El vendió sus sueños y acortó caminos.
Más les puedo asegurar que no tuve nunca más un amigo igual
El perdió lo suyo y yo también perdí lo mío
Algo nos cambió el perfume tierno del estío
Entre bambalinas yo juego a estar vivo
El cepilla un perro todos los domingos
Ya no creo que recuerde nuestro río
Más les puedo asegurar que no tuve nunca más,
un amigo igual Aún recuerdo su sonrisa y siento que el destino
Es como algunas botellas donde duerme el vino
Unas se conservan y otras se avinagran,
Y aunque el tiempo mate ciertas bellas almas
Siempre guardo lo que fuera suyo y mío,
Y les puedo asegurar que no tuve nunca más un amigo igual.
Más les puedo asegurar que no tuve nunca más un amigo igual
El perdió lo suyo y yo también perdí lo mío
Algo nos cambió el perfume tierno del estío
Entre bambalinas yo juego a estar vivo
El cepilla un perro todos los domingos
Ya no creo que recuerde nuestro río
Más les puedo asegurar que no tuve nunca más,
un amigo igual Aún recuerdo su sonrisa y siento que el destino
Es como algunas botellas donde duerme el vino
Unas se conservan y otras se avinagran,
Y aunque el tiempo mate ciertas bellas almas
Siempre guardo lo que fuera suyo y mío,
Y les puedo asegurar que no tuve nunca más un amigo igual.
Tiernamente amigos (Víctor Heredia)
Soy un bicho de radio. En el éter me siento más cómodo.
La mente puede navegar sin inconvenientes. Hoy escuchando Bravo Continental, el locutor
Fernando Bravo hizo un homenaje a Víctor
Heredia. La primera canción que nos hizo escuchar fue Tiernamente amigos, la versión
de Heredia junto a Jairo.
Escuchando la canción fui nadando en emociones a mi
infancia-adolescencia. Recordé a mi amigo Jorge Raúl. Un vecino que vivía frente
a nuestra casa. En un pasillo dónde había dos casas muy pequeñas. En una la
habitaba un matrimonio con tres hijas: Don Román Gallegos, su señora y sus
hijas Mónica, Mabel y Marcela. En la otra estaban Doña María, Jorge mi amigo,
su tío Alberto y Ana.
Durante años lo llamábamos cariñosamente el negrito por
su tez. Petiso y regordete. Era un gran pibe. Muy bueno. Por esas cosas de la
vida fuimos compartiendo los juegos de la infancia: fútbol, figuritas, bolitas,
andares en bicicleta y todo aquello que los pibes podíamos hacer en una ciudad
que crecía día a día.
Compartíamos los sueños del futuro, hablábamos de las
chicas que nos gustaban y también íbamos al cine matinée, dónde todavía veíamos
dos películas. El cine temáticamente paso por películas de romanos, luego los
westerns reemplazaron al circo romano. Las eternas peleas de cowboys e indios les dieron paso a
los soldados de la segunda guerra mundial –siempre en versiones norteamericanas-,
y ya en la última etapa tuvimos la invasión de las artes marciales. Luego al
ver Nazareno
Cruz y el lobo se quebró la infancia dando paso a la adolescencia.
Volviendo a mi amigo Jorge, su abuela –a la cual él llamaba
mamá- lo cuidaba y educaba con valores. Siempre lo llamaba a respetar, a escuchar.
No olvido su cara y sus arrugas de abuelita del interior. Su tío Alberto era
pintor, salía con su bicicleta y a veces volvía temprano, a veces la abuela lo
mandaba a Jorge a buscarlo. Algún bar lo había detenía en su regreso, casi
todos en el interior tenìan como un paso por algún bar para enjugar los labios.
A veces los labios desbordaban y entonces sobrevenía alguna pelea o simplemente
no saber cómo volver a casa. Escuche por primera vez esa frase que decía: “·los
pobres se emborrachan y los ricos se alegran”. A Alberto nunca lo vi enojado, siempre
sonriente y respetuoso.
Ana era su mamá, aunque Jorgito había decidido llamarla
por su nombre de pila. Trabajaba y también cuidaba de él. En las ciudades y
pueblos del interior siempre sucedían esas historias de abuelas que cuidaban a
sus nietos que sus hijas tenían a una edad adolescente. Parte de una sociedad que
respetuosamente ocultaba situaciones. Hoy creo que eso se fue venciendo. Nunca conocí
a su papá. Ojalá –pienso en lo profundo de mi corazón- él lo haya conocido.
Nunca lo sabré.
Fuimos creciendo y cada uno fue sorteando diversos
caminos. Unos meses antes de partir a Buenos Aires ya no nos hablamos más. Creo además que su habían mudado. Ya hace treinta
y siete años que partí aquel 23 de enero. Nunca más lo vi. Pregunte varias
veces por él. Supe que trabajaba en una panadería.
Solamente le deseo –aunque quizás la vida no nos una en
la tierra- que haya tenido una buena vida y haya transitado caminos de felicidades
como los que pude ir caminando yo día a día.
Ese amigo fue construyendo
esa persona que soy hoy.
Link de la canciòn cantada por Vìctor Heredia y Jairo https://youtu.be/O-Z-0G5IZRE
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