Somos peregrinos en este mundo...
Posiblemente
estas reflexiones personales no sean leídas, pero íntimamente las he
venido pensando y quiero darles el formato en las palabras, para seguir
mascullándolas, confrontándolas y también compartirlas. Creo que la
riqueza del Espíritu se da en comunidad.
Soy un hijo del
Concilio, he nacido el mismo año en que Juan XXIII llamaba a uno de los
hitos históricos del siglo pasado. Después de 600 años, un papa presenta
su renuncia, lo cual uno no puede perder la oportunidad histórica de
escribir algunas reflexiones. No obstante creo que esta renuncia abre el
camino a futuros papas a no atornillarse al sillón y a seguir el mismo
camino. Las últimas imágenes de Juan Pablo II eran dolorosas y causaban
pena, fue un tiempo innecesario de sufrimiento para ambos; para él y
para la Iglesia.
Desde el día que Benedicto XVI le anuncio a un
pequeño grupo su ya decidida dimisión, y que por obra del periodismo se
multiplicó rápidamente en los cuatro puntos cardinales, he leído
artículos de todos los tonos sobre la renuncia del Papa, sobre lo
oportuno o no, sobre si fue forzada o libre y también sobre el futuro
que le espera a la Iglesia. Desde todas las ideologías y creencias se
dedicaron a escribir, enumerar palabras tras palabras sobre Benedicto y
la Iglesia.
Benedicto XVI ya se fue. Descansará un tiempo en la
residencia veraniega de Castel Gandolfo. Luego irá a un monasterio.
Rezará, escribirá y saboreará la mermelada de naranja que allí se
produce y tanto le gusta. No se podría esperar otra cosa del P. José
Ratzinger. Se formó, vivió y sirvió para ese fin.
Expresa el
renunciante Papa Gregorio XVI en la novela “Los bufones de Dios”:
“…Desde el momento en que la existencia de grandes grupos será
imposible, los cristianos deberán dividirse en pequeñas comunidades,
cada uno de las cuales deberá ser capaz de auto-sostenerse por el
ejercicio de una fe común y de una mutua y autentica caridad. Deberán
dar testimonio de su cristianismo extendiendo los efectos de su caridad
hacia todos aquellos que no comparten su fe, acudiendo en auxilio de los
necesitados, compartiendo sus magros medios con los más desamparados.
Cuando la jerarquía sacerdotal se vea incapacitada de seguir
funcionando, las comunidades cristianas elegirán ellas mismas sus nuevos
ministros y maestros para que la Palabra sea mantenida en su integridad
y para continuar conduciendo la Eucaristía…”“Los bufones de Dios”
(Morris West).
Ratzinger ya era un anciano cansado, agotado, sin
fuerzas físicas que se vienen menguando desde hace tiempo. No barrió
algunos de los problemas debajo de la alfombra, sino que los ventiló.
Fue un hombre de transición. Sabemos de dónde veníamos, quizás lo
importante es saber adónde queremos ir, para que la palabra transitar
tenga su lógica. Un hombre de Europa, por eso se centró en temas como el
secularismo y el relativismo. Quizás fue un cruzado de la fe, cerró
con las llaves de la ortodoxia las posibilidades de cambio. Se
atrincheró en lo que creyó seguro. Hizo pocos viajes. No le esquivó a
los casos resonantes de pedofilia. Intervino a la Congregación de los
Legionarios de Cristo, cuyas aberraciones generadas por su fundador no
quisieron ser sacada a la luz por el beato Juan Pablo II. Soportó hasta
donde las fuerzas lo sostuvieron las internas vaticanistas, que existen
desde que Constantino asoció la Iglesia al Estado.
Cambió al
vocero, que era un laico que pertenecía al Opus Dei por un sacerdote, el
P. Lombardo perteneciente a la Orden de los Jesuitas. Recordemos que su
antecesor elevó a Prelatura al Opus Deis, beatificó en tiempo record a
su fundador. En el mismo momento intervino con ferocidad a una de las
órdenes más grandes, prestigiosas y abiertas de la Iglesia como lo son
los jesuitas. “Cuentan los jesuitas de Roma que durante su pontificado,
Juan Pablo II salía muy de mañana los domingos para visitar todas y cada
una de las parroquia de la Ciudad Eterna. Y a esa hora siempre estaba
arrodillado en el portalón del Borgo el Padre Arrupe, en señal de
sumisión al Papa. Y que Juan Pablo II nunca hizo frenar su Mercedes para
saludar al papa negro. Los lazos entre los dos hombres estaban rotos.”
