El BAR DE MI MAMÁ Un mundo atemporal y sin espacios.
“Lo salado mejora la digestión pero lo
dulzón ablanda el corazón” (Nona Chinta)
Acostumbro a leer diariamente
el diario La Voz de San Justo. Cuando
era niño y también en mi juventud lo hacía
en la versión de papel y luego desde hace unos años en la digital. Noticias
locales y el obituario son los dos espacios en los cuales abrevo.
Ahí observé la presentación del libro “EL BAR DE MI MAMÁ” de Ricardo Trotti. Inmediatamente me transporté a la esquina de Iturraspe y Perú, al olor a maní, a las diversas bebidas –el vermouth tiene un olor especial, de hombres bebiendo y jugando a las cartas, a un piso de madera y se me apareció una señora erguida y hermosa: era la Señora de Trotti, la dueña del bar y quien lo atendía.
Agradezco a mi
prima Gabriela que me haya regalado dos
ejemplares (uno para mí y el otro para mi papá), además de tomarse el tiempo
para buscarlo, embalarlos y enviarlos. Apenas llegado me puse a leerlo y en
poco a tiempo fui recorriendo lugares, voces, tiempos y espacios guardados en
la memoria de esa infancia que se cruza a la adolescencia.
Mi relación con el Bar de los Trotti se remonta en los
tiempos que ayudaba a mi papá a repartir soda, generalmente en el tiempo
estival porque no había clases. Entre tantos clientes uno era ese bar. Desde la
tapa si la observan con detenimiento van a ver un sifón y luego el autor lo
recuerda en ciertos episodios en las páginas 82, 119, 143, 144, 149, 150 y 168
ya sea haciendo referencia directa a los sifones, o bien a la máquina de hacer
soda, o a los canutos (cañitos). Los sifones de “González y Trotti” luego serían comprados por “Soderia El Sergio” de Dalbessio Hermanos,
así rezaba en la puerta de los rastrojeros y en todo aquello que tuviera
entidad de la firma comercial que integraban mi padrino y mi papá.
Camine junto por lugares comunes con el autor del libro:
los Hermanos Maristas, el gallego Moreno de la Pizzería Colón (Colón e Iturraspe), ahí solía pedir
los famosos “Carlitos” que en Buenos Aires son los tostados, Casa Adrali, los
cines, la quiniela, la fábrica de los Tampieri, la feria de Gilli –familiares
de mi compañero el querido flaco Gilli
recientemente fallecido, el gallego González a quién mi papá acompañó en su
último momento de aliento en esta vida, la Casa Diportto, la óptica de Bucco y Curiotto, Casa Burmeister
Lamberghini, las tardes de River (de ese River que me hice hincha cuando todavía le faltaban
cinco años para ser campeón y ya llevaba
trece sin serlo) y otros tantos nombres, personajes, calles y entidades que
volvieron a pasar por mi memoria y mi corazón.
Quiero detenerme en
la frase que escribían sobre la pared de su casa: “Fuera yanquis de Vietnam”. Esa misma frase –con leve variación-
estuvo por años escrita en aerosol en el molino que estaba en el Bv. 25 de Mayo
frente al colegio de los Maristas y todas las mañanas desde segundo hasta quinto
año la leía: “Yankees fuera de Vietnam”
y pensaba ¿quién podrá haber escrito esta frase antimperialista?. Muchos años
después la use como introducción a un trabajo de investigación en la
universidad sobre el peronismo. Evidentemente la persona, de quién nunca quizás
sabremos su nombre, la escribió por lo que podemos deducir dos veces y perduró
por bastante tiempo como emblema de rebeldía juvenil en un mundo donde reinaba
la guerra fría y el Muro de Berlín no había caído.
“Lo salado mejora la digestión pero lo
dulzón ablanda el corazón” decía la Nona Chinta, con esta frase de la
abuela del autor que encontramos varias veces en el libro es que recomiendo su
lectura, en especial para que aquellos que hoy estamos al borde de los sesenta y un poco más, que habitamos un tiempo y
espacio allí en una localidad entre Córdoba y Santa Fe, de mayoría piamontesa,
aunque había de otras procedencias de la península itálica y de otros países
europeos. No quiero dejar de mencionar las excelentes ilustraciones que componen cada capítulo del
libro y que estuvieron a cargo de Gerardo Trotti, hermano del autor, ambos
hijos de Doña Tota y Don Livio.
“El hombre debe conservar los recuerdos del
lugar de los recuerdos, cualquier intento por darles vida nuevamente será en
general un ejercicio de riesgoso masoquismo” escribe en El día que maté a mi padre
Confesiones de un excomunista el periodista Jorge Sigal.
En este caso el
conservar los recuerdos y compartirlos, como lo ha hecho Gerardo Trotti fue un
ejercicio de vida y de encuentro con una
Argentina que valoraba el mérito, el esfuerzo, el trabajo, la amistad, la
honestidad y por sobre todo la palabra. En ese lugar nacimos y crecimos y
hacerlo memoria no es masoquismo sino un ejercicio de esperanza.
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