
En Memoria de Roger, uno de los inspiradores en mi vida de seguimiento de Jesús, en un nuevo aniversario de su asesinato.
Hace unos
años era asesinado en Taizé el Hermano Roger (1915-2005). La Comunidad
de Taizé es una comunidad monástica cristiana ecuménica fundada por
el teólogo suizo Roger Schutz (conocido como Hermano Roger) en 1940
en la localidad de Taizé, Francia, que continúa siendo su sede.
En los
años 80 me obsequiaron un pequeño libro que hablaba de dicha comunidad. En la
tapa se encontraba una foto del Hno. Roger con el Papa Juan Pablo II. Me
impactó su figura diminuta y su rostro que trasuntaba paz, alegría y amor.
Escribía
el Hno Roger: “Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la
intuición que una vida de comunidad pudiese ser el signo que Dios es amor y
solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear
una comunidad con hombres decididos a dar toda su vida y que buscasen
comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón
y la simplicidad estuviesen al centro de todo”.
Su vida
estuvo impregnada por Jesús. Ese Jesús que llama a todos a reunirse en una mesa
común para compartir el pan de la justicia, de la equidad, de la fraternidad, de
la unidad, del perdón y la reconciliación.
Al repasar su vida, sus escritos, se puede decir que se está frente a uno de
esos seres humanos que nos llamar a contemplar el misterio de la vida y de
Dios.
¿Cuántos
adjetivos le hemos puesto a Dios para describirlo, personalizarlo, darle una
forma y definirlo? ¿Por qué tantos dogmas para explicarlo y tan poca
experiencia de su presencia?
La
creación es un misterio que nos sorprende cada día. Dios es un misterio. El
misterio no necesita explicación. Solamente está ahí para ser contemplado.
Taizé es un centro de encuentro. Allí convergen años tras años miles de
personas, especialmente jóvenes, que arriban de diversos puntos del mundo en
búsqueda de Dios. En el silencio, en las miradas, en la naturaleza, en la liturgia
se produce ese encuentro de Vida.
Lo que
rodea a quién se encuentra en Taizé es pura invitación a encontrarse con Dios.
También ese contacto con diversas lenguas y culturas diferentes, para unirse en
el mismo ruego de alabanza y agradecimiento, generan la búsqueda de fraternidad
y unidad en la diversidad.
Los momentos más importantes en Taizé están marcados por la oración común, que
tiene lugar en la Iglesia de la Reconciliación tres veces al día. Al son
de las campanas se detienen los trabajos, los encuentros grupales, y todos,
jóvenes, mayores y niños, se reúnen con los hermanos para la oración.
La
pequeña comunidad monástica se centra en la oración, la meditación cristiana y
la reconciliación.
La Comunidad es un signo visible y palpable de la reconciliación y unidad de
los cristianos. La Comunidad no acepta ningún donativo y los hermanos se ganan
la vida con su trabajo, y sus herencias personales las dan a los más pobres.
Hay pequeñas fraternidades de hermanos en los barrios pobres de Asia, América
del Sur y del Norte y África.
 |
Hno Roger de Taizé |
Por eso
afirmamos que la antorcha del ecumenismo prendida por el Hermano Roger hace
muchos años, no se apaga, sigue pasando de mano en mano, de corazón a corazón
entre aquellos que caminamos con la esperanza de la unidad en el respeto por
las creencias de otros seres humanos.
El Concilio Vaticano II trajo un gran
aire de frescura para la comunidad Iglesia. Misión, liturgia, ministerios,
diálogo, oración, lectura de la Palabra de Dios, compromiso social, medios de
comunicación fueron algunos los tantos temas tratados en esas reuniones. El
soplo del Espíritu Santo fue generando cambios dentro de la Iglesia.
El Hno
Roger lo sabía, por eso expresó: “Si desapareciera la fiesta entre los
hombres… Si llegáramos a despertarnos un día en una sociedad saciada, pero
vacía de espontaneidad… Si la oración se volviera un discurso secularizado
hasta el punto de evacuar el sentido del misterio, sin dejar lugar a la oración
del cuerpo, a la poesía, a la afectividad, a la intuición… Si llegáramos a
perder una confianza de niños en la eucaristía y en la palabra de Dios… Si, en
los días en que todo se vuelve gris, destruyéramos lo que hemos captado en los
días luminosos… Si fuéramos a rechazar una felicidad ofrecida por Aquél que
declara ocho veces «Dichosos…» (Mateo 5). Si del cuerpo de Cristo desaparece la
fiesta, si la Iglesia es lugar de estrechamiento y no de comprensión universal
¿dónde encontrar sobre la tierra un lugar de amistad para toda la humanidad?”
(Vivir lo inesperado, palabras en la apertura del Concilio de los Jóvenes en
Taizé, en 1974).
El mundo,
América Latina y Argentina necesitan renovar sus aires de esperanza,
encontrarse, ser más fraternos, vivir intensamente el profetismo como anuncio
de la vida y su dignidad. La Palabra de Dios recuperada por el pueblo desde
hace ya muchos años es un manantial que genera vida, es agua fresca donde
podemos abrevar y refrescar nuestro corazón, nuestro espíritu, sanar nuestras
heridas.
