AMPLIAR Y EQUILIBRAR LA MIRADA HISTÓRICA
A propósito de la investigación publicada bajo el título "La verdad los hará libres”
Sergio L. R. Dalbessio - Licenciado en Educación, fue profesor de Doctrina Social de la Iglesia.
Andrés Marcos Rambeaud - Licenciado en Filosofía, párroco en la Arquidiócesis de La Plata, Jefe de Área de las carreras de Profesorado en Filosofía y Teología en Instituto Terrero y formador en el Seminario Arquidiocesano.
Lucio Florio - Docente e investigador en la UCA, sacerdote de la Arquidiócesis de La Plata, director de DeCyR.
La memoria histórica es esencial para poder enfrentar el futuro y no recaer en antiguas equivocaciones. Lo es también para la Iglesia. En un gesto que fue novedoso, con motivo del cambio de milenio, el papa Juan Pablo II realizó un pedido de perdón por los pecados que la Iglesia había cometido durante su historia. Lo hizo con el apoyo académico de una comisión que estructuró en algunas cuestiones fundamentales lo que habría de constituir el contenido del arrepentimiento eclesial. Más allá del debate producido acerca de cuestiones ligadas a la responsabilidad moral de los agentes del período de historia investigado (ya desaparecidos y, por lo tanto, el perdón se pedía en su nombre), o de cuestiones teológicas (la dimensión histórica, no la mística, de la Iglesia, sería la arrepentida), el gesto se interpretó como una admisión de la dimensión oscura de la intervención de la Iglesia en la historia y un saludable ejercicio de cara a los contemporáneos. Posteriormente, este estilo de reconocimiento de culpas y pedido de perdón, hecho simultáneamente a Dios y a los prójimos contemporáneos, se generalizó también en las iglesias locales.
Es en esta nueva tradición de reconocimiento de lo hecho por la Iglesia en tiempos pasados en donde hay que situar la aparición de La verdad los hará libres, por el momento, en los dos primeros tomos de un total de tres (Planeta, Bs. As., 2023), publicados por un grupo de investigadores de la Universidad Católica Argentina. La obra se presenta como solicitada por el episcopado a la Facultad de Teología y elaborada por un grupo de investigadores y docentes de la universidad, historiadores, teólogos y filósofos. El financiamiento, al menos parcial, provino de una beca de investigación otorgada por la UCA. Su difusión se está llevando a cabo por diversos canales, incluidos algunos institucionales de la misma Iglesia.
FORMA Y FONDO
La primera pregunta que brota espontáneamente en cualquier lector que se topa con esta obra gira entorno a su género literario. La pregunta proviene de una inquietud intelectual, fundada sobre la crítica hermenéutica, que dictamina que las formas literarias condicionan el mensaje. La obra que comentamos es, en este punto, heterogénea. El primer tomo se compone de una crónica confeccionada con testimonios seleccionados, con un hilo conductor puesto por los redactores. El segundo es, por su parte, una publicación de documentos, archivos de la Conferencia Episcopal Argentina, con un importante valor testimonial, pero organizados mediante criterios propuestos por los autores. El tercer tomo, anunciado, constará de opiniones académicas sobre el fenómeno histórico estudiado. Esta triple formalidad literaria demanda, inicialmente, una prevención del lector: no estamos delante de un estudio histórico puro sino de una obra que amalgama datos históricos con interpretaciones particulares, más una narrativa inicial llevada adelante por los responsables del libro. Dicho claramente: no es la verdad histórica pura, sino una combinación de acercamientos a los hechos mediante documentos dados a luz y entrevistas, más una alta dosis de opinión por parte de los responsables de la edición. Esta puntualización hermenéutica lleva, pues, hacia una ulterior calibración epistemológica: no se puede hablar de una verdad histórica que busca una objetividad estricta basada en datos puros, como pueden ser los documentos dados a luz. En realidad, se trata de una aproximación, mediante testimonios y documentos, desde la subjetividad de los redactores y –es necesario admitirlo– indirectamente de quienes tuvieron la iniciativa y encomendaron la investigación, es decir, los obispos de la Conferencia Episcopal.
