No suelo poner en el blog escritos de otras personas, pero lo escuchado y sentido ayer en el discurso de despedida de un Senador de la Nación que hizo en su persona que sea Honorable su banca, hacen que sus palabras ameriten ser transcriptas en este espacio. Una pieza de la oratoria política que nos debe hacer reflexionar a todos aquellos que sentimos a la Argentina como parte de nuestra existencia, porque somos argentinos. Estudiamos, crecimos, trabajamos y forjamos nuestras vidas y familias aquí, es nuestro territorio y con un gran esfuerzo reinstauramos la democracia que seguiremos consolidando y haciendo poco a poco el edificio de la República como ciudadanos libres y habitantes que sabemos compartir ideas, mesas, experiencias y logros. Aquí les dejo el discurso y lo ilustro con la Bandera Argentina, que ondea de norte a sur y de este a oeste.
“Desde que entré a la
política, hace casi 20 años, siempre intenté ser fiel a mí mismo. No mentirme,
hacer lo que sentía justo, aunque no fuera conveniente. Hoy, en este recinto
del que me honra ser parte, vengo a hacer algo que va en contra de cada fibra
de mi cuerpo. Nada de lo que soy me indica que este es el camino que quiero
seguir, pero creo firmemente en la idea de que el interés público siempre,
siempre, debe estar por encima de los intereses personales. La realidad me
impone esta decisión y la ELA me ha enseñado, fundamentalmente, a aceptar la
realidad.
Me siento en este
recinto con una profunda humildad, y a la vez un enorme orgullo. Humildad por
ser parte de este cuerpo, tanto más grande que todos nosotros, y orgullo porque
ser parte del Senado de la Nación es ser parte del debate donde viven nuestra
democracia, nuestra libertad y nuestro constante intento de construir un país
mejor.
Con todo el dolor del
mundo y la frustración de no tener alternativa, quiero anunciar mi renuncia al
cargo de Senador por la provincia de Buenos Aires. Ser parte del Senado de la
Nación ha sido uno de los honores más grandes, impensados y desafiantes de mi
vida política, y de mi vida en general. Acá encontré a un grupo de personas
comprometidas con sus provincias y con la patria y pude hacer mi aporte para
lograr lo que voy a seguir buscando: un mejor país para mis hijos. Digo esto
sin ataduras partidarias y les pido que tomen todas las expresiones que siguen
como de quien vienen: un ciudadano.
Renuncio a mi banca
con mucha tristeza y mi última actividad legislativa es un proyecto de ley de
educación inclusiva que busca igualar oportunidades y que, como todo lo que
hecho hasta ahora en mi vida política, intenta dejar de lado egoísmos y
vanidades para buscar el consenso. Y este proyecto fue acordado a partir de
tres proyectos originales y con el aporte de senadoras y senadores de todos los
bloques, que dejando de lado intereses personales y visiones partidarias
encontramos el proyecto común. A lo largo de estos veinte años esto me ha
pasado infinidad de veces. Créanme que es mucho más lo que nos une que lo que
nos divide, solo se requiere vencer prejuicios, hacer silencio y escuchar al
otro. Este proyecto no es de nadie, es de todos. Porque en política, las buenas
ideas no tienen dueños, tienen beneficiarios. Repito, las buenas ideas no
tienen dueños, tienen beneficiarios. Y porque, como dijera Borges: “nadie es la
Patria, pero todos lo somos”.
Aunque no me
corresponde a mi pedirlo, me gustaría que se recordara de mi paso por este
cuerpo la búsqueda constante del consenso a través del diálogo. El diálogo
entendido como una conducta activa, de apertura y de generosa curiosidad en la
que los participantes se abren a escuchar a la persona que tienen enfrente. Ese
es, para mí, el valor más importante y a la vez más escaso de la política
argentina: la posibilidad de entender que los adversarios nunca son enemigos y
que representan a una porción de los argentinos cuyos valores, intereses y
deseos son tan atendibles como los de uno y que se puede dialogar, negociar y
acordar sin relegar lo que uno es y lo que uno defiende.
