Hace un mes nos conmovimos con el brutal ataque a nuestro
querido Tofito. Estamos casi acostumbrados en esta Argentina de los últimos
años a hechos de violencia cotidiana. No nos inmuta. Pero la noticia a aquellos
que lo conocimos sí nos llegó al corazón. Ayer a la tarde hablando por teléfono
con mi papá me decía “Lo de Sufia me hizo
mal, porque él no era un maestro cualquiera, él era como de la familia”.
Fue maestro de mi primaria en cuarto y quinto grado.
Recuerdo su forma serena de transmitir los conocimientos y su fuerte actitud
cuando debía ejercer justicia ante lo injusto. Siempre bien vestido: sus
pantalones impecables, sus camisas planchadas en forma puntillosa, su saco a
cuadros y su corbata al tono. Su letra caligráfica, imborrable en nuestras
mentes ya que uno sabía cuando él escribía en el pizarrón de cualquier aula.
Siempre dispuesto a escuchar.
Era la primera vez que teníamos un maestro varón. El
temor corría en nuestra sangre, pero con el pasar del tiempo, de los días, se
fue diluyendo porque su trato amable nos fue dando la confianza en esa persona al
que llamábamos profesor o maestro Avelino o Sufía. Luego iría surgiendo con los
años el Tofito.
Para el día del maestro le regalamos una
bicicleta de color naranja. Los padres juntaron el dinero, fueron a la fábrica
Clerici y la trajeron. Por años lo vimos en su simplicidad dando vueltas por
todo San Francisco con esa bicicleta y no la puedo dejar de asociar al
tango-polca “La bicicleta blanca” del
maestro Ferrer que dice”El flaco que tenía la bicicleta blanca; Silbando una polkita cruzaba la
ciudad”.
Con esa bicicleta hicimos diversas excursiones, eran
verdaderas salidas de estudio. Íbamos a tal o cual campo. Cuaderno, vianda y
cada uno en su bicicleta. También era un tiempo para hacer bromas o gastadas a
los compañeros. Nadie dudaba de su responsabilidad como maestro hacia cada uno
de nosotros. Eran tiempos en que los padres sabían que el maestro enseñaba y
educaba, y reforzaba todo aquello que se aprendía en la casa. Ningún padre se
habría atrevido, ni siquiera pensado desautorizar al maestro o menos ejercer
violencia sobre él.
Papá me contaba una anécdota: una mañana Tofito citó a
los alumnos de un grado –voy a reservar el año y los alumnos aunque los
conozco- para realizar una salida hacia Josefina. Estaban cada chico con su
bicicleta y los papás esperando para que partieran. Él agarró una lista y
empezó a nombrar a varios chicos, y después agregó “ustedes no van y ya saben porque, hablen con sus papás”. Fue sorpresa para los padres y no para
los chicos que no habían hecho en algo muy simple “no numeraron las hojas de todos los cuadernos en el tiempo
y forma que lo había solicitado”. Por eso sabía ejercer la justicia sin
importarle condición social ni apellido.
Si un chico tenía problemas o faltaba por alguna
enfermedad a clase él se llegaba con su bicicleta hasta la casa para preguntar
por su salud y cómo iba con el estudio. En ese tiempo no había fotocopiadoras y
los papás iban a la tarde a la casa de un compañero a buscar la tarea. Aún en
la cama enfermo se llevaba día a día lo realizado en clase y cuando nos reintegrábamos
no nos faltaba nada. También leyendo algún cuaderno que todavía da vueltas en
mi biblioteca vi que tenía la pedagogía de la autocorrección y observando dos
de ellas recabé en dos compañeros: uno Sergio Gazzola que estuvo en un breve
tiempo en el grado y el otro Claudio A.
Ferrario que falleció luego de un accidente en bicicleta.
Cuando fuimos a ver “El
hombre de la Mancha” recordé que nos había hecho actuar para una fiesta de
fin de año del colegio. La fiesta se hizo en el antiguo Cine Mayo de la calle
Garibaldi. Tuvimos que ensayar durante mucho tiempo. Los ensayos eran a
contraturno. A la mañana se iba a la escuela. Teníamos unos trajes negros y
había un dios Balabú al cual le rendíamos homenaje, con danza y música, según
la crítica del momento fue muy buena. Sufía era un hombre educado y un maestro
culto.
