Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








lunes, 18 de marzo de 2013

CARTA ABIERTA A FRANCISCO, PAPA

Somos peregrinos en este mundo...
Posiblemente estas reflexiones personales no sean leídas, pero íntimamente las he venido pensando y quiero darles el formato en las palabras, para seguir mascullándolas, confrontándolas y también compartirlas. Creo que la riqueza del Espíritu se da en comunidad.

Soy un hijo del Concilio, he nacido el mismo año en que Juan XXIII llamaba a uno de los hitos históricos del siglo pasado. Después de 600 años, un papa presenta su renuncia, lo cual uno no puede perder la oportunidad histórica de escribir algunas reflexiones. No obstante creo que esta renuncia abre el camino a futuros papas a no atornillarse al sillón y a seguir el mismo camino. Las últimas imágenes de Juan Pablo II eran dolorosas y causaban pena, fue un tiempo innecesario de sufrimiento para ambos; para él y para la Iglesia.

Desde el día que Benedicto XVI le anuncio a un pequeño grupo su ya decidida dimisión, y que por obra del periodismo se multiplicó rápidamente en los cuatro puntos cardinales, he leído artículos de todos los tonos sobre la renuncia del Papa, sobre lo oportuno o no, sobre si fue forzada o libre y también sobre el futuro que le espera a la Iglesia. Desde todas las ideologías y creencias se dedicaron a escribir, enumerar palabras tras palabras sobre Benedicto y la Iglesia.
Benedicto XVI ya se fue. Descansará un tiempo en la residencia veraniega de Castel Gandolfo. Luego irá a un monasterio. Rezará, escribirá y saboreará la mermelada de naranja que allí se produce y tanto le gusta. No se podría esperar otra cosa del P. José Ratzinger. Se formó, vivió y sirvió para ese fin.

Expresa el renunciante Papa Gregorio XVI en la novela “Los bufones de Dios”: “…Desde el momento en que la existencia de grandes grupos será imposible, los cristianos deberán dividirse en pequeñas comunidades, cada uno de las cuales deberá ser capaz de auto-sostenerse por el ejercicio de una fe común y de una mutua y autentica caridad. Deberán dar testimonio de su cristianismo extendiendo los efectos de su caridad hacia todos aquellos que no comparten su fe, acudiendo en auxilio de los necesitados, compartiendo sus magros medios con los más desamparados. Cuando la jerarquía sacerdotal se vea incapacitada de seguir funcionando, las comunidades cristianas elegirán ellas mismas sus nuevos ministros y maestros para que la Palabra sea mantenida en su integridad y para continuar conduciendo la Eucaristía…”“Los bufones de Dios” (Morris West).
Ratzinger ya era un anciano cansado, agotado, sin fuerzas físicas que se vienen menguando desde hace tiempo. No barrió algunos de los problemas debajo de la alfombra, sino que los ventiló. Fue un hombre de transición. Sabemos de dónde veníamos, quizás lo importante es saber adónde queremos ir, para que la palabra transitar tenga su lógica. Un hombre de Europa, por eso se centró en temas como el secularismo y el relativismo. Quizás fue un cruzado de la fe, cerró con las llaves de la ortodoxia las posibilidades de cambio. Se atrincheró en lo que creyó seguro. Hizo pocos viajes. No le esquivó a los casos resonantes de pedofilia. Intervino a la Congregación de los Legionarios de Cristo, cuyas aberraciones generadas por su fundador no quisieron ser sacada a la luz por el beato Juan Pablo II. Soportó hasta donde las fuerzas lo sostuvieron las internas vaticanistas, que existen desde que Constantino asoció la Iglesia al Estado.

Cambió al vocero, que era un laico que pertenecía al Opus Dei por un sacerdote, el P. Lombardo perteneciente a la Orden de los Jesuitas. Recordemos que su antecesor elevó a Prelatura al Opus Deis, beatificó en tiempo record a su fundador. En el mismo momento intervino con ferocidad a una de las órdenes más grandes, prestigiosas y abiertas de la Iglesia como lo son los jesuitas. “Cuentan los jesuitas de Roma que durante su pontificado, Juan Pablo II salía muy de mañana los domingos para visitar todas y cada una de las parroquia de la Ciudad Eterna. Y a esa hora siempre estaba arrodillado en el portalón del Borgo el Padre Arrupe, en señal de sumisión al Papa. Y que Juan Pablo II nunca hizo frenar su Mercedes para saludar al papa negro. Los lazos entre los dos hombres estaban rotos.” (Jesuitas: los marines del Papa, por Jesús Rodríguez en la revista del Diario el País).