El diálogo no puede
ser solamente táctica, convencimiento y competencia. La lógica transaccional en
la que negociar es solamente un cálculo contable nos despoja de sentido y nos
convierte en meros mercaderes políticos que dejan de mirar el bien común. El
diálogo, la búsqueda de la razón entre dos, debe ser un acto de generosidad, de
amor y de caridad cristiana, entendiendo que la verdad y la justicia son valores
que encontrar, no propiedad de alguna de las dos partes.
Esa falta de diálogo
trasciende estas paredes, vivimos en un país enfocado en la grieta y en el
debate violento, un país en el que la gente de bien escapa de la política, la
desprecia y la condena. Un país en el que la gente se recluye en lo privado,
soltando el sueño de ser parte de la construcción de una Argentina mejor. Un
país en el que empujamos a la gente a no ejercer lo que es el rol más alto de
una democracia: el rol de ciudadano.
Sé que estas palabras
pueden parecer las de un soñador. Lo soy. Pero como en aquella canción que nos
invitaba a imaginar, sé también que no soy el único. Me voy con la tranquilidad
de que acá mismo hay muchos dirigentes que tienen la vocación de construir un
mejor país y resolverle los problemas a la gente. Anímense a ejercerla, hagan
carne el mandato de la gente, aprovechen que Dios les da la voz y la fuerza
para desempeñarlo y tengan el coraje de hacer solamente lo que saben correcto.
Nuestro país clama por
consensos. Los números de pobreza, la falta de desarrollo, los jóvenes que se
van del país, la catástrofe educativa y la continua y prolongada postergación
de nuestros sueños, producida por un estancamiento del que somos culpables los
políticos y no los argentinos, nos obligan a gobernar diferente. Todos hemos
sido culpables de gobernar con tapones en los oídos, todos, nosotros también.
No hay más tiempo para eso.
Nadie tiene más tiempo
para que juguemos a no ponernos de acuerdo. Hay que dialogar y escuchar, con el
corazón y la mente abiertos, y encontrar puntos de equilibrio a partir de los
cuales vayamos asentando las bases del país que queremos ser. Quizás así
podamos evitar el desastre. El pasado lunes en la presentación de una propuesta
que comience a resolver los problemas de mi provincia decía que encarar estos
problemas estructurales es siempre una aventura. Una aventura porque encarar
los problemas de frente, con sinceridad y abiertos a lo que sea que te devuelva
el espejo, exige audacia. Exige abrirse a implementar lo que sea que surja de
esa búsqueda, de ese dialogo, de ese debate. Exige también sentarse en la mesa
no pensando qué me voy a llevar cuando me levante, sino qué voy a dejar en la
mesa para alcanzar el acuerdo, sobre todo nosotros, los dirigentes políticos.
Repito, nosotros especialmente tenemos que pensar qué queremos dejar en esa
mesa. Nosotros primero. Nosotros más que nadie.
No hay ningún problema
argentino que los argentinos no podamos resolver si nos ponemos a hacerlo. Pero
si nos quedamos en el egoísmo, la chiquita, lo táctico y la especulación, vamos
a errar el camino. Einstein decía que si querías resultados distintos no
hicieras siempre lo mismo. Ya probamos con la grieta y acá estamos, esta
Argentina que tenemos es la resultante de nuestra incapacidad de encontrar
soluciones comunes a esos problemas.
Errar el camino es
imperdonable, no solo porque ya nadie puede esperar, sino también porque miramos
la Argentina y vemos un país extraordinario. Vemos entusiasmo, vemos coraje,
vemos ganas de sacar adelante un país tan atormentado. Vemos emprendedores,
estudiantes y trabajadores que siguen apostando a esta tierra maravillosa que
amamos, aunque nos cueste. A toda esa gente tampoco le podemos fallar.
