POSTALES
Pensar en el festejo del día del padre, así llamado
culturalmente, me lleva sin lugar a duda a pensar diversas postales en relación
a dicha palabra convocante: “padre”.
En mis recuerdos me remito a mi papá, en especial a mi adolescencia,
en el rastrojero repartiendo los sifones de soda en aquellos veranos calurosos de
San Francisco, donde la provincia de Córdoba se hace pampa gringa con la de
Santa Fe. Reparto tras reparto, mucho silencio y enseñanzas concretas sobre lo
que sí debía hacer y lo que no debía hacer. Aprendí que el trabajo era la forma
honesta de vivir el día a día. El pan nuestro de cada día ganado con el sudor
de la frente, y les puedo asegurar que en esos veranos eran para transpirar en
serio.
Luego la docencia me fue poniendo otras postales de hijos
con diversos tipos de padre. Los que hablaban de sus padres, los que los
ignoraban, los que los padecían, los que los extrañaban. No hay un solo modelo,
una sola imagen, cada uno vive su experiencia como hijo con respecto a su
padre.
Una de las postales que siempre quedaron ancladas en mi
corazón fue cuando al inicio de mi ministerio en la catequesis tuve que
acompañar a un alumno que su padre había fallecido; eso se ha repetido durante
años, y el año pasado tuve que darle un abrazo –las palabras sobran para esos
momentos- a dos alumnos que sus padres fallecieron. Como cristiano creo en la
Pascua del ser humano. Pero en aquel que vive dolorosamente la pérdida de su
ser querido hay muchas más preguntas, todas sin respuestas. En ese instante, poder
dar aseveraciones o protocolos de duelo está demás.
En estos tiempos de pandemia quiero detenerme en dos
postales que comparto: el papá y el nene que se quedaron sin vivienda en
Capital Federal y fueron noticia. Un padre llorando porque no le pedía dar a su
hijo lo esencial: alimento y el cobijo de un tuyo. ¡Qué dolor profundo habrá
traspasado ese hombre! Y la más cercana, el padre que tirando un carrito
acompañado de su hijo, quién no tendría más de cinco años y ya iba caminando al lado del carro. ¡Qué
dureza ver el carro arrastrado por un hombre y un niño que debería estar
jugando o estudiando! Imágenes que interpelan a los egoísmos que tenemos los otros
seres humanos.
Podría describir cientos de postales, familiares y
lejanas. El ser padre me ha llevado a cambiar pensamientos, criterios,
afirmaciones y por sobre todo silencios para que los hijos crezcan en la
libertad, la misma que yo tuve y tengo. En estos días se usó una frase de
Belgrano, uno de los padres de la Patria: “Sin la libertad, la vida no vale
nada”. Cuando uno se convierte en padre, desde el momento que uno sabe que está
esperando un hijo, ya no se duerme más de la misma manera. Esa frase que parece
hecha, soy testigo que es realidad. Siempre
se está atento a los actos y hechos de los hijos, luego esto se traslada a los
nietos y el descanso vendrá luego.
Digo postales porque soy del tiempo en que se recibían y
se enviaban las llamadas postales desde los lugares donde uno iba a vacacionar;
además la postal es un instante de una persona o un paisaje; y las postales hay
que verlas en el contexto de desplegar el mapa de todo el paisaje circundante
para poder comprenderlas. Por último, como un homenaje a Pedro, que tenía un
blog denominado Postales, auténticas
piezas de la literatura periodística se pueden encontrar en ese espacio.
Por último voy a levantar el ancla en la imagen de Dios.
Se le atribuye a Dios la imagen la de ser padre –ahora también sumamos desde
Juan Pablo I- la de madre. Que Dios trae y Dios lleva como si fuese una cinta
transportadora en una fábrica de empaques. Dios es Amor. Dios es Misterio.
Imágenes ponemos los seres humanos de todos los tiempos para nosotros, y a
veces las mismas no representan ni abarcan todo lo que Dios fue, es y será. El
amor contiene, repara, es paciente, es servicial, es misericordia. Para
entender a Dios, como para entender a nuestros padres, para entendernos a
nosotros, los que somos padres, tenemos que ampliar el mapa de la vida, no
quedarnos con una escena en un lejano rincón, sino desplegarnos para que nuestra
mirada amplia nos permita contemplar el misterio de Dios, de la vida y la de
ser padre.
Soy un hombre de esperanza –no de poético optimismo-, y
por eso reparo en personajes como Abraham, Moisés y en especial de uno llamado
Job, que a pesar de todo lo vivido su fe fue inquebrantable y la esperanza fue
su sostén. Y abrevo en otro relato mítico al que siempre vuelvo, cuando Caín mata
a su hermano Abel. Como lectores esperamos que Dios haga caer el fuego de su
venganza en él, sin embargo, el narrador, que comprende desde su corazón
–seguramente era padre, esto es una licencia mía-, dice la frase maravillosa
que le atribuye a Dios: “Ciertamente cualquiera que mataré a Caín, siete veces
será castigado. Entonces Dios puso señal en Caín, para que no lo matase
cualquiera que le hallara”.
Padre se es un instante y luego se va construyendo a lo
largo de la vida, ese alguien que uno va siendo junto a los hijos, y las
palabras padre e hijo engloban un sinnúmero de circunstancias y hechos que como
las huellas digitales no existen dos padres y dos hijos iguales cuando se bucea
en lo profundo de las personas.
Después de estas breves palabras es bueno decir Feliz día
del Padre y Feliz día de los Hijos. La humanidad es gestada como un hijo y a su
vez transforma en padre de otras humanidades.
¡¡¡Feliz día!!!
Sergio D.
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