Esto último se comprende cuando nos situamos en la percepción de un lector no cercano a la Iglesia: lo leerá como un producto de una institución que, ella misma, presenta su propio testimonio y narra su historia.
¿Invalidan estas observaciones el valor de la obra? De ninguna manera. Sólo la ponen en contexto para que puedan evaluarse los matices de evidencias y opiniones que transmite. Bajo esta perspectiva, el título puede resultar engañoso, salvo que, como se ha dicho en algunas presentaciones de la obra, pretenda ser una invitación a aportar más datos objetivos –testimoniales y documentarios– que complementen su visión. En otras palabras, la verdad que libera estaría en el final de un camino del cual esta obra ofrece algunos peldaños.
Finalmente, hay que decir algo acerca no ya de las formas, sino desde el contenido. La obra se propone revisar la actitud de la Iglesia argentina durante el período de violencia de la dictadura militar. En este punto, queda la sensación de que se resalta la posición favorable de parte del episcopado y del clero a la violencia brutal llevada adelante por las Juntas militares. Poco aparece de la actividad de clérigos y laicos relacionados con la guerrilla violenta, incluso en el período previo al golpe de Estado. Sólo para recordar: muchos jóvenes, provenientes de instituciones católicas (Acción Católica, grupos parroquiales, movimientos universitarios, etc.) se volcaron al movimiento Montoneros. Algunos antiguos miembros de Acción Católica fueron responsables del secuestro y posterior asesinato del Teniente General Aramburu (1).
Asimismo, varios sacerdotes y religiosos participaron mediante su conducción pastoral en la ideologización de numerosos jóvenes, entre los cuales hubieron desaparecidos o asesinados. Esta actividad de parte de la Iglesia argentina deber ser integrada en una visión de la historia trágica de aquellas décadas. El temor a incurrir en la “teoría de los dos demonios” puede hacer olvidar que la violencia injusta aparezca, a veces, por dos o más extremos. Está claro que la violencia proveniente del Estado es extremadamente más grave que la producida por civiles, ya que el Estado es el que debe promover la justicia y la paz, y detenta el poder de las armas en función de aquéllas. Pero eso no significa que las acciones violentas originadas en otros sectores no deban ser evaluadas como igualmente perversas. Hay que añadir, desde la perspectiva social, que cuando ciertos grupos Montoneros ligados a la Iglesia comenzaron sus ataques y secuestros, el porcentaje de pobreza era enormemente menor al actual.
¿CUÁNDO EMPEZÓ EL PERÍODO DEL TERROR?
El terror, ¿cuándo empieza? ¿En 1930, como sugiere Ricardo Albelda en su prolijo marco histórico (T. I, Cap. 4: “Del peronismo y antiperonismo al terrorismo de Estado; pág. 193-291)? ¿O en 1976, según la periodización que ofrece el Tomo II (pág. 285ss) al ordenar los textos de los archivos? Habría que hilvanar mejor la narrativa de la época. El terrorismo comenzó antes de 1976, aun cuando después tomara una dimensión brutal. Por tal motivo, violencia subversiva y militar deberían ser relacionadas mediante la "y", y no mediante la conjunción adversativa excluyente "o”.
Aunque se quiera resaltar la absoluta diferencia entre la gravedad de la violencia ejercida desde el Estado respecto de otras, no se puede olvidar que durante los años previos a 1976 hubo un plan sistemático de terror originado en sectores influidos por cuadros de interpretación provistos por regímenes totalitarios de izquierda (2). La expresión “dos demonios” es insuficiente, porque no describe las diferencias, sin embargo, alude a una verdad histórica. Porque, ¿quién puede dudar de la fuerza del mal en los secuestros, bombas y ajusticiamientos en la calle producidos por grupos de iluminados que consideraban que había que dar vuelta violentamente el estado de cosas político del país? El prólogo de Ernesto Sabato al Informe de la CONADEP daba cuenta de ello (3). Su modificación ilegal en sus reediciones, por parte del gobierno de Néstor Kirchner (4), no puede ser transferida acríticamente a la interpretación cristiana de la historia de aquellos años.