Conocía de literatura, de cine, de música y de todos los
temas que pudieran ayudar a formar personas. Cuaderno, tiza, ejercicios, libros,
Así fuimos hilvanando el conocimiento en nuestras vidas. Nos hablaba “de la dignidad, de la ética, de la
caballerosidad, aquellas que nos lleva a los caballeros de la mesa redonda y al
mítico reino de Camelot….veía la magia dónde no la había” (Introducción en
el programa “El hombre de la Mancha” versión musical, Bs. As., 2015)
Estimo que mucho de mi vocación a ser docente se la debo
a él. Hace unos diez años en mi última visita a San Francisco nos cruzamos.
Estuvimos charlando. Me contó que daba catequesis y estaba con varios
proyectos. Nunca dejó de hacer cosas. Siempre jovial, ameno y bien vestido. Todos
los querían, cuidaba unas tierras contiguas a su casa del ex ferrocarril Belgrano
y había realizado un pequeño paraíso. A todos les regalaba plantas y flores.
Seguramente cada uno de mis compañeros y cada persona que
lo fuimos conociendo a través de los largos años podríamos contar cientos de
anécdotas que vivimos con nuestro querido TOFITO.
Este pequeño escrito quiere ser una carta de
agradecimiento a una de las personas que en la infancia, una época de sueños,
de quimeras, supo plasmar en el corazón y el espíritu de cada uno; el luchar
por los molinos de viento, o sea por los ideales de la vida. Su mensaje siempre
fue de paz, de diálogo en tiempos de los setenta donde la violencia era una
cotidianeidad y la ciudad de San Francisco no escapaba a ella, sino recordemos
solamente “el Tampierazo” y aquel
muchacho Molina asesinado por un policía en esa triste jornada.
El 15 de noviembre del año próximo pasado él estuvo
almorzando junto a todos aquellos compañeros de la decimotercera promoción – la
13- que se juntaron luego de treinta y cinco años de egresar del Instituto
Sagrado Corazón de los Hermanos Maristas.
Estuvo alegre, jovial y con ganas de compartir con sus alumnos ese
espacio de reencuentro y camaradería. Seguramente desde su madurez habrá mirado
con alegría el florecer de lo que había sembrado durante tantos años y sentirse
satisfecho de su labor como MAESTRO.
La Pascua de Tofito fue para todos nosotros volver a
pasar por nuestro corazón y nuestro espíritu todo aquello vivido en estos
largos años junto a él. Esa es su Resurrección, en cada uno de nosotros. Podría
aplicarle a Avelino “Tofito” Sufía aquel final que escribí hace unos años para
otro gran maestro de mi vida que fue Pedro Armano: esa frase de Adso de Melk,
uno de los personajes de “El nombre de la rosa”: “Y es duro para este viejo
monje, ya en el umbral de la muerte, no saber si la letra que ha escrito
contiene o no algún sentido oculto, ni si contiene más de uno, o muchos o
ninguno.”.
Este monje adulto le dice a usted TOFITO que tenga la tranquilidad que la letra escrita tuvo un gran sentido porque cultivo el don maravilloso de la amistad.”.
Este monje adulto le dice a usted TOFITO que tenga la tranquilidad que la letra escrita tuvo un gran sentido porque cultivo el don maravilloso de la amistad.”.
¡¡¡GRACIAS TOFITO!!!
4 comentarios:
Gracias Sr. Dalbessio por tan emocionante homenaje. realmente así era él. Fui su vecina muchos años, y siento dolor al pasar frente a su casa y su jardín en el FF.CC. que hizo con tanta dedicación. Un ejemplo de maestro y de persona. Gracias.
Gracias Sergio por el recuerdo de Tofito. No lo tuve de maestro en la primaria, porque entré en el secundario a ese colegio. Desde el piso de arriba lo veíamos siempre vestido pulcramente, con esos bigotes temibles. Años más tarde, ya recibido, tuve oportunidad de charlar con él y descubrí a una persona exquisita. Así era él. Saludos desde la promoción '82.
Gracias Inés y Roberto por los comentarios. Gracias. Lindo barrio al lado de esas vías donde jugué durante mi infancia y bien por la promoción 82, soy de la 79 XIII promoción.
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