(Jesuitas: los marines del Papa, por Jesús Rodríguez en la revista del
Diario el País).
El camarlengo elegido fue otro religioso,
perteneciente a una congregación, la salesiana, italiano y no muy
querido en su entorno. Obviamente que estos cambios no generaron
simpatía y menos de aquellos que fueron desplazados de los centros de
poder. El poder y el dinero son dos elementos que anidan –generalmente-
en las personas, ser equilibrados ante ellos no resulta generalmente
algo muy común. Ambos, poder y dinero, generan una multiplicidad de
sistemas cuyos tentáculos van llegando y tomando todo lo que podemos
imaginar. El Vaticano, habitado por hombres, no está exento.
No
podemos decir que tuvo una excelente relación con las iglesias de Asia
ni de América. Me viene a la memoria la gran labor misionera de Mateo
Ricci s.j. en tierras de China y la continuación de semillas fieles, a
pesar de la persecución y podría decir hasta el no entendimiento y
acompañamiento de Roma a esas iglesias locales. Fue –Ratzinger, el jefe
del ex-Santo Oficio, hoy denominado Congregación para la Doctrina de la
Fe- quién se encargó de intentar sepultar la Teología de la Liberación
con la escritura de documentos que iluminaban sobre los peligros de la
misma. Una de las consecuencias fue sancionar, callar y expulsar a
teólogos y pastores que adherían a ella. Quizás el caso más renombrado y
conocido es el de Leonardo Boff.
Tuvo un acercamiento a
África, lugar que estiman nacerá la fuerza de la nueva cristiandad que
sostendrá con nuevos retoños la fe de la Iglesia. Escribió un par de
encíclicas y tuvo tiempo de hacer tres tomos titulados Jesús de Nazaret.
“La decadencia y mediocrización intelectual de la Iglesia que ha puesto
en evidencia la soledad de Benedicto XVI y la sensación de impotencia
que parece haberlo rodeado en estos últimos años es sin duda factor
primordial de su renuncia, y un inquietante atisbo de lo reñida que está
nuestra época con todo lo que representa vida espiritual, preocupación
por los valores éticos y vocación por la cultura y las ideas.” (Vargas
Llosa).
En síntesis estos párrafos precedentes quieren hacen un
mínimo cuadro de situación escénica, incompleto lógicamente, pero que
nos puede dar el pie necesario para las palabras que siguen, enmarcadas
ya en el pensamiento como cristiano y algunas de ellas son arrojadas con
el deseo de no bajar los brazos y seguir soñando los imposibles.
Creo que el cristiano de este siglo tiene que ser profeta y
contemplativo. Contemplar la realidad circundante, orarla, debatirla y
profetizarla. El Evangelio de Lucas nos narra cuando Jesús inicia su
ministerio púbico. Él va a la sinagoga de su pueblo y al desenvolver el
rollo lee el texto de Isaías "El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres, me ha
enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del gracia
del Señor" (Lc. 4,18-19).
Sin estas dos dimensiones la Iglesia
siempre quedará atornillada por el poder, corrompida por el dinero y no
será fiel a su misión ontológica de ser sal, levadura y luz con y entre
las sociedades. El Reino ya está presente entre nosotros.
Por
todos los continentes desde siglos, hasta la actualidad se ha
multiplicado la sangre de los mártires. Laicos, religiosas y religiosos,
sacerdotes y obispos han ofrendado su sangre, su vida por Jesús y por
los valores del Reino de Dios. Mártires que son teólogos que se
comprometieron como los del Salvador, mártires que son monjes como los
de Argelia que no dejaron a su comunidad y vivían en comunidad orante.
Martirio en África, en Asia, en América. Cuantos –jóvenes y mujeres
especialmente- hoy entregan su vida en tierras donde el fundamentalismo
no permite otras expresiones de Fe. Esa sangre derramada es testimonio
de una Iglesia Profética. Nos señalan un camino, nos ponen en sintonía
con el Maestro.