El camarlengo elegido fue otro religioso, perteneciente a una congregación, la salesiana, italiano y no muy querido en su entorno. Obviamente que estos cambios no generaron simpatía y menos de aquellos que fueron desplazados de los centros de poder. El poder y el dinero son dos elementos que anidan –generalmente- en las personas, ser equilibrados ante ellos no resulta generalmente algo muy común. Ambos, poder y dinero, generan una multiplicidad de sistemas cuyos tentáculos van llegando y tomando todo lo que podemos imaginar. El Vaticano, habitado por hombres, no está exento.

No podemos decir que tuvo una excelente relación con las iglesias de Asia ni de América. Me viene a la memoria la gran labor misionera de Mateo Ricci s.j. en tierras de China y la continuación de semillas fieles, a pesar de la persecución y podría decir hasta el no entendimiento y acompañamiento de Roma a esas iglesias locales. Fue –Ratzinger, el jefe del ex-Santo Oficio, hoy denominado Congregación para la Doctrina de la Fe- quién se encargó de intentar sepultar la Teología de la Liberación con la escritura de documentos que iluminaban sobre los peligros de la misma. Una de las consecuencias fue sancionar, callar y expulsar a teólogos y pastores que adherían a ella. Quizás el caso más renombrado y conocido es el de Leonardo Boff.

Tuvo un acercamiento a África, lugar que estiman nacerá la fuerza de la nueva cristiandad que sostendrá con nuevos retoños la fe de la Iglesia. Escribió un par de encíclicas y tuvo tiempo de hacer tres tomos titulados Jesús de Nazaret. “La decadencia y mediocrización intelectual de la Iglesia que ha puesto en evidencia la soledad de Benedicto XVI y la sensación de impotencia que parece haberlo rodeado en estos últimos años es sin duda factor primordial de su renuncia, y un inquietante atisbo de lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual, preocupación por los valores éticos y vocación por la cultura y las ideas.” (Vargas Llosa).
En síntesis estos párrafos precedentes quieren hacen un mínimo cuadro de situación escénica, incompleto lógicamente, pero que nos puede dar el pie necesario para las palabras que siguen, enmarcadas ya en el pensamiento como cristiano y algunas de ellas son arrojadas con el deseo de no bajar los brazos y seguir soñando los imposibles.

Creo que el cristiano de este siglo tiene que ser profeta y contemplativo. Contemplar la realidad circundante, orarla, debatirla y profetizarla. El Evangelio de Lucas nos narra cuando Jesús inicia su ministerio púbico. Él va a la sinagoga de su pueblo y al desenvolver el rollo lee el texto de Isaías "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres, me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del gracia del Señor" (Lc. 4,18-19).

Sin estas dos dimensiones la Iglesia siempre quedará atornillada por el poder, corrompida por el dinero y no será fiel a su misión ontológica de ser sal, levadura y luz con y entre las sociedades. El Reino ya está presente entre nosotros.

