(Reflexiones “simplonas”
sobre país-soja-ecología y sociedad)
La soja es una buena planta. Nos da alimento y varios
productos más derivados de la misma. Su semilla se ha esparcido por doquier en
nuestro vasto territorio. Como alimento no es objetable, puede paliar en parte
la hambruna que recorre este mundo, comenzando por casa.
Sin embargo el desborde que tuvimos en los últimos casi 20
años de terrenos sembrados de soja nos ha llevado a un sinnúmero de sinsabores.
Logros por un lado, pero también fracasos.
Al daño ambiental –conocido y padecido por los argentinos a lo
largo y lo ancho del país- se le suma el social, que es un flagelo que como el
anterior nos llevarán años reconvertir.
Daño ambiental: bosques aniquilados, selvas devastadas y
gran tala de árboles. Esto trajo como consecuencia una mutación y traslación
del sistema de la flora y la fauna.
Desborde de ríos con inundaciones y daños en vastas poblaciones. Envenenamiento
de personas y animales por agrotóxicos para darle más fuerza y prontitud a la
planta en su crecimiento. Se dejaron de cultivar otros granos: maíz, trigo,
girasol, etc. El cambio de recibir un cheque mensual por el campo alquilado fue
dejar de criar animales y bajar la productividad de la leche. Así podríamos
nombrar una serie de elementos que impactaron en forma negativa en nuestro
sistema ecológico-ambiental.
Al principio –con las retenciones a la soja- el gobierno comenzó a tener en las arcas del Estado un
dinero que entraba a chorros. Un dinero que debía canalizarse en obras públicas:
puentes, caminos, rutas, agua potable, sistemas de cloacas, escuelas,
hospitales y obras que apuntalaran el sistema social en forma ascendente en su calidad
de vida.
Nada de lo anterior ocurrió, el dinero se fue esparciendo en
planes sociales, en comprar voluntades políticas, y en obras nunca
realizadas. Ese gran chorro se fue convirtiendo
“un choreo nacional”.
Pero quiero volver en el daño social infligido por los
dividendos obtenidos por la soja: planes sociales que tenían un inicio y un fin
se convirtieron en eternos. Esto generó una captación política partidaria de
amplios sectores de la sociedad, también conculco sueños y proyectos personales
de muchas personas que querían una vida mejor. Marchas y piquetes se convirtieron
en un trabajo para muchas personas, muchos adolescentes que debían estar
estudiando estaban cortando una ruta.
Abuelos, padres e hijos se fueron transformando en
ignorantes, en generaciones sin trabajo y obviamente a obtener un dinero que
fue pan para su momento, pero en el tiempo se fue trastocando en hambre y en
decadencia. Muchos –no todos- siguieron obteniendo esos dineros de forma
ilícita. El narcotráfico también supo dónde anclar, el buen y rápido dinero es
apetecible para muchos que viven el presente –sin memoria del pasado y sin
esperanza para el futuro.
Simplemente pienso que la soja fue una gran oportunidad para
tener un alimento más con todos sus derivados que nos permitiría crecer como
sociedad. Fue una fiebre incontenible para muchos que llenaron sus arcas
sembrando o haciendo sembrar dicha semilla. Pero la misma no usada
correctamente nos ha infligió a los argentinos un gran daño: ambiental y
social. Ambos serán muy difíciles de poder revertirlos porque ya llevan muchos
años enquistados en nuestro cuerpo social.
La avaricia y la codicia no poseen límites. La avaricia y la
codicia no saben de clases sociales. Corroen a todos los seres humanos por
igual. Solamente pensando en términos humanos y de hermandad podemos planificar la solución de
los problemas que nos atañen para la plenificación personal y social de todos los integrantes de la
comunidad humana.
Solamente son ideas que me atraparon un domingo a la mañana
y no quería dejarlas dar vuelta por mi pensamiento, sino volcarlas en una hoja
mientras las loritas siguen creciendo y desplegando sus verdes alas en una
parte del cielo bonaerense.
Sergio L. R. Dalbessio
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