Crecí sin derrochar
logré abrazar, el mundo todo
y más, mil sueños más,
viví a mi modo...
Dolor lo conocí
y recibí compensaciones
seguí sin vacilar
logré vencer las decepciones...
Mi plan jamás falló
y me mostró mil y un recodos
y más, sí mucho más,
viví a mi modo...
Cuando me vine a Buenos aires me regalaron –mis
compañeros catequistas de la Consolata- el ritual de los Sacramentos con esta
frase y sus firmas: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me envió a consolar a los que
están afligidos” Isaías 61, 1-3ª.
Esa mañana calurosa y de desasosiego del 23 de enero de 1980, con 17 años junto a una valija marrón, un bolso verde “diportto”, al P. José Auletta I.M.C. y los entonces seminaristas Rubén López –sacerdote- y José Luis Ponce de León –obispo en África- en un Renault 4 de color blanco emprendí el viaje. Una caja de libros me llegaría después por Transporte Barrado junto a cajas de picadillo, galletitas y otras vituallas que tenían mis padres la costumbre de enviarme, para ser compartidas.
Ahí quedaron mis padres, abuelos, hermano, tíos y primos.
Algunos de ellos con “el magún” en su estómago. El magún (posiblemente se
escriba de otra manera y esa sea la
pronunciación, palabra de un piamontés cocoliche) es la tristeza que queda
anclada por una partida. Muchos años después lo traduje como la tristeza que
uno tiene ante una despedida o situación dolorosa y que luego con el correr del
tiempo y elaborando el duelo, la pérdida uno hace que eso desaparezca.
Luego ya en la Capital Federal del país, mientras me
formaba en diversos cursos que fueron muy valiosos para mis primeros tiempos de
formación. Íbamos al I.P.A; a las Jornadas de Vida Religiosa en la Federación
de Box siendo uno de los expositores el P. Mateo Perdía C.P.. P: Arnaiz S.M.,
unas charlas de Monseñor Pironio sobre la vida consagrada y todo curso que
sirviese para nuestra preparación. Comencé mi trabajo en la catequesis escolar,
en el seminario teníamos el objetivo de trabajar para ganarnos aunque sea en
parte el sustento diario, entonces conseguimos unas horas en el Colegio Lasalle
de Flores. Como Pablo de Tarso que consideraba al trabajo como "Quien quiera
ser discípulo, amigo y hermano de Cristo, que trabaje siempre
que su salud, edad y circunstancias se lo permitan".
Como una perla para mi vida, acompañé varias veces al P. Mateo Pozzo I.M.C al antiguo Mercado de Abasto que estaba cerca de Chacarita. A las tres de la mañana en medio de esos hombres que gritaban, insultaban y cargaban grandes cajones, Mateo pedía y todos ellos le iban dando verduras y frutas, él nada desechaba. Todo lo que traíamos en el auto luego lo separaba y lo repartía en las casas religiosas de la zona de Flores que los misioneros frecuentábamos, por ejemplo las Hermanas Adoratrices de la calle Malvinas Argentinas, el Próvolo y otras más.
La dictadura seguía vigente para daba sus últimos
zarpazos y vivimos con mucha tristeza y expectativas la guerra de Malvinas. La
del 82 fue una Semana Santa vivido con el dolor de los muertos, la
incertidumbre de los convocados y una parte del país que estaba con el oído y
el corazón en el llamado teatro de operaciones y otros que continuaban su vida
sin ton ni son.
Tuve muy buenos compañeros en el itinerario catequístico y buenos maestros como
el Hermano Mauricio Bovo, el Profesor Víctor Zacarías –hace pocos días fue su
Pascua, el hermano Luis Combes. También trabajé un año en la catequesis de
confirmación junto a mi compañero Alejandro García -platense- en la Parroquia
San Francisco Solano de Mataderos, lugar donde fuera asesinado el P. Múgica. Muchos
de los jóvenes que teníamos en confirmación eran niños en la época en la que
fue asesinado el P. Carlos Múgica y nos contaban lo que sus padres les habían
narrado sobre ese hecho.
Compartíamos esa comunidad en un primer tiempo como formado el P. Oscar Goapper, fallecido en tierras misioneras; luego acompañado por el P. Nelson Borgoño y tiempo después el P. Luis Manco. Como compañeros recuerdo a Gustavo Marcías –que había estado en el 78 en la cordillera cuando Argentina y Chile estuvieron a punto de entrar en guerra por el Canal de Beagle, Christian Fernández Moores, Néstor Saporitti, Ponciano Acosta, Roque Ferreyra –le decíamos “el tupa” por ser uruguayo- junto a los ya nombrados Rubén, José Luis y Alejandro. Pasaron otros compañeros entrerrianos, mendocinos y cordobeses, buena gente. Rescato la siguiente anécdota; cuando estaba Oscar recibíamos la comunión en la mano y se comulgaba bajo las dos especies. Al llegar el nuevo formador abolió esa forma argumentando las leyes litúrgicas de la Santa Madre iglesia. Entonces nos reunimos los compañeros y le hicimos un planteo de no estar de acuerdo con la modalidad y nos dijo que éramos golpistas, que nos podía echar. Ahí vislumbre un gran retroceso entre el decir y hacer, la apertura misionera predicada, la que debería ser para ir a evangelizar respetando a los demás y el apego a las tradiciones, leyes y formas arcaicas del pensamiento único.
La alternancia de la vida comunitaria, de oración, de
hacer las compras, de liturgia, de ir en el 85 hasta Villa Devoto a estudiar a
la Facultad de Teología de la UCA, y convivir con varias familias que venían al
seminario fue un clima propicio para no desvincularse de la realidad. Sin
olvidar las pizzas de los sábados en la Pinturería Siloé de Pedernera 53 del
querido Jorge Depaolini y familia, incluidos sus cuñados. Además con el Tupa
salíamos los sábados a la tarde a caminar y matear, llegábamos hasta el
Cementerio de Flores. Los domingos teníamos
lo que se llamaba “un lugar de pastoral misionera”, en mi caso iba hasta
Paso del Rey, donde estaba el P. Elvio Mettone y tenía una casita de chicos
judicializados. También ayudaba a un grupo de mujeres que mantenía una
olla popular.
En esos tiempos tenía como director espiritual al Padre Alberto Ibáñez Padilla s.j. en el Salvador de la Avenida Callao y Tucumán; y era el confesor el P. Antonio Marino –luego obispo- en la Parroquia de San José de Flores.
Fueron lindos tiempos, pero el Espíritu sigue soplando, a
veces no nos damos cuenta por los caminos que nos va llevando, nos dejemos
llevar, y tenemos que afrontar otras temas de la vida, aunque a veces eso
significa no acordar con otros, pero es la vida de uno en relación con el
Absoluto, a eso siempre intento –a veces lo logro y a veces no- ser fiel.
Ese fui yo
que arremetí, hasta el azar
quise perseguir...
si me oculté
si me arriesgué
lo que perdí no lo lloré...
porque viví
siempre viví, a mi manera...
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