Yo
siento que este siglo XXI debería ser el siglo de la reconciliación, el siglo
de la promoción del diálogo y de los valores interiores[1]
Su
Santidad el 14° Dalai Lama
En el presente se habla de la crisis de identidad. No sabemos quiénes
somos, qué deseamos, qué queremos y para qué estamos en este mundo. Esta crisis
que es necesaria y parte de un proceso en las etapas de crecimiento en la vida
de los adolescentes se ve como una estado permanente de una sociedad
“adolescentizada” y que no quiere crecer.
Crecer significa dejar atrás una serie de actitudes que creemos nos
abrigan en “creíbles” seguridades y no deseamos salir de ese imaginario
cascarón por temor o miedo a lo desconocido, a lo nuevo, a tener que asumir otras
responsabilidades. Ese crecimiento traerá nuevas fortalezas y debilidades, éxitos
y fracasos. Hay una lucha en nuestro interior entre aquel “yo” que quiere
quedarse en supuestas certezas y el otro “yo” que desea soltar amarras en
la búsqueda de nuevos ertos.
La lucha interior es constante. Por eso el hombre que dialoga en forma
permanente en y con su interioridad puede conocerse en sus límites y
reconocerse en sus habilidades.
El diálogo interno nos lleva a preguntarnos, a cuestionarnos, a buscar
caminos de crecimiento personal y con los demás.
A medida que conocemos y aceptamos nuestro yo comprendemos que el mismo
tiene que encontrarse necesariamente con el otro para comprender su fortaleza.
También en el diálogo con el otro se genera un campo necesario para
caminar juntos el territorio de la alteridad.
Con la apertura democrática en 1983 se proyectó un filme titulado “Solos
en la madrugada”, cuyo periodista radial decía al culminar su programa: “No
estamos solos”.
Simple frase que tiene encerrada una verdad. Nos complementamos, crecemos
y nos desafiamos en el diálogo con los otros.
Esto que se puede observar en lo personal se encuentra reflejado en lo
comunitario, en las instituciones, en los ámbitos políticos, sociales,
sindicales, eclesiales, etc.
Dice el teólogo Romano Guardini: “Toda
afirmación que haga, contiene, de modo abierto o implicado, la palabra ‘yo’.
Todo acto que realice está sustentado por ‘mi’. Lo que ocurre en el ámbito de
mi vida me afecta a mí. Siempre estoy ahí: directamente, en actividad inmediata,
en encuentro o influjo, o indirectamente en cuanto que son afectados ‘mi’ ambiente, ‘mi’ país, ‘mi’ mundo”
Cuando los hombres no dialogamos no existe posibilidad de encuentro y
por ende de crecimiento.
Cuando anulamos al otro o lo descalificamos no nos permitirnos crecer
como personas.
Cuando somos capaces de cambiar el “mí” por el “tú” y después por el
“nosotros” es cuando nos damos posibilidad de encuentro, de crecer, de entrar
en la adultez como personas y como sociedad.
Por
eso cuando el encuentro es realmente humano, es profundamente humanizante.
Según palabras de Martín Buber: “Únicamente cuando el individuo reconozca al
otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo y marche desde este
reconocimiento hacia el otro, habrá quebrantado su soledad en un encuentro
riguroso y transformador”.
El perdón es un largo camino que tengo que hacer invariablemente desde
mi “yo”. La reconciliación necesita de ese “yo” y ese “tú” para que sea
efectiva. La justicia necesita del “nosotros” para que no sea vengativa sino
reparadora y sanadora de la persona y del entorno social dañado.
La
justicia lleva consigo un acto de sanar algo herido o quebrado y la ternura de
cicatrizar ese daño inflingido. El fruto inmediato será la paz, que es una
utopia a vivirse día a día.
Nos
narra el profeta Isaías:
El lobo habitará con el cordero,
el puma se acostará junto al cabrito,
el ternero comerá al lado del león
y un niño chiquito los cuidará.
La vaca y el oso pastarán en compañía,
y sus crías reposarán juntas,
pues el león también comerá pasto,
igual que el buey.
El niño de pecho pisará
el hoyo de la víbora,
y sobre la cueva de la culebra
el pequeñuelo colocará su mano.
(Is. 11, 6-8)
Sergio Dalbessio
[1] “Valores para la libertad interior
–Dalai Lama”, Gerardo Abboud,
Editorial Lumen, 2011 (de reciente aparición).