En efecto, la memoria eclesial, aun con el dolor que ello provoca, ha de dar cuenta con la mayor objetividad posible de los hechos de la historia y de su responsabilidad en ellos. En ese sentido, es importante ver el todo del proceso histórico donde los años de la dictadura militar fueron precedidos por un período de violencia terrorista (5). Y es en dichos años donde se encuentra una relación entre gente de Iglesia y actos terroristas. El paradigmático caso del secuestro del General Aramburu es uno de ellos, aunque de ninguna manera el único.
Esta laguna en la investigación histórica que comentamos no es absoluta. Hay ciertamente referencias a estos episodios en varios puntos del Tomo I. Sin embargo, el balance final parece ser desequilibrado. Se resalta de tal modo la situación del período militar que, ciertamente –y es necesario reiterarlo– fue muchísimo más grave que la producida durante los años previos. Pero es también preciso afirmar que el gobierno de facto habría sido evitado si se hubiesen enfrentado con los recursos de la democracia, es decir, si así lo hubiesen reclamado los sectores de la vida pública, incluida la Iglesia. Ésta, por lo que parece, no estaba suficientemente convencida del valor de la democracia republicana e, incluso, favoreció caminos violentos por parte de sectores juveniles de sus grupos, sin jamás ser autocrítica al respecto.
La sensación general de La verdad los hará libres es que hubo una fuerza del bien y una del mal, donde algunos sectores de la Iglesia definidos por el nacionalismo católico tuvieron una posición cómplice con la desaparición, tortura y asesinatos de numerosas personas.
La participación, directa o indirecta, de miembros de Iglesia en la violencia previa no está desarrollada.
Queda el sabor de un maniqueísmo (7), caracterizado por un esquema simplista respecto a un período que tuvo blancos y negros, pero también muchos grises.
ALGO QUEDA CLARO: POCOS CATÓLICOS CONFIABAN EN EL SISTEMA REPUBLICANO
Los extremismos de la época dejan entrever una ausencia de confianza en el sistema republicano: prevalecen ideologías ligadas a los socialismos o simplemente marxismos, y otras vinculadas con la tradición nacionalista católica. En aquella época pocas voces reflejaban un pensamiento democrático. Monseñor Vicente Zazpe –que con mucha justicia es mencionado en la obra en numerosas ocasiones– es uno de los pocos que no solamente predicaba contra la violencia, sino que incluía en sus charlas radiales y escritos una fundamentación del sistema republicano de gobierno como camino hacia la paz.
Muchos recordamos su impactante y valiente “Bienaventuranzas para la juventud” en el estadio mundialista de Mendoza, durante el Congreso Mariano Nacional, en 1980, en plena dictadura. En su mensaje invitaba a los jóvenes a la participación política.
Es cierto que en décadas posteriores se hizo un trabajo de diálogo y fortalecimiento institucional, con una importante participación de algunos obispos. Pero eso no se produjo durante los años violentos de la década de 1970, y tampoco se prolongó en el tiempo.
No hubo ninguna voz que, por ejemplo, cuestionara la modificación del prólogo del Nunca más de la CONADEP, donde habían participado tres obispos católicos. El aliento democrático no estuvo presente en gran parte de la Iglesia argentina –como sí lo estuvo en el siglo anterior, cuando Fray Mamerto Esquiú entendió que defender la Constitución era la clave para poner fin a los conflictos internos–.
