Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








sábado, 29 de agosto de 2020

HACIENDO MEMORIA II -

Crecí sin derrochar
logré abrazar, el mundo todo
y más, mil sueños más,
viví a mi modo...

Dolor lo conocí
y recibí compensaciones
seguí sin vacilar
logré vencer las decepciones...
Mi plan jamás falló
y me mostró mil y un recodos
y más, sí mucho más,
viví a mi modo...

Cuando me vine a Buenos aires me regalaron –mis compañeros catequistas de la Consolata- el ritual de los Sacramentos con esta frase y sus firmas: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me envió a consolar a los que están afligidos” Isaías 61, 1-3ª.

Esa mañana calurosa y de desasosiego del 23 de enero de 1980, con 17 años junto a una valija marrón, un bolso verde “diportto”, al P. José Auletta I.M.C. y los entonces seminaristas Rubén López –sacerdote- y José Luis Ponce de León –obispo en África- en un Renault 4 de color blanco emprendí el viaje. Una caja de libros me llegaría después por Transporte Barrado junto a cajas de picadillo, galletitas y otras vituallas que tenían mis padres la costumbre de enviarme, para ser compartidas.


Ahí quedaron mis padres, abuelos, hermano, tíos y primos. Algunos de ellos con “el magún” en su estómago. El magún (posiblemente se escriba de otra manera  y esa sea la pronunciación, palabra de un piamontés cocoliche) es la tristeza que queda anclada por una partida. Muchos años después lo traduje como la tristeza que uno tiene ante una despedida o situación dolorosa y que luego con el correr del tiempo y elaborando el duelo, la pérdida uno hace que eso desaparezca.

Luego ya en la Capital Federal del país, mientras me formaba en diversos cursos que fueron muy valiosos para mis primeros tiempos de formación. Íbamos al I.P.A; a las Jornadas de Vida Religiosa en la Federación de Box siendo uno de los expositores el P. Mateo Perdía C.P.. P: Arnaiz S.M., unas charlas de Monseñor Pironio sobre la vida consagrada y todo curso que sirviese para nuestra preparación. Comencé mi trabajo en la catequesis escolar, en el seminario teníamos el objetivo de trabajar para ganarnos aunque sea en parte el sustento diario, entonces conseguimos unas horas en el Colegio Lasalle de Flores. Como Pablo de Tarso que consideraba al trabajo como "Quien quiera ser discípulo, amigo y hermano de Cristo, que trabaje siempre que su salud, edad y circunstancias se lo permitan".

Como una perla para mi vida, acompañé varias veces al P. Mateo Pozzo I.M.C al antiguo Mercado de Abasto que estaba cerca de Chacarita. A las tres de la mañana en medio de esos hombres que gritaban, insultaban y cargaban grandes cajones, Mateo pedía y todos ellos le iban dando verduras y frutas, él nada desechaba. Todo lo que traíamos en el auto luego lo separaba y lo repartía en las casas religiosas de la zona de Flores que los misioneros frecuentábamos, por ejemplo las Hermanas Adoratrices de la calle Malvinas Argentinas, el Próvolo y otras más.


La dictadura seguía vigente para daba sus últimos zarpazos y vivimos con mucha tristeza y expectativas la guerra de Malvinas. La del 82 fue una Semana Santa vivido con el dolor de los muertos, la incertidumbre de los convocados y una parte del país que estaba con el oído y el corazón en el llamado teatro de operaciones y otros que continuaban su vida sin ton ni son.

Tuve muy buenos compañeros en el  itinerario catequístico y buenos maestros como el Hermano Mauricio Bovo, el Profesor Víctor Zacarías –hace pocos días fue su Pascua, el hermano Luis Combes. También trabajé un año en la catequesis de confirmación junto a mi compañero Alejandro García -platense- en la Parroquia San Francisco Solano de Mataderos, lugar donde fuera asesinado el P. Múgica. Muchos de los jóvenes que teníamos en confirmación eran niños en la época en la que fue asesinado el P. Carlos Múgica y nos contaban lo que sus padres les habían narrado sobre ese hecho.

Compartíamos esa comunidad en un primer tiempo como formado el P. Oscar Goapper, fallecido en tierras misioneras; luego acompañado por el P. Nelson Borgoño y tiempo después el P. Luis Manco. Como compañeros recuerdo a Gustavo Marcías –que había estado en el 78 en la cordillera cuando Argentina y Chile estuvieron a punto de entrar en guerra por el Canal de Beagle, Christian Fernández Moores, Néstor Saporitti, Ponciano Acosta, Roque Ferreyra –le decíamos “el tupa” por ser uruguayo- junto a los ya nombrados Rubén, José Luis y Alejandro. Pasaron otros compañeros entrerrianos, mendocinos y cordobeses, buena gente. Rescato la siguiente anécdota; cuando estaba Oscar recibíamos la comunión en la mano y se comulgaba bajo las dos especies. Al llegar el nuevo formador abolió esa forma argumentando las leyes litúrgicas de la Santa Madre iglesia. Entonces nos reunimos los compañeros y le hicimos un planteo de no estar de acuerdo con la modalidad y nos dijo que éramos golpistas, que nos podía echar. Ahí vislumbre un gran retroceso entre el decir y hacer, la apertura misionera predicada, la que debería ser para ir a evangelizar respetando a los demás y el apego a las tradiciones, leyes y formas arcaicas del pensamiento único.