Por eso la necesidad a estos ya 51 años del
Concilio Vaticano II de retomar las principales líneas que se fueron
gestando, elaborando y marcando en esa reunión ecuménica. Hay que
pasarle el plumero, sacar la tierra y volver a leerlo. Orarlo, meditarlo
e ir poniendo en práctica esas semillas que todavía están ahí esperando
ser plantadas para crecer. Pienso en un pantallazo en las Comunidades
Eclesiales de Bases diseminadas en toda América Latina; en tantas
personas que en Europa se reúnen en sus casas para celebrar juntos la
Palabra y la Eucaristía; en los grupos de cristianos en África, una
tierra arrasada por el odio y la violencia, sin embargo ellos aportan su
testimonio a los grupos de perdón y reconciliación; en el Equipo de
Sacerdotes Villeros que trabajan en Buenos Aires para sacarles los pibes
a la droga; en la Federación de Sacerdotes Casados que vienen
batallando desde hace años; en los jesuitas y benedictinos
norteamericanos y europeos que se abren a nuevas experiencias y diálogo
con el mundo asiático; la comunidad virtual del Obispo Jacques Gaillot;
en los jóvenes que se reúnen anualmente en Taizé y se esparcen con dicha
forma de vida por el mundo; en los grupos de Lectura Popular de la
Biblia.
Podría seguir nombrando país por país las experiencias
de hermanos y hermanas que viven una vida de fe, celebrando y siendo
solidarios con los más pobres y necesitados.
Uno de los temas
que no puede esperar más es la plena comunión de los separados y
divorciados. Esta segregación de hermanos y hermanas que rehicieron sus
vidas de pareja no admite seguir con ese estigma. Somos todos hijos e
hijas de Dios con los mismos derechos y responsabilidades.
Una
discusión abierta, amplia y sincera del tema de la sexualidad y todos
aquellos temas que por ignorancia, pudor o no querer asumir la realidad
se dejan encarpetados y archivados al final del cajón de escritorios
cerrados bajo siete llaves, como lo son los métodos anticonceptivos y la
homosexualidad.
Una mayor colegialidad y discernimiento de las
iglesias locales. Mayor autonomía en los procesos pastorales que cada
territorio de acuerdo a su contexto pueda ir implementado. La
romanización o vaticanización de la iglesia ha cerrado las posibilidades
de fraternidad, pluralidad, diversidad y democratización de los
ambientes eclesiales. La inserción de la mujer en puestos claves,
nunciaturas, ministerios y otros lugares de la Iglesia. Lo óptimo sería
que esos lugares no existiesen más, pero como un paso en el proceso de
cambio se pueden generar aires nuevos dentro de las habitaciones
curiales.
Una revalorización de los servicios ministeriales en
la Iglesia. En esto se debe debatir la participación de la mujer en los
mismos. Hay un bautismo que nos hace a todos: sacerdotes, profetas y
reyes. ¿Qué más se puede pedir?, si en esas tres palabras hay toda una
declaración de vida.
Un laicado que viva profundamente su
misión. Un laicado no clericalizado como el actual, sino fermento dentro
y fuera de la comunidad eclesial. Celebraciones cercanas a la gente,
retomando sus ritos y costumbres para que vivan y sientan aquello que
celebran. Quizás aquí también haya que descentralizar la liturgia.
Revisar los sacramentos. Surgieron en un tiempo y contexto muy distinto
al que estamos viviendo hoy. Sus signos, sus palabras, sus gestos muchas
veces no se acercan a la realidad de las comunidades, no generan más
que lo que hay que hacer por tradición. Una especial importancia a los
carismas de cada grupo. Cada carisma debe ser evaluado en el servicio
que se presta a la humanidad. La humanidad es el único camino que
debemos recorrer los cristianos.
“Este modelo de organización
podría hoy informar toda una forma de vivir el Evangelio en pequeños
grupos, constituyendo una red cada vez más amplia de comunidades que
integren a los fieles, a los religiosos, a los sacerdotes y a los
obispos. Es la oportunidad para que la Iglesia, que nace de la fe del
pueblo, pueda actualizar esta forma ideada por Pablo. Al menos podrá ser
un espíritu que, en la fuerza del Espíritu, revitalice las
instituciones tradiciones y jerárquicas de la Iglesias. Y la historia de
la salvación nos muestra que allí donde actúa el Espíritu, allí podemos
contar con los Inesperado y con lo Nuevo que aún no ha acaecido”
(Iglesia: carisma y poder. Ensayos de eclesiología militante, Leonardo
Boff, Sal Terrae).