A MODO DE CONCLUSIÓN
El libro que comentamos es una fuente documental y reflexiva altamente valiosa. Su sesgo, sin embargo, lleva hacia una memoria parcial, donde no aparecen hechos y personas eclesiales que contribuyeron a la violencia desatada en los años previos a la revolución de marzo de 1976. Es necesario complementarlo, como bien señalan sus autores.
A lo mejor esta obra logre ayudar, en la mirada retrospectiva de aquellas décadas violentas, a revisar ese pasado que tanto gravita en el imaginario de muchos argentinos. Por lo pronto, la voluminosa obra es una importante contribución para hacer memoria documentada y crítica de la historia reciente de la Iglesia. Ojalá conduzca a la aparición de estudios complementarios que colaboren a alcanzar una visión integral de aquel pasado tan triste. Porque, es preciso decirlo, ciertamente la verdad nos hará libres, pero sólo si es toda la verdad (9): la histórica en su integralidad y la cristológica, que nos invita a convertirnos y cambiar de raíz nuestro modo de convivencia social y política.
1. Cfr. Montoneros, El mito de sus 12 fundadores, de Lanusse, Lucas, Bs. As., Editorial Vergara 2005, primera edición. El autor señala que el origen cristiano de la organización se delataba en más de una oportunidad, como cuando anunciaban la decisión de “dar cristiana sepultura” a los restos de Aramburu o pedían “que Dios, Nuestro Señor, se apiade de su alma”, en referencia al asesinato del Teniente General Aramburu.
2. Las acciones violentas prosiguieron durante los años posteriores. Así, por ejemplo, el 1° de agosto de 1978 una bomba colocada por Montoneros explotó en Barrio Norte, sobre la calle Pacheco de Melo, y mató a la hija menor del vicealmirante Armando Lambruschini, Paula, a dos vecinos e hirió a otras quince personas.
3. “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países”. Nunca más, 1984.
5. Así lo formulaba, más de una década atrás, Tzvetan Todorov, en “Los riesgos de una memoria incompleta”, El País, 8 de diciembre de 2010.
6. “Casi todos los jóvenes que durante 1970 confluyeron en la organización Montoneros, provenían del campo reformador de la Iglesia Católica. Fue en el contexto del Concilio Vaticano II y en los años inmediatamente posteriores que desarrollaron su primera militancia, al principio sólo social y religiosa. De la mano de numerosos curas, iniciarían en aquellos años un recorrido de consecuencias impredecibles” (Lanusse, op. cit.). Cfr. también: Reato, Ceferino, “Montoneros nació en las sacristías”, Infobae, 3 de marzo de 2014 (https://opinion.infobae.com/ceferino-reato/2014/03/03/montoneros-nacio-en-las-sacristias/index.html). 7. Cfr. Florio, Lucio, "Para una recepción teológica de los años '70", en Criterio, 2174 (9 de mayo de 1996) 203-204; reproducido en Proyecto VII, N° 5 (1996), 37-41 Bs. As.: “El Reino fue en esta época identificado con un proyecto determinado (la patria socialista de los montoneros o la 'occidental y cristiana' de los gobiernos militares). Se puede aprender de estos violentos intentos 'neo-zelotes' de apropiación del Reino de Dios que éste no se identifica con ningún sistema político concreto, ni con ningún partido o movimiento político (cf. Lc 21,8)”.
8. “A veces se espera que la historia dé respuestas simplistas o monocausales porque resulta más fácil de entender, pero la realidad es compleja y requiere diferenciaciones. Hubo distintas opciones entre los laicos, los consagrados y los sacerdotes: sociales, pastorales o políticas, porque sabemos que existían los que pensaban que las transformaciones debían realizarse a partir de los cambios políticos”, (Entrevista a Gustavo Tavelli, Criterio, 2498, Mayo 2023, p. 5). También lo reitera en la página 7, previniendo sobre miradas simplistas.
9. Tal como también lo postula Roberto Bosca en “La verdad que libera es la verdad que completa”, Criterio, 2498, Mayo 2023, p. 50-52.