Deberíamos
preguntarnos: ¿cuánta responsabilidad tenemos los cristianos en el vaciamiento
de contenido la Palabra de Dios?
“Los que
crean un lugar de compartir son ciertamente signos de contradicción, en un
tiempo en que las desconfianzas se acrecientan entre los hombres. Nuestra época
conoce una crisis de confianza en el hombre sin precedentes. Hay entre las
personas una necesidad de sospecha que llega desfigurar las intenciones. Por
parte de muchos gobiernos es la violencia de Estado, visible o camuflada, la
persecución, la prisión política, el exilio. Y por tanto, desde la noche de los
tiempos, son muchos los que han oído, incluso confusamente, una voz que, les
decía: “En ti, hombre, yo tengo confianza”. Estos saben buscar.” Expresaba esto el Hno Roger en
Calcuta-Chittagong el 1 de diciembre de 1976.
La Eucaristía
para el Hno Roger es un signo de fraternidad, de diálogo, de poder salir al
encuentro del que necesita – además del afecto, del cariño – de aquellos
elementos materiales que lo hagan vivir una vida digna. “Ya en el siglo IV,
un obispo de Milán, San Ambrosio, estaba muy preocupado viendo como algunos
cristianos acumulaban bienes. Él les escribía: “En común ha sido creada la
tierra para todos. Nadie es rico por naturaleza, pues, ésta nos engendra
igualmente a todos. No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo
suyo. Pues lo que es común y que ha sido dado para el uso de todos lo usurpas
tú solo”. Para transformar tu vida, nadie te pide caer en una austeridad
puritana, sin belleza ni alegría. Comparte todo lo que tienes, encontrarás una
libertad.
Resiste al consumo; multiplicar las compras es un engranaje sin salida. La
acumulación de bienes (reservas), para ti mismo o para tus hijos es el comienzo
de la injusticia. El compartir supone una relación de igual a igual que nunca
crea dependencia. Esto es verdad tanto entre los individuos como entre los
Estados.
No es posible cambiar el nivel de vida en un día. Es por eso que pedimos
insistentemente, a las familias, a las comunidades cristianas, a los
responsables de las Iglesias, establecer un plan de siete años que les permita
abandonar, por etapas sucesivas, todo lo que no es absolutamente indispensable,
empezando por los gastos que nos dan prestigio. Y sobre ello, ¡cómo quedarnos
en silencio ante el escándalo de los gastos que para tener prestigio hacen los
Estados” (Carta a todas las generaciones, 7 de diciembre de 1977).

Expresaba
el Hno Alois: “Para el hermano Roger, la búsqueda de una
reconciliación entre los cristianos no era un tema de reflexión, era una
evidencia. Para él, lo principal era vivir el Evangelio y transmitírselo a los
demás. Y el Evangelio sólo puede vivirse en comunidad, estar separados no tiene
sentido.
Desde su juventud, intuyó que una vida de comunidad podía ser un signo de
reconciliación, una vida que se convierte en signo. Por ello, pensó en reunir a
un grupo de hombres que desearan reconciliarse, algo que ha llegado a ser la
primera vocación de Taizé, es decir, constituir lo que llamó «una parábola de
comunión», un pequeño signo visible de reconciliación.”
 |
Aquí descansa el cuerpo del Hno Roger |
En estas palabras escritas en 1980 y dirigidas a
toda la Comunidad nos invita Roger a luchar por un corazón reconciliado:
“Tú que, sin mirar hacia atrás, quieres seguir a Cristo, prepárate, mediante
una vida bien simple, a luchar con un corazón reconciliado.
Allí donde estés, no temas la lucha en favor de los oprimidos, creyentes o
no. La búsqueda de justicia urge a una vida de solidaridad concreta con
los más pobres… La palabra, sola, puede convertirse en una droga.
Cueste lo que cueste, prepárate también a la lucha dentro de ti mismo, para
ser hallado fiel a Cristo hasta la muerte. A través de esta continuidad de toda
una existencia se construye en ti una unidad interior que permite franquearlo
todo.
Luchar con un corazón reconciliado supone mantenerse firme en medio de las
tensiones más fuertes. Lejos de ahogar tus energías, semejante lucha te invita
a concentrar todas tus fuerzas vivas.Tus intenciones serán tal vez
desfiguradas. Si rehúsas perdonar, si rehúsas la
reconciliación, ¿qué reflejas de Cristo? Qué tiniebla en tu interior, si no
hay una oración por tu adversario. Si pierdes la misericordia, lo has perdido
todo.
Solo, no puedes gran cosa por el otro. Pero juntos, en comunidad, penetrados
del soplo del amor de Cristo, se efectúa ese pasar de la aridez a la” creación
común. Y cuando una comunidad es fermento de reconciliación en esa comunión que
es la Iglesia, lo imposible se torna posible.”
Sergio Dalbessio