Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








lunes, 15 de abril de 2019



MÁRTIRES RIOJANOS
Dentro de unos días se llevará a cabo la beatificación de los llamados “mártires riojanos” por ocurrir su muerte martirial en la provincia de La Rioja, República Argentina. Los actos y la gran variedad de eventos sociales que se vienen llevando a cabo desde hace un tiempo, tanto de las organizaciones eclesiales como otras no ligadas a lo estrictamente eclesial, culminarán con la celebración litúrgica, epicentro que los elevará a los altares con el nombre de beatos, pudiéndose rendirles culto oficialmente.
Deseo reflexionar sobre algunos puntos que fueron surgiendo en estos años sobre el tema de nuestros mártires y santos vernáculos. La palabra “reflexión”nos permite confrontar –estar de acuerdo o disentir- con otras ideas, pensamientos y posturas enriqueciendo lo que se masculla con el cerebro y el corazón. Parto de la palabra mártir: “Es el testigo. O sea la persona que muere o padece por defender opiniones ideas o creencias religiosas” dice el diccionario de la RAE. Deducimos y sabemos que los cuatro mártires –en diferentes circunstancias y formas- sufrieron muerte violenta por anunciar a Jesús, dar testimonio de él, ser fieles a la Iglesia. Sus opciones y acciones los llevaron a que otras personas se ensañarán con ellos y les dieran muerte.

El reduccionismo religioso nos ha llevado a pensar a muchos que lo más emblemático es la frase “Con un oído en el pueblo y el otro en Evangelio” frase expresada por Monseñor Angelelli. Digo la palabra “reduccionismo” en el sentido de perder de vista la vida las opciones y acciones, las palabras y los gestos de las personas que no buscaron el martirio sino que se encontraron con esa muerte violenta –aunque podían presentirla y sentirla y hasta recibir amenazas constantes- por fidelidad a Dios y a su Palabra.
He querido reparar, además de lo ocurrido en La Rioja, en dos martirios que de diversa manera he sentido cercanos.
El primero es el de los cuatro Hermanos Maristas asesinados en el año 1996 en lo que se conoce como la masacre de Ruanda y Zaire. Hermanos religiosos que trabajaban enseñando y alentando la vida en un campo de refugiados. Ellos encontraron allí la muerte violenta por ser fieles al Evangelio. El diario personal del hermano Miguel Ángel Isla, encontrado entre restos de sangre y el desorden realizado por los asesinos, sirve de base para un excelente libro que recomiendo: El silencio de Dios –diario de un misionero mártir- de Santiago Martín, donde se narra la historia de ellos, su servicio, su mensaje y su decisión de no abandonar el lugar.El hermano Julio –español, uno de ellos- que se podría haber quedado a vivir en España dijo antes de su partida “Sé que podría haberme quedado en España, sé que no soy un héroe pero siento que tengo que ser consciente con lo que Dios me pide en estos momentos”. El 31 de octubre de 1996 cerca de las 20 horas los cuatro fueron asesinados.