Hay muchos teólogos, mujeres y hombres, muy
probos en lo suyo, y que han sido dejados de lado y expulsados por
pensar y difundir ese pensamiento. También hay otros que venimos
pensando la IGLESIA desde la educación, la sociología, la economía, etc.
que podemos ir aportando desde el mundo intelectual aquellas líneas de
acción que nos puedan servir a los hombres y mujeres de fe a vivirla con
plenitud y alegría. EL mundo intelectual puede ser el fermento en la
masa en temas como los derechos humanos, la resolución de los problemas
como el hambre, el contener y sacar a los jóvenes que son víctimas de la
droga, en una educación que nos incluya a todos y no nos separe cada
vez más entre pobres y ricos.
La separación de la Iglesia del
estado, en aquellos países que todavía persiste el vínculo. Al no
asociarnos a los gobiernos de turno nos va a permitir ser libres en las
opciones y en las denuncias. Los miembros de las comunidades podemos
acompañar políticas públicas que lleven a cabo las administraciones
gubernamentales, siempre en tanto y en cuanto no contradigan el respeto
por el ser humano, por su autonomía y su libertad. En este punto quizás
deseo agregar que percibimos muy fácilmente cuando la
iglesia-institución se adhiere a gobiernos militares golpistas; pero a
veces no somos críticos de la misma manera cuando adherimos a gobiernos
progresistas que terminan siendo populistas. Es un problema que muchos
colectivos cristianos no pueden despegarse de estas democracias
populares que terminan siendo selectivas y excluyentes, en América
Latina lo estamos viviendo.
La Teología de la Liberación debe
seguir haciendo su autocrítica, leer aquellos textos, de un hecho que
pasó entre muchos como desapercibido, cuando ambos hermanos Leonardo y
Clodovis Boff sostuvieron un interesante debate sobre la revisión de los
temas alcanzados por dicha Teología.
Hoy nos podemos nutrir
de diversas espiritualidades que pueden enriquecer la nuestra, pienso en
la de nuestros pueblos originarios, en la africana y todas las formas
de diversidad y pluralidad de los movimientos asiáticos, por ejemplo los
hermanos monjes de Birmania y su lucha por la liberación de su pueblo.
Espiritualidades que nos hablan de una nueva relación con la
naturaleza, con el medio ambiente que nos rodea y con formas de ver y
expresar nuestra vida interior.
Un acercamiento a los jóvenes,
una escucha a sus problemas concretos, incorporando sus formas nuevas de
hacer música, de vivir el arte, de compartir la vida a la liturgia, a
la sacramentalidad y al compromiso por aquellos que más sufren en este
mundo.
Podría generar otros temas más intra y extra eclesia. Pero cada uno y cada una podrán ir soñando y aportando los suyos.
Por último, quiero rescatar algo que escribí en forma muy rápida.
Benedicto escribió tres libros sobre Jesús de Nazaret (no conozco el
sustento exegético de los mismos, simplemente porque no los he leído),
pero me parece que sin querer señaló una pista que nos puede ayudar a
caminar como profetas y contemplativos.
Volver al EVANGELIO.
Es el agua clara y pura en la cual todos podemos abrevar, recordemos que
el Vaticano II hizo algo importante, devolver la Palabra de Dios al
Pueblo, a nosotros.
Gestos como el del samaritano, de
detenerse, curar, compadecerse y encargarse del otro, del herido, del
lastimado, del ultrajado, del arrojado, nos ayudan a ver donde debemos
caminar como cristianos y miembros plenos de nuestra Iglesia.
La mirada hacia Dios nos habla de un cristiano que contempla, que va
rumiando la vida y la Palabra, la va haciendo cargo-asumiendo en la
vida, como verba pero especialmente como res. Un trabajo que vaya
gestando la fraternidad, el encuentro, la reconciliación, el perdón
junto a la justicia, la justicia junto a la verdad y por sobre todo la
caridad, el amor –principio y fin- de nuestra vida.
Como
peregrinos para ser fieles a nuestra vida, conociendo las caídas que
tenemos como seres humanos, nos debe animar la esperanza. Ser mujeres y
varones contemplativos y profetas, pero con esperanza animada.
Seguimos peregrinando...Sergio, laico.
(Reflexiones escritas luego de la renuncia de Benedicto XVI. Luego de la elección del Cardenal Jorge Mario Bergoglio sj decidí que fuera una Carta Abierta a la Esperanza)
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