes habían decidido partir de este mundo), luego pasaba a la última hoja para informarme de los deportes y volvía a las páginas centrales del matutino para leer algunas noticias locales relevantes. Con el tiempo y el crecimiento de pasar de la niñez a la adolescencia fui comenzando por la tapa del diario y páginas subsiguientes dónde estaba la realidad nacional e internacional. En algún tiempo soñé con ser periodista e iba escribiendo y pegando en una carpeta todas las notas de un conflicto que hubo en San Nicolás, Buenos Aires,  con los trabajadores de Acindar.

Mi padrino compraba revistas como Fabián Leyes y El Huinca ambas de Enrique Rapela, narraciones gauchescas en forma de historieta. Así que también las fui atesorando en mis lecturas, junto a otras  historietas y la infaltable revista deportiva Goles de la cual queda en mi memoria la excelente “volada” de  Mario Agustín Cejas –de Racing– atajándole el penal a Aníbal  “Conejo” Tarabini –de Independiente–. Todo era en blanco y negro. 
Paradójicamente recuerdo una revista dedicada a temas rurales de la cual quede impresionado por una foto de un nene pequeño con una panza enorme, ahí supe de la existencia de Biafra (un país africano que ya no existe, duro tres años con grandes guerras y hambrunas,  fue una escisión de la actual Nigeria) y que esa panza era hinchada y por falta de comida, o sea tomé conciencia de que había hambre en el mundo. No conocía el hambre.
Luego vinieron los libros del colegio, los clásicos de historia, los manuales y todo aquello que debíamos tener para estudiar año tras año. Platero y yo de Juan Ramón Giménez, los libros de historia de Bustinza y José L.  Cosmelli Ibáñez, los de anatomía y fisiología de Dos Santos Lara y los Manualgraf de Editorial Gram.

Iba a la biblioteca del colegio, sacaba un libro y lo leía. Recuerdo que una vez un hermano marista se alegró de ver un alumno en la biblioteca –parece que también esa en esa época mucho no se leía– y se lo comentó a la bibliotecaria. Ella le contestó que eran libros pequeños, seguramente habré puesto alguna cara con cierto enojo o rabia. El Hermano la habrá visto y ante el desaliento de la bibliotecaria, él estimuló y felicitó mi lectura. Pienso que quizás le molestaba a ella que la sacara de la comodidad de su silla pidiéndole diversos libros. El hermano era un auténtico educador.

Luego llegó el televisor, algunas series como El Zorro, Bonanza, El hombre del Rifle, novelas como las de Migre y algunos capítulos de Cosa Juzgada. Tiempo después, ya dejando la adolescencia, vinieron otros libros, otras historias y una comprensión más certera de las palabras y las diversas historias allí contadas.

Ya en la universidad vinieron libros de filosofía y teología. Mysterium Salutis, Mircea Eliade con su Mito y Realidad,  y tantos otros textos y apuntes que había que estudiar, una lectura obligatoria pero que también fue necesaria para  formarme. Buscaba siempre frecuentar o ir a leer a la biblioteca de la faculta de teología que está en la calle José Cubas –en Villa Devoto–, era un lugar sumamente tranquilo y lleno de espíritu y misterio, por lo menos para mí. Una tarde entro y me arrodillo, hago la señal de la cruz y veo que todos me miran, pensé que había entrado en un templo, pero había entrado a la biblioteca, por eso creo que las bibliotecas son un lugar sagrado, un territorio donde los libros despliegan su magia y su encantamiento.

Poco a poco fui haciendo una biblioteca personal. Se pobló de varios libros cuando una compañera en mis años de trabajador bancario iba a tirar libros de editorial Losada que no quería más y me lo comentó. Fuimos con mi esposa y mi hermano y en diversas bolsas cargamos los libros desde Almagro hasta Villa Devoto. Todavía los tengo. Eran libros de filosofía, religión, economía y de varios otros temas.

Con el advenimiento de la democracia fuimos a la Feria Internacional del Libro (debo confesar que solamente fui dos veces a esta feria, me molesta en sobremanera que la gente me empuje, aunque en sí valoro que dicha feria también ha abierto la posibilidad de que mucha gente se inicie  en la lectura). Ahí vendían El Evangelio de Solentiname de Ernesto Cardenal. Con mi esposa juntamos las monedas, hicimos cuentas si llegábamos a fin de mes y compramos los cuatro tomos de dicho libro.

Un clásico en las vacaciones de julio fue llevar a nuestros hijos a la Feria Infantil del Libro. Ellos se divertían y compraban sus libros. Los tres de diversas maneras leen y tienen sus lecturas. El querido Negro Fontanarrosa nos firmó un autógrafo y nos dedicó unos dibujos. Conocimos varios autores más en esas recorridas por los libros infanto-juveniles.