Por todos los continentes desde siglos, hasta la actualidad se ha multiplicado la sangre de los mártires. Laicos, religiosas y religiosos, sacerdotes y obispos han ofrendado su sangre, su vida por Jesús y por los valores del Reino de Dios. Mártires que son teólogos que se comprometieron como los del Salvador, mártires que son monjes como los de Argelia que no dejaron a su comunidad y vivían en comunidad orante. Martirio en África, en Asia, en América. Cuantos –jóvenes y mujeres especialmente- hoy entregan su vida en tierras donde el fundamentalismo no permite otras expresiones de Fe. Esa sangre derramada es testimonio de una Iglesia Profética. Nos señalan un camino, nos ponen en sintonía con el Maestro.
Por eso la necesidad a estos ya 51 años del Concilio Vaticano II de retomar las principales líneas que se fueron gestando, elaborando y marcando en esa reunión ecuménica. Hay que pasarle el plumero, sacar la tierra y volver a leerlo. Orarlo, meditarlo e ir poniendo en práctica esas semillas que todavía están ahí esperando ser plantadas para crecer. Pienso en un pantallazo en las Comunidades Eclesiales de Bases diseminadas en toda América Latina; en tantas personas que en Europa se reúnen en sus casas para celebrar juntos la Palabra y la Eucaristía; en los grupos de cristianos en África, una tierra arrasada por el odio y la violencia, sin embargo ellos aportan su testimonio a los grupos de perdón y reconciliación; en el Equipo de Sacerdotes Villeros que trabajan en Buenos Aires para sacarles los pibes a la droga; en la Federación de Sacerdotes Casados que vienen batallando desde hace años; en los jesuitas y benedictinos norteamericanos y europeos que se abren a nuevas experiencias y diálogo con el mundo asiático; la comunidad virtual del Obispo Jacques Gaillot; en los jóvenes que se reúnen anualmente en Taizé y se esparcen con dicha forma de vida por el mundo; en los grupos de Lectura Popular de la Biblia.

Podría seguir nombrando país por país las experiencias de hermanos y hermanas que viven una vida de fe, celebrando y siendo solidarios con los más pobres y necesitados.

Uno de los temas que no puede esperar más es la plena comunión de los separados y divorciados. Esta segregación de hermanos y hermanas que rehicieron sus vidas de pareja no admite seguir con ese estigma. Somos todos hijos e hijas de Dios con los mismos derechos y responsabilidades.

Una discusión abierta, amplia y sincera del tema de la sexualidad y todos aquellos temas que por ignorancia, pudor o no querer asumir la realidad se dejan encarpetados y archivados al final del cajón de escritorios cerrados bajo siete llaves, como lo son los métodos anticonceptivos y la homosexualidad.

Una mayor colegialidad y discernimiento de las iglesias locales. Mayor autonomía en los procesos pastorales que cada territorio de acuerdo a su contexto pueda ir implementado. La romanización o vaticanización de la iglesia ha cerrado las posibilidades de fraternidad, pluralidad, diversidad y democratización de los ambientes eclesiales. La inserción de la mujer en puestos claves, nunciaturas, ministerios y otros lugares de la Iglesia. Lo óptimo sería que esos lugares no existiesen más, pero como un paso en el proceso de cambio se pueden generar aires nuevos dentro de las habitaciones curiales.

Una revalorización de los servicios ministeriales en la Iglesia. En esto se debe debatir la participación de la mujer en los mismos. Hay un bautismo que nos hace a todos: sacerdotes, profetas y reyes. ¿Qué más se puede pedir?, si en esas tres palabras hay toda una declaración de vida.

Un laicado que viva profundamente su misión. Un laicado no clericalizado como el actual, sino fermento dentro y fuera de la comunidad eclesial. Celebraciones cercanas a la gente, retomando sus ritos y costumbres para que vivan y sientan aquello que celebran. Quizás aquí también haya que descentralizar la liturgia.
Revisar los sacramentos. Surgieron en un tiempo y contexto muy distinto al que estamos viviendo hoy. Sus signos, sus palabras, sus gestos muchas veces no se acercan a la realidad de las comunidades, no generan más que lo que hay que hacer por tradición. Una especial importancia a los carismas de cada grupo. Cada carisma debe ser evaluado en el servicio que se presta a la humanidad. La humanidad es el único camino que debemos recorrer los cristianos.

“Este modelo de organización podría hoy informar toda una forma de vivir el Evangelio en pequeños grupos, constituyendo una red cada vez más amplia de comunidades que integren a los fieles, a los religiosos, a los sacerdotes y a los obispos. Es la oportunidad para que la Iglesia, que nace de la fe del pueblo, pueda actualizar esta forma ideada por Pablo. Al menos podrá ser un espíritu que, en la fuerza del Espíritu, revitalice las instituciones tradiciones y jerárquicas de la Iglesias. Y la historia de la salvación nos muestra que allí donde actúa el Espíritu, allí podemos contar con los Inesperado y con lo Nuevo que aún no ha acaecido” (Iglesia: carisma y poder. Ensayos de eclesiología militante, Leonardo Boff, Sal Terrae).

