Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








domingo, 5 de mayo de 2024

ADAM y JAVA EN BABEL

ADAM y JAVA EN BABEL 

“Fue por este río de sueñera y de barro que vinieron las proas a fundarme la patria”
(J. L. Borges)


Luego de un día lleno de preocupaciones y que le urgió buscar variadas soluciones recibió la visita de familiares a los que tuvo que cocinarles y además de dedicarle un tiempo jugando con sus nietos.
Antón entró a la ducha que despedía de los orificios de la alcachofa redonda unos chorros delgados de agua bien caliente, quedó varios minutos recibiendo en su cuerpo esos hilos de agua que lo devolvían a su humanidad. Cerró la llave de paso del agua, salió con cuidado de la bañera, se secó con un grueso toallón blanco de algodón fino, se puso la bata de tela de toalla de color azul y caminó a su dormitorio. Se sentó a la orilla de la cama, se puso en la boca una pastilla de paracetamol de 500 miligramos y bebiendo del vaso de agua que estaba en la mesita sintió que la misma se deslizaba por su garganta y pensó que eso lo haría descansar. Reposó su cabeza sobre dos almohadas y con el control remoto puso el canal de música clásica, y poco a poco entre violines, contrabajos y pianos que susurraban una música medieval se fue durmiendo.

Los duendes o fantasmas que salen por la noche abordaron sus pensamientos y se vio levantando piedra sobre piedra, estaba edificando sin saberlo aquella torre que un lugar llamado Babel traería, según cuenta la historia, un sinnúmero de lenguas y que los hombres no se podrían ya comunicar con la familiaridad que lo venían haciendo. Pedía pan y agua en su idioma pero los demás no lo comprendían tuvo que usar sus manos para hacer señas y obtener lo que quería. A la noche mientras el fuego iluminaba los rostros cansados cada uno de ellos comenzó a cantar, musitar o recitar en voz alta con sonidos ininteligibles, no se sabía si eran poemas o bien salmos, pero el corazón de cada uno vibraba con los que decía y con lo que escuchaba.


Los sueños no querían abandonar esa noche a Antón y siguió caminando por el desierto junto a otros hombres y mujeres. Fue sintiendo el sol en su cuerpo que sudaba y su garganta seca que pedía agua. Divisaron a cierta distancia el mar y algunas embarcaciones. El último tramo lo hicieron, a pesar de su agotamiento, casi corriendo. Los tripulantes de aquellas barcazas los miraban azorados y comprendieron sin mediar palabra su desesperación. Saltaron algunos de ellos para auxiliarlos. Bebieron del agua que les fueron repartiendo esos hombres de mar y sus lenguajes eran similares, como si desde aquella torre que los separo hasta este mar que los unió alguien se hubiera apiadado de sus desgracias.


La noche tenía un cielo poblado de estrellas, eran como preciosos diamantes sobre un paño negro que no tenía ni principio ni fin. Los caminantes y navegantes se unieron en una fiesta, siempre alrededor del fuego, bebidas y pescados eran las delicias de aquellos pocos seres humanos que parecían habitaban la tierra. Antón observó en un rincón a un hombre que estaba solo. El líder del grupo de los hombres de mar se le acercó a Antón que era considerado el guía de los hombres que venían del desierto y le dijo: “aquel es Caín, nadie lo puede tocar, el mismo Dios que paseaba por los jardines de la creación se nos acercó trayéndolo y dándonos la misión de que lo debemos cuidar”. Y entre cantos y risas aquellos primeros seres humanos pasaron esa primera noche juntos. La luna los iluminaba a todos por igual. La humanidad había conocido la violencia de Caín sobre Abel, la idea de llegar hasta el cielo en Babel y la paciencia y misericordia de un desconocido al que llamó Dios. Mujeres y hombres se amaban sin condicionamientos, eran libres. Antón se enamoró de Java y en la proa de aquella barcaza en esa noche de luna llena entre gemidos y susurros engendraron al profeta.


Antón despertó todo sudado, no reconocía donde estaba, sentía en su cabeza el bamboleo de esa barcaza, recordó a esa mujer morena y mientras se recomponía de ese sueño pensó en aquella frase que leyó tantas veces de Jack Gilbert “Mi amor es un centenar de cántaros de miel”.
Se levantó, fue hasta “la toilette” –así rezaba el cartel que su hija puso en la puerta para darle un toque francés, abrió la canilla y juntando sus manos se pasó por la cara esa agua fresca y al mirarse al espejo corrió por su pensamiento aquella frase que había leído unos días antes “que al vivir su historia personal estaba viviendo la historia de la humanidad”.


Se dirigió a hasta la mesada de la cocina, se sirvió un café, lo puso en el microondas, lo calentó y luego ya sentado en la silla mientras bebía tomó con la otra mano el celular, abrió el WhatsApp y leyó el mensaje que lo devolvió a la realidad cotidiana.
Sergio L. R. Dalbessio

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