La alternancia de la vida comunitaria, de oración, de hacer las compras, de liturgia, de ir en el 85 hasta Villa Devoto a estudiar a la Facultad de Teología de la UCA, y convivir con varias familias que venían al seminario fue un clima propicio para no desvincularse de la realidad. Sin olvidar las pizzas de los sábados en la Pinturería Siloé de Pedernera 53 del querido Jorge Depaolini y familia, incluidos sus cuñados. Además con el Tupa salíamos los sábados a la tarde a caminar y matear, llegábamos hasta el Cementerio de Flores. Los domingos teníamos  lo que se llamaba “un lugar de pastoral misionera”, en mi caso iba hasta Paso del Rey, donde estaba el P. Elvio Mettone y tenía una casita de chicos judicializados. También ayudaba a un grupo de mujeres que mantenía una olla  popular.

En esos tiempos tenía como director espiritual al Padre Alberto Ibáñez Padilla s.j. en el Salvador de la Avenida Callao y  Tucumán; y era el confesor el P. Antonio Marino –luego obispo- en la Parroquia de San José de Flores.


Fueron lindos tiempos, pero el Espíritu sigue soplando, a veces no nos damos cuenta por los caminos que nos va llevando, nos dejemos llevar, y tenemos que afrontar otras temas de la vida, aunque a veces eso significa no acordar con otros, pero es la vida de uno en relación con el Absoluto, a eso siempre intento –a veces lo logro y a veces no- ser fiel.

Ese fui yo
que arremetí, hasta el azar
quise perseguir...
si me oculté
si me arriesgué
lo que perdí no lo lloré...
porque viví
siempre viví, a mi manera...

Continuará…

martes, 25 de agosto de 2020

POSTALES PERSONALES I - HACIENDO MEMORIA


Haciendo memoria
Estoy mirando atrás
y puedo ver mi vida entera
y sé que estoy en paz
pues la viví a mi manera...

Doce días después de mi nacimiento fui bautizado, el 24 de febrero de 1962 en una Parroquia de la localidad santafecina de Piamonte erigida con el nombre de San Antonio por un Misionero de la Consolata el P. Antonio Ricci. Ahí comenzó mi vida dentro de la iglesia formalmente.
Estuve tres años en la casa de formación de los Misioneros de la Consolata en el barrio de Flores. En la Pascua de 1982 (12-4) festejamos en la Casa Provincial –José Bonifacio y Pumacahua- y jugué unas partidas de ajedrez con el P. Ricci. El después nos saludó alegremente y se fue a dormir. Esa noche fue su Pascua, seguramente desde el cielo con su bicicleta y sotana estará llevando su alegría.

Siempre iba a misa a la parroquia Nuestra Señora dela Consolata en la localidad de San Francisco, Córdoba, junto a mi mamá, a la primera misa, los días domingos. En ese lugar a los 14 años tuve el primer grupo de catequesis de primera comunión. Éramos un equipo de jóvenes, chicas y varones, que nos iban formando cada semana y podíamos transmitirle lo aprendido a los niños. Recuerdo a uno de los chicos porque su papá era empleado en una estación de servicio, lavaba los autos y siempre le decía a mi papá: “su hijo le da catecismo al mío”.



Recuerdo algunos de esos rostros de chicos y de compañeros de camino tales como Mónica Pastore, Marta Oliva, Rosa Leone, A R. de Córdoba, Jorge Leone, Aldo Córdoba, Clides de Usinowicz, Mabel Racca, Marta Villarreal, Elsa Ledesma Patricia Usinowicz y Marcelo Cereda.




Puedo decir que el retiro realizado en las instalaciones del colegio técnico conocido popularmente como “artes y oficios” al lado de la Catedral predicado por el P. Hernán Pereda de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey fue una llamada a seguir a Jesús.


Desde ahí, además de la catequesis, me involucré en los grupos juveniles y en la incipiente coordinadora de grupos juveniles. Hay que contextualizar en el tiempo que vivíamos para el gobierno militar, muchas actividades estaban proscriptas y regía la censura. Los jóvenes era uno de los grupos donde el poder de turno tenía puesta su mirada. Una iglesia que conservadora en su estructura estaba necesitada de vocaciones sacerdotales y religiosas, viendo que los jóvenes se movían comenzaron tibiamente a apoyarnos, además de ejercer cierta vigilancia para que no nos desviemos ya que estaba muy presente esos jóvenes que adhirieron a la iglesia y al cristianismo habían tomado las armas, sin olvidar que muchos de ellos integraron grupos de la iglesia, desde aquellos grupos instaurados desde años con una sólida jerarquía y principios hasta los más volubles como los llamados grupos misioneros y juveniles.

