Hace escasos meses me enteré por una de las redes
sociales del fallecimiento de JUAN CARLOS GIECO. Enseguida se disparó en mi
mente y corazón una serie de imágenes, palabras, gestos y recuerdos sobre él.
Lo conocí, o mejor expresado, los conocí a Mónica, su esposa, allá por los
finales de los años 70.
No recuerdo en concreto qué persona me los presentó, pero
vagamente y hurgando en el arcón de la memoria me parece que fue en la Parroquia
del Perpetuo Socorro, situada en la calle Bv. Sáenz Peña, cerca del camino
interprovincial, donde San Francisco se une con Frontera. Lugar donde Córdoba y
Santa Fe hacen una simbiosis o un imaginario abrazo de dos realidades muy
diferentes, socialmente hablando.
Estaba en esa Parroquia el Padre Pedro Ludueña Sueldo.
Juan Carlos y Mónica pertenecían a la Renovación Carismática, una corriente
dentro de la Iglesia Católica con orígenes en el pentecostalismo que oraba en
forma similar a los primeros cristianos y que tienen como eje central al
Espíritu Santo.
En esos años era una corriente eclesial no muy bien vista
ni querida por la jerarquía y más aún podría decir que perseguida y combatida
por esta y sus seguidores. En San Francisco, con una sociedad cerrada,
retrograda y un esquema de iglesia medieval, cuya cabeza era un obispo sin
luces y con muchas sombras y un clero que lo igualaba –salvo excepciones de
algunos religiosos que caben en la palma de mi mano–. Contaban en charlas
eclesiales que una vez a este monseñor –como gustaba que lo llamaran; si le
decían “monseñor doctor” mejor todavía y que siempre estiraba su mano para que
besaran su anillo- preguntó a su clero como veían el andar de la diócesis. Un
sacerdote que me reservo el nombre le dijo: “la diócesis es como una bicicleta
con piñón fijo y sin cadena, pedalea, pedalea y siempre está en el mismo
lugar”.
Allí estaban Juan Carlos, Mónica y algunas personas más.
Yo ingresé a ese “grupo de locos” porque siempre fui como una especie de buen gladiador de causas
pérdidas. Digo “locos” ´porque era esa la palabra que usaban los que nos
señalaban con el dedo, entre ellos varios que después con el pasar de los años
y viendo que estos grupos crecían y sumaban gente, hicieron una rápida conversión y también
pasaron a ser carismáticos. Según ellos, sin dejar de ejercer el control
pastoral sobre los carismas, como si pudieran atrapar entre sus manos los dones
del Espíritu Santo. ¡Qué ilusos! para no decir ¡qué tontos!
Hasta la misma Iglesia al mando de Juan Pablo II los acogió
con gran alegría y los carismáticos de
ser perseguidos pasaron a ser parte del poder…ahí ya terminó mi participación
en estos grupos…porque el Espíritu Santo no sabe de burocracia ni de poderes y
honras…sino de libertad.
Pero sigamos con nuestro amigo Juan Carlos. Conocí de
pequeños a dos de sus hijos, Carolina y Juan Pablo. Recuerdo casi todos los días haber frecuentado su casa
durante el verano. Escuchaba sus teorías, sus tesis sobre un montón de temas,
muy variados ellos –iglesia, política, música, poesía, etc–. Muchas veces fui
testigo de discusiones sanas entre ambos –Mónica y Juan Carlos–, mientras los
pequeños jugaban, lloraban y reclamaban el cambio de pañales o la comida, o
querer ir a dormir la sagrada siesta provinciana.
Me introdujo, Juan Carlos, a la lectura de la poesía de Pablo Neruda y a escuchar a aquellos chilenos exiliados Los Jaivas en el inolvidable casset “Alturas de Macchu Pichu”.
Me hablo de Jorge L. Duretto, que fue uno de los varios desaparecidos de San Francisco. Vivía en la calle Cabrera, a dos casas de Juan Carlos. Este muchacho Jorge, a veces, venía a mi casa con su papá Don Luis tenía una sociedad con mi abuelo. Recuerdo que le gustaba mirar televisión, lo vi pocas veces, yo era mucho más chico que él. Hincha de Independiente.