Cuando fui maestro de grado por unos años, tenía el área de Lengua, así que aproveché que los chicos se contactaran con el diario. Historia de poetas, tangueros, y de la vida cotidiana eran los materiales que nos introducían en el mundo a través de la literatura. En esa época Página 12, fundada por Jorge E. Lanata tenía muy buenas plumas, muy destacadas. Escritores como Osvaldo Soriano, Osvaldo Bayer, Miguel Briante entre otros. Llevaba libros y todo un material dedicado a los derechos humanos que se podía usar y estudiar con los alumnos.


Luego ya dedicado a la catequesis y comenzando a trabajar en el Instituto Santa Cruz conocí a quien sería mi brújula literaria, al Señor Pedro Luis Armano. Pedro era un gran y sabio lector. Un excelente y exquisito escritor, tanto en el periodismo como en la literatura. 

Poco a poco, Pedro observó mis deseos de progresar en la lectura, detectó mis falencias, carencias y lejos de señalarlas, tuvo esa impronta docente de llenarlas de lectura, de palabras, de textos, de respeto.
Fue guiándome sigilosamente por los diversos escritores. Sus artículos de La Nación, con el nombre escrito en el extremo derecho en lápiz, eran infaltables los lunes o miércoles de cada semana, junto a revistas de política y literatura. 

Con los libros comenzó con la autobiografía de Mario Vargas Llosa –que me regaló y luego comentamos–, siguió con Carlos Fuentes, Antonio Tabucchi, Tomas Eloy Martínez, “La insoportable levedad del ser”  y “La Broma” de Milan Kundera, Gunter Grass, Umberto Ecco –un libro que ninguno de los dos pudimos avanzar más allá del segundo capítulo fue Baudolino-, Manuel Vicent, Arturo Pérez Reverte, Jorge Fernández Díaz, Martin Caparros y tantos otros que se fueron sumando con los años.
Después de un tiempo donde fuimos creciendo en la amistad pasé a tener esa contraseña que supe usaba con sus amigos más dilectos –no muchos– de regalar un libro para el cumpleaños. Tanteaba que libros me gustaban o bien que le parecía a él que podía leer y me lo regalaba, lo mismo hacia yo. Siempre hago memoria celebrativa del libro “Adán en Edén” de Carlos Fuentes que me regaló para mi cumpleaños. Fue la única vez que estuve y almorcé en su casa, y le lleve de regalo el libro “El paisaje de la nubes” de Roberto Arlt.

Esa vez fue la última postal en que vi al maestro que me ha guiado con paciencia por el vasto territorio de la literatura. Me enseñó como un gran rabdomante a darme cuenta que los libros si muerden. Me fui haciendo un exquisito de las palabras. Pedro era un sommelier de los libros, los sabía elegir y degustar con un paladar exigente. Nos ha quedado en el tintero de la literatura tantos comentarios de diversas lecturas y en especial proyectos no concretados de escritura. Pudimos escribir un libro de Educación, desde diversas concepciones pudimos demostrar que se puede elaborar algo juntos; él nos dejó ese libro fruto de sus artículos, premios y experiencia que se llama Miss Elánea.


En el último tiempo un cierto cansancio físico, del que me estoy recobrando, me fue alejando de la lectura sistemática. Ahora vamos recomenzando nuevamente. El e-book ya forma parte de mí de vida, aunque sigo con los libros llenos de hojas y tinta.
La biblioteca personal no tiene una sola ideología, postura o forma de ver la vida. Es eclética, va de derecha a izquierda, de lo alto a lo bajo. No concibo una sola mirada sobre la vida. No creo solo en blancos y  negros. Hay muchas miradas, una paleta de colores y los grises son tonos muy lindos a la vista.

Pedro me dejó parte de sus libros, que hoy honran mi biblioteca, mi suegro también me fue dejando libros, algunos de un valor histórico, que también se atesoran y son parte importante de la vida. Los libros dialogan entre sí. Intercambian ideas. Debaten. Los libros son vida.

Los libros si muerden, porque cambian nuestra forma de pensar, de mirar al mundo, de hacer introspección en la sociedad. Los libros muerden nuestras conciencia y nuestro corazón. Una vez que leemos un libro ya no somos los mismos que lo iniciamos.
Los libros nos muerden para que seamos mejores personas, que tengamos misericordia y compasión, que abramos la inteligencia a nuevos mundos. Los libros nos comunican vida y misterio. Nadie que lea puede decir “soy el mismo, no cambié”. 

Por eso creo y siento que los libros sí muerden, pero son para que abramos nuestro interior a otras posibilidades de tener esperanza, mejorar nuestra humanidad y vivir el amor intensamente. Por eso creo que muchos queman bibliotecas, porque saben que los libros son peligrosos y otros tantos seguimos multiplicando los libros y las lecturas, para que el corazón de la humanidad no se reseque, sino que se recree constantemente. Mientras haya libros –en el formato que sea– tendremos asegurada la vida sobre la tierra.

Sergio Dalbessio

1.   Artículo sobre el radioteatro. http://www.cadena3.com/contenido/2009/09/13/37994.asp