Hoy puedo afirmar que muchos miembros de la iglesia alentaron esa toma de armas con predicaciones erróneas, interpretaciones falsas del Evangelio y teologías asentadas en personalismos. Todavía quedan algunos vivos, ellos tendrían que pedir perdón a la sociedad por su prédica que condujeron a uno de los tantos baños de sangre que vivimos en la Argentina y que todavía nos sigue manchando dolorosamente.

Recuerdo a los padres Luis Sccacabarozzi, Mario Viola, Juan Bosco, Nelson Borgoño, Ramón Núñez y Enrique Blussand, todos Misioneros de la Consolata, con diferentes personalidades y características. También al padre Baldomero Martini -después obispo- y al P. Pedro Ludueña Sueldo, sin olvidar al P. Ronald Ferrero de la localidad de Morteros, todos ellos del clero diocesano. Con mucho afecto a dos laicos Víctor Córdoba y el Sr. Tito Melían, ambos muy compañeros y disponibles a alentar a los jóvenes en el compromiso con la iglesia.

Se hicieron grandes jornadas juveniles, en lo personal fue un golpe la muerte de Pablo VI, para muchos el Papa de nuestra infancia y adolescencia. Elegían a otro que a los treinta y tres días nos dejaba –merecería un párrafo aparte sobre la inesperada muerte de Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa. Fue elegido un cardenal de Polonia –haciendo casi realidad la novela de Morris West “Las sandalias del pescador”- rompiendo una tradición de siglos de papas italianos –algo que todavía sigue- y el recientemente elegido Juan Pablo II voló a Puebla, México. Los jóvenes entusiasmados con ese documento de color verde que nos habla de la realidad latinoamericana y de las opciones preferenciales.

Misionar también fue abriendo mi mente y corazón a nuevas realidades, como lo vivido en Ciénaga del Coro, diócesis de Cruz del Eje, en tierras donde anduvo el cura Brochero y que la gente mayor contaba de las andanzas de ese sacerdote que predicaba a la gente humilde de las sierras cordobesas. Etapa compartida con el P. Virginio Bressanelli s.c.j. –luego obispo- y los amigos Omar Santillán y Raúl Aimar.

Menciono también a los Hermanos Maristas: los Hermanos David Calvo Ortega, Demetrio Espinosa y Adán Kappes que nos facilitaron los encuentros para confirmarnos, Marcelino Buet, Urbano Espinosa y Antonio Ruet, sin olvidar al gran maestro Avelino Sufia que nos preparó para la primera comunión.
Las clases de oratoria de los sábados a cargo del Hno David nos ayudaron para hablar en público y compartíamos momentos de oración en la reciente capilla del colegio.

Voy narrando todos estos hechos para entender que la vida va sucediendo como una cadena de eventos donde las personas que intervienen, si uno los sabe escuchar, son la voz del Espíritu que siempre sopla y nos lleva adonde quiere y cuando quiere. Esto cuando uno es adulto lo va mirando con el espejo retrovisor y se sitúa cada palabra, hecho y persona en su lugar.

Podrían nombrar a las personas que pusieron piedras en el camino, descalificaron o persiguieron, pero ya no habita ningún rencor en mi corazón hacia ellos, sino pedirles a Dios que los haya recibido entre sus manos a aquellos que tuvieron su Pascua y bendiga a los que todavía siguen con vida.

Pero siempre me detengo en aquellos que han sumado a mi vida como lo fueron Juan Carlos Gieco y Mónica Pino, cuya casa visité durante mucho tiempo, mientras veía crecer a sus primeros hijos –Carolina y Juan Pablo- ellos hablaban del Movimiento Carismático –impulso de un nuevo Pentecostés-, de Neruda y de Los Jaivas.

Entre los momentos fundantes están a las visitas a la capilla del Hospital, al cementerio, las noches de oración en la parroquia junto un grupo de jóvenes que habíamos hecho de la oración un punto de encuentro. Cada uno siguió luego su camino, algunos son sacerdotes, otros estamos casados y otros ya están junto al Señor. Daniel Mari, fue preceptor y un gran compañero, consejero pausado y excelente persona, y a Reynaldo Giménez, mucho más grande que yo, pero muy espiritual y también una gran personal. Ambos están gozando de la p presencia de Dios. Peregrinamos en ese momento de la vida junto a Sergio Muratore, Daniel Cavallo, Mario Ludueña, Domingo Camisasso y Marcelo Cereda.
Fue una etapa de preparación, de compartir y de crecer en una adolescencia llena de preguntas y cuyas respuestas se fueron contestando con el tiempo. Cuando uno es joven con todos los bríos parece que nada nos detiene, cometemos errores, algunos aciertos. Tengo claro de mi fidelidad a lo que conocía y sabía. Soy un agradecido a cada momento.

Todo lo vivido, agitado por el Espíritu, animado por la libertad que siempre pude disfrutar y que valoro mi familia me dio, desde una excelente formación en el colegio, el espacio para trabajar junto a mi papá en los veranos en la sodería, el poder participar de diversas actividades antes mencionadas y las revistas religiosas que me mamá recibía y yo las devoraba, como las tardes de radioteatro fueron elementos que me llevaron en una mañana de enero de 1980, más precisamente el 23, a vivir mi segunda emigración, de San Francisco hacia Buenos Aires.

-continuará-