Hay muchos teólogos, mujeres y hombres, muy probos en lo suyo, y que han sido dejados de lado y expulsados por pensar y difundir ese pensamiento. También hay otros que venimos pensando la IGLESIA desde la educación, la sociología, la economía, etc. que podemos ir aportando desde el mundo intelectual aquellas líneas de acción que nos puedan servir a los hombres y mujeres de fe a vivirla con plenitud y alegría. EL mundo intelectual puede ser el fermento en la masa en temas como los derechos humanos, la resolución de los problemas como el hambre, el contener y sacar a los jóvenes que son víctimas de la droga, en una educación que nos incluya a todos y no nos separe cada vez más entre pobres y ricos.

La separación de la Iglesia del estado, en aquellos países que todavía persiste el vínculo. Al no asociarnos a los gobiernos de turno nos va a permitir ser libres en las opciones y en las denuncias. Los miembros de las comunidades podemos acompañar políticas públicas que lleven a cabo las administraciones gubernamentales, siempre en tanto y en cuanto no contradigan el respeto por el ser humano, por su autonomía y su libertad. En este punto quizás deseo agregar que percibimos muy fácilmente cuando la iglesia-institución se adhiere a gobiernos militares golpistas; pero a veces no somos críticos de la misma manera cuando adherimos a gobiernos progresistas que terminan siendo populistas. Es un problema que muchos colectivos cristianos no pueden despegarse de estas democracias populares que terminan siendo selectivas y excluyentes, en América Latina lo estamos viviendo.

La Teología de la Liberación debe seguir haciendo su autocrítica, leer aquellos textos, de un hecho que pasó entre muchos como desapercibido, cuando ambos hermanos Leonardo y Clodovis Boff sostuvieron un interesante debate sobre la revisión de los temas alcanzados por dicha Teología.

Hoy nos podemos nutrir de diversas espiritualidades que pueden enriquecer la nuestra, pienso en la de nuestros pueblos originarios, en la africana y todas las formas de diversidad y pluralidad de los movimientos asiáticos, por ejemplo los hermanos monjes de Birmania y su lucha por la liberación de su pueblo.
Espiritualidades que nos hablan de una nueva relación con la naturaleza, con el medio ambiente que nos rodea y con formas de ver y expresar nuestra vida interior.

Un acercamiento a los jóvenes, una escucha a sus problemas concretos, incorporando sus formas nuevas de hacer música, de vivir el arte, de compartir la vida a la liturgia, a la sacramentalidad y al compromiso por aquellos que más sufren en este mundo.

Podría generar otros temas más intra y extra eclesia. Pero cada uno y cada una podrán ir soñando y aportando los suyos.

Por último, quiero rescatar algo que escribí en forma muy rápida. Benedicto escribió tres libros sobre Jesús de Nazaret (no conozco el sustento exegético de los mismos, simplemente porque no los he leído), pero me parece que sin querer señaló una pista que nos puede ayudar a caminar como profetas y contemplativos.

Volver al EVANGELIO. Es el agua clara y pura en la cual todos podemos abrevar, recordemos que el Vaticano II hizo algo importante, devolver la Palabra de Dios al Pueblo, a nosotros.

Gestos como el del samaritano, de detenerse, curar, compadecerse y encargarse del otro, del herido, del lastimado, del ultrajado, del arrojado, nos ayudan a ver donde debemos caminar como cristianos y miembros plenos de nuestra Iglesia.

La mirada hacia Dios nos habla de un cristiano que contempla, que va rumiando la vida y la Palabra, la va haciendo cargo-asumiendo en la vida, como verba pero especialmente como res. Un trabajo que vaya gestando la fraternidad, el encuentro, la reconciliación, el perdón junto a la justicia, la justicia junto a la verdad y por sobre todo la caridad, el amor –principio y fin- de nuestra vida.

Como peregrinos para ser fieles a nuestra vida, conociendo las caídas que tenemos como seres humanos, nos debe animar la esperanza. Ser mujeres y varones contemplativos y profetas, pero con esperanza animada
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Seguimos peregrinando...Sergio, laico.
(Reflexiones escritas luego de la renuncia de Benedicto XVI. Luego de la elección del Cardenal Jorge Mario Bergoglio sj decidí que fuera una Carta Abierta a la Esperanza)