Mártires de la fe, su martirio fue la consecuencia de ser profetas en un campo de refugiado. Las organizaciones internacionales en ese campo hacían lo que podían o miraban a veces hacia el costado.Ellos tenían claros indicios de que eran perseguidos pero su opción fue quedarse. El mártir tiene un pensamiento y una acción y esto trae aparejada una consecuencia porque molesta e interpela a otros. Sus palabras y gestos son un aguijón que se clava en la conciencia y el corazón de aquellos que lucran con la vida humana. Su sangre derramada riega las semillas que crecen generando nuevas vidas.
Otro martirio ocurrido en Argelia, en marzo de mil novecientos noventa y seis, donde siete monjes del Monasterio Nuestra Señora de Atlas, Tibhirine luego de ser secuestrados por un grupo islámico –que se adjudicó la autoría- fueron asesinados.
Su trabajo con la comunidad era intenso, comprometido y ejemplar. Pudieron irse del lugar, lo rezaron y lo dialogaron y luego después de un tiempo -a pesar de las amenazas y de los hechos concretos de violencia que sufrieron- decidieron quedarse con su gente. Expresaba el superior Christian de Chergé “Orante en medio de un pueblo de Orantes”.
Vemos religiosos, educadores en un campo de refugiados y otros religiosos, monjes orantes, viviendo en un barrio y asistiendo a sus hermanos que profesan el Islam, ambos comprometidos con su realidad y sufriendo el martirio.
En el entierro de Gabriel y Carlos decía el obispo Angelelli “¡Sacúdelos por dentro, jSeñor! ¡Que la sangre de Gabriel y de Carlos los golpee en el corazón y la mente, para que se conviertan a Dios, sean buenos hombres, buenos hijos de Dios y buenos hermanos con sus hermanos! Este es el mejor regalo que les podemos hacer, y se lo hacemos en nombre de la diócesis: a los que instigaron y a los que ejecutaron las muertes de nuestros queridísimos Gabriel y Carlos” (Homilía del Obispo Angellelli del 22 de julio de 1976 en el entierro de Gabriel y Carlos. Mensajes de Monseñor Angelelli, Pastor y Profeta).
Es bueno y necesario leer las homilías y escritos del mártir Angelelli. En ellas alienta a las comunidades a vivir fraternalmente, denuncia las injusticias pero por sobre todo es fiel a su ministerio de obispo que lo ve ligado a la Iglesia loca y universal. Predica la Palabra de Dios, no su palabra. Por eso digo al principio reduccionismo, ya que creo que muchas personas –quiero creer bien intencionadas- levantan frases estereotipadas o bien son frutos de un álbum inconcluso. Palabras y hechos que solamente generan confusión y pareciese que los mártires fueron motivados más por opciones ideológicas o políticas partidarias y no por la fe, generando lo que se llama vulgarmente “llevar agua para mi molino”.
No puedo dejar de pensar que el martirio ocurre en un tiempo histórico determinado, atravesado por las circunstancias políticas, sociales, económicas, religiosas, etc., que sucedieron en ese espacio territorial. Por eso he querido poner en sintonía a estos tres martirios que ocurrieron en tiempos y lugares diferentes, pero que tenían un denominador común que era la fidelidad a Dios en el servicio a los hermanos cercanos, más allá de las creencias o increencias que cada pudiera profesar.
En el caso concreto el martirio de los cuatro sucedió entre el 18 de julio y el 4 de agosto del año 1976, imperando en nuestro país lo que se ha denominado “Proceso de Reorganización Nacional” o también “la última dictadura militar” que los argentinos vivimos con las consecuencias conocidas y padecidas por todos sus habitantes.
Aunque la fotografía martirial está en ese tiempo espacial no podemos dejar de analizar los tiempos precedentes, el espiral de violencia –que nunca sabremos su inicio pero que podemos decir desde que Caín mató a Abel- se fue gestando hasta llegar a asestar golpes de muerte y dolor sobre mujeres y hombres de nuestra patria. Pienso en la gran labor realizador por Monseñor Carmelo Quiaquinta en la búsqueda de la verdad sobre el asesinato de los mártires riojanos. La cantidad de viajes, entrevistas, charlas y las cajas, carpetas y papeles acumulados en su habitación allí en el Seminario Metropolitano de la calle José Cubas. El encargo del entonces Cardenal Bergoglio lo cumplió con la meticulosidad de un artesano a quién le interesaba llegar la verdad. Estaba preparando los seminarios sobre los mártires, además de comprometerse a alentar y estimular el perdón y la reconciliación entre los argentinos cuando la  Pascua de su vida lo sorprendió.
En diversos momentos de nuestra historia he visto que muchos se quieren “apropiar” y hasta veces “distorsionar” el verdadero y profundo sentido del martirio. Esta apropiación y distorsión es tanto para los que profesamos la fe dentro de la Iglesia Católica y para aquellos que hacen un uso ideológico y partidario de los mismos.
Ojalá que podamos ir a las fuentes de los escritos y testimonios para no aventurar conjeturas e interpretar de manera errónea la vida, los gestos, las actitudes, las palabras de los que siendo fieles al Evangelio pagaron con su propia vida la coherencia y el amor a la Iglesia. El camino de la Iglesia es recorrer el camino del ser humano, ellos podemos decir que captaron el mensaje del Maestro Jesús.
Los deseos de Jesús y de los seguidores, hablando en este escrito de los mártires, no fue ser venerados, sino que podamos tomar conciencia de las injusticias que vivimos a diario y podamos realizar un cambio que nos incluya a todos. Por eso sentí gozo y esperanza cuando hablando con un amigo sacerdote sobre el libro “Los mártires riojanos, esperanza para la Argentina contemporánea” de Pablo N. Pastrone me dijo: “Creo que pudo rescatar y ahondar en la espiritualidad de los mártires, es un libro para orar el martirio”.
Que la Iglesia Argentina toda pueda estar a la altura de los mártires. Que su sangre sea riego para la búsqueda de consensos, justicia, misericordia, perdón, reconciliación, fraternidad y fidelidad al Evangelio.

Sergio Dalbessio.