Como verán, abandono
los honores, pero no la lucha, que es mi sostén. Seguiré trabajando por un país
mejor porque ese es el compromiso que asumí por mis hijos hace 20 años, y es un
compromiso para toda la vida. El tiempo que viene lo dividiré entre mi familia,
que merece tenerme presente después de tantos años de compartirme con ustedes,
y a la lucha contra la ELA. Esta enfermedad que por poco frecuente está poco
investigada y poco atendida, y contra la que hay mucho para hacer. Mi
fundación, recientemente lanzada, va en ese sentido. Quiero hacer mi aporte,
como hicieron mis abuelos en la lucha contra el mal de los rastrojos, para que
la ELA sea una enfermedad que se atraviese más aliviadamente y para que empecemos
a transitar el camino hacia una cura.
Por último, quiero agradecer a todos los que han sido parte de este camino.
Primero a Dios por
esta cruz, Él nunca nos pone pruebas que no podamos superar. Y aunque a
veces duela el cincel del escultor sé que sólo si nos dejamos moldear por El
llegamos a nuestra mejor versión. Esta cruz me ha permitido recibir
infinitas muestras de cariño y amor diariamente. Esta cruz que me ha enseñado
que la vida es hoy y el mañana, el mañana es esperanza.
A mi mujer, María
Eugenia, con quien hace unos días cumplimos 22 años de casados y sin quien nada
de lo que hice hubiera sido posible. María Eugenia es una santa y es a la vez
mi conexión con el cielo y mi cable a tierra. A mis hijos, a quienes ver crecer
es la felicidad más grande de mi vida y quienes con generosidad y amor
toleraron a un padre que trabajaba mucho más de lo que ellos hubieran
preferido.
A mi equipo que ha
trabajado incansablemente día tras día para cubrir mis debilidades y errores,
y, francamente, estos crecieron en los últimos meses. Ningún legislador podría
haber deseado un acompañamiento mejor.
A dos senadores que
han sido un ejemplo en esto de dialogar sin traicionar la propia esencia.
Churchill decía que el coraje era la más importante de las cualidades humanas,
porque es la que garantiza todas las demás. Mi amigo el senador Federico Pinedo
y el senador Miguel Pichetto han exhibido, para mí, mejor que nadie esa
cualidad humana en esta función. Y han sido mis guías en los primeros meses en este
Senado.
A mi bloque, como les
dije esta semana, les agradezco el afecto, consejo y contención que me han dado
especialmente en los últimos meses. Me han ayudado a llegar hasta acá y lamento
mucho dejarlos en lo que viene, pero espero poder seguir aportando desde otro
lugar a la enorme tarea que tienen por delante.
Al senador José Mayans
por su acompañamiento espiritual.
A nuestra secretaria
parlamentaria María Luz Alonso, Luchi, que ha estado siempre pendiente de mis
nuevas necesidades.
A todos ustedes,
gracias por el espacio para decir estas palabras. Me voy honrado por el apoyo y
la contención que me dieron todos estos meses. Es muy importante para mí saber
que, a pesar de las diferencias y las peleas, vibra en cada uno de ustedes el
deseo latente de hacer una Argentina próspera, sostenible, pujante e inclusiva.
Hoy doy este paso con tristeza, pero también sabiendo que si no dejan de
hablarse y tender puentes; si son honestos con los demás, pero especialmente,
con ustedes mismos, van a encontrar el camino del que nos alejó en este tiempo
la ceguera y el egoísmo. Será a partir de ahora sin mí, pero sepan que aunque
no esté, estaré. Que la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia,
los ilumine a ustedes y a todos los hombres del mundo que quieran habitar el
suelo argentino.
Muchas gracias y hasta
siempre”.
Su respuesta ante la
propuesta de seguir en el Senado de forma virtual:
“Agradezco la opción
pero he meditado mucho esta decisión que tomé con mi familia y es la mejor.
Gracias de nuevo y tomen mi compromiso de trabajar desde otro lado pero con la
misma voluntad. No hay hombres imprescindibles, hay actitudes imprescindibles”.
Nota: El senador Esteban Bullrich brindó un emotivo discurso este jueves en la Cámara Alta con motivo de su renuncia a la banca, luego de ser diagnosticado con ELA (esclerosis lateral amiotrófica), una enfermedad neurológica degenerativa que le genera dificultades tanto para moverse como para hablar. Al inicio de su mensaje, el referente del PRO estalló en llanto y conmocionó a todos los legisladores de todos los partidos.
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