Juan Carlos me relataba que el lunes que partió hacia Córdoba le dejó unas revistas por debajo de la puerta de su garaje. Nunca más volvió. Dicen las crónicas: “DURETTO, Jorge Luis. Nació en Las Petacas el 18 de enero de 1953, se crió en San Francisco. Cursó el secundario en el Colegio Nacional San Martín hasta tercer Año y terminó en el Colegio de las Monjas de San Guillermo. Secuestrado y desaparecido en Córdoba, el 14 de agosto de 1976. Tenía 23 años, se lo vio en La Perla. Militaba en la Organización Comunista Poder Obrero”. Y Juan Carlos lo recuerda en un artículo titulado: “Diálogos de clase media (por Juan Carlos Gieco) - En memoria del gringo Duretto compinche y amigo. Asesinado en La Perla”http://argentina.indymedia.org/news/2002/06/34240_comment.php
Fui a uno de los primeros que le comenté mi decisión de
ir al seminario, mi visitó alguna oportunidad donde no fue bien recibido por
los curas y a quién también le confidencié
mi decisión de no seguir en la vida religiosa y ponerme de novio. Me alentó y recuerdo
que hasta me prestó el teléfono del negocio de su papá, allí en la avenida
Libertador (N) para llamar a quien luego sería mi novia y esposa. Era el 19 de
diciembre de 1982. Era una persona generosa. Nunca estaba en el negocio, siempre
daba vueltas, o por la galería que daba a la Av. 25 de Mayo o bien en Bahía
tomando un café o discutiendo con alguien. Su papá lo buscaba y le decía: “Juan Carlos te
están esperando”. Es bueno no olvidar que eran tiempos de dictadura militar y
San Francisco no era un territorio ajeno a lo que sucedía en el país.
Las anécdotas que no fue bien recibido por los curas que
eran mis superiores en el seminario es porque Juan Carlos en su años de estudio (según me relato
él) paso por el Instituto Pablo VI que dependía de los Misioneros de la
Consolata, allí tuvo un altercado con un
sacerdote y él – Juan Carlos– le dio un palazo en la espalda que le valió su
expulsión y que no se pudiera quedar esa noche en el seminario.
Acompañe su mudanza cuando fueron a vivir al Barrio jardín,
ese día casi fundo uno de los rastrojeros de mi papá y casi me matan a mí por
él.
Después mantuvimos algunas relaciones epistolares. Con el
retorno de la democracia, yo ya estaba
viendo en Buenos Aires, y él comienza su
vida política pública en la Juventud Radical y que lo lleva a tener una
relevancia en la estructuras partidarias en la provincia de Córdoba, esto por
lo que escuche y leí, pero no fui testigo de ésta época de Juan Carlos por el
sencillo motivo que no continuamos la frecuencia que necesitaba la amistad.
Años después una de las pocas veces que volví a San Francisco
lo visite en la óptica tenía en la calle Rivadavia. Y luego se trasladó al Bv. 9 de Julio esquina Córdoba.
Allí atendió a mi abuela Teresa que a sus 85 años se quejaba de la vista, que
no veía bien porque le costaba enhebrar la aguja y él le dijo abuela yo quisiera
tener su vista, agradezca la que tiene.
Me contó que había tenidos dos hijos más. Juan Pablo que
ya era adulto trabajaba con él. Su mamá había fallecido. Sí recuerdo haber saludado
a Don Gieco –su papá-. Me comentó que estaba pensando la posibilidad de irse a
vivir a España. De ahí en más no lo vi nunca más. Después supe que se había ido
a España y que allí tenían un restaurant en Murcia llamado Bullas.
La magia de las redes sociales y un amigo en común-
Carlos Benecke- hizo que nuevamente nos comunicáramos. Esto duro un tiempo. La
grieta que comenzó a dividirnos a los argentinos el 25 de mayo de 2003 también
llegó a nuestra amistad.
El defendía –viviendo en España- el modelo político que imperaba
en Argentina y yo viviendo en Argentina y experimentando la realidad, no. Una
serie de comentarios desafortunados de ambos hizo que de mi parte optará por no
continuar la amistad. Una pena, un dolor, pero es parte de la vida. La grieta
nos había tragado.
De vez en cuando sabía noticias por Carlos, que me comento que estaba
esperando un trasplante, que luego lo había recibido y al tiempo supe de su
Pascua.
Juan Carlos fue un tipo de su tiempo, luchador, polemista
y polémico, emprendedor y generoso. Así
lo recuerdo, así lo vuelvo a pasar por el corazón. Tuvo a su lado a una gran
mujer que se llama Mónica Pino, queda ella, sus hijos y sus nietos... y sus
interminables amigos.
Lo de la grieta fue un error mío que debería haber saltado
conociendo a Juan Carlos, pero ambos nunca supimos bajarnos de los caballos y
fusta y fusta seguíamos corriendo.
Estas simples palabras son para homenajear a Juan Carlos
que tuvo su encuentro con Dios que lo recibió con los brazos abiertos. Me lo veo discutiendo y polemizando allí en
el Paraíso.
Hasta siempre Juan Carlos.
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