Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








lunes, 30 de mayo de 2022

El bar de mi Mamá, de Ricardo Trotti. Reflexiones libres luego de su lectura.

El BAR DE MI MAMÁ Un mundo atemporal y sin espacios.

“Lo salado mejora la digestión pero lo dulzón ablanda el corazón” (Nona Chinta)

Acostumbro a leer diariamente el diario La Voz de San Justo. Cuando era niño y también en mi juventud  lo hacía en la versión de papel y luego desde hace unos años en la digital. Noticias locales y el obituario son los dos espacios en los cuales abrevo.

Ahí observé la presentación del libro “EL BAR DE MI MAMÁ” de Ricardo Trotti. Inmediatamente me transporté a la esquina de Iturraspe y Perú, al olor a maní, a las diversas bebidas –el vermouth tiene un olor especial, de hombres bebiendo y jugando a las cartas, a un piso de madera y  se me apareció una señora erguida y hermosa: era la Señora de Trotti, la dueña del bar y quien lo atendía.


Agradezco a mi prima Gabriela  que me haya regalado dos ejemplares (uno para mí y el otro para mi papá), además de tomarse el tiempo para buscarlo, embalarlos y enviarlos. Apenas llegado me puse a leerlo y en poco a tiempo fui recorriendo lugares, voces, tiempos y espacios guardados en la memoria de esa infancia que se cruza a la adolescencia.

Mi relación con el Bar de los Trotti se remonta en los tiempos que ayudaba a mi papá a repartir soda, generalmente en el tiempo estival porque no había clases. Entre tantos clientes uno era ese bar. Desde la tapa si la observan con detenimiento van a ver un sifón y luego el autor lo recuerda en ciertos episodios en las páginas 82, 119, 143, 144, 149, 150 y 168 ya sea haciendo referencia directa a los sifones, o bien a la máquina de hacer soda, o a los canutos (cañitos). Los sifones de “González y Trotti” luego serían comprados por “Soderia El Sergio” de Dalbessio Hermanos, así rezaba en la puerta de los rastrojeros y en todo aquello que tuviera entidad de la firma comercial que integraban mi padrino y mi papá.

Camine junto  por lugares comunes con el autor del libro: los Hermanos Maristas, el gallego Moreno de la Pizzería  Colón (Colón e Iturraspe), ahí solía pedir los famosos “Carlitos” que en Buenos Aires son los tostados, Casa Adrali, los cines, la quiniela, la fábrica de los Tampieri, la feria de Gilli –familiares de mi compañero el  querido flaco Gilli recientemente fallecido, el gallego González a quién mi papá acompañó en su último momento de aliento en esta vida, la Casa Diportto,  la óptica de Bucco y Curiotto, Casa Burmeister Lamberghini, las tardes de River (de ese River que  me hice hincha cuando todavía le faltaban cinco años para ser campeón y  ya llevaba trece sin serlo) y otros tantos nombres, personajes, calles y entidades que volvieron a pasar por mi memoria y mi corazón.

Quiero detenerme en la frase que escribían sobre la pared de su casa: “Fuera yanquis de Vietnam”. Esa misma frase –con leve variación- estuvo por años escrita en aerosol en el molino que estaba en el Bv. 25 de Mayo frente al colegio de los Maristas y todas las mañanas desde segundo hasta quinto año la leía: “Yankees fuera de Vietnam” y pensaba ¿quién podrá haber escrito esta frase antimperialista?. Muchos años después la use como introducción a un trabajo de investigación en la universidad sobre el peronismo. Evidentemente la persona, de quién nunca quizás sabremos su nombre, la escribió por lo que podemos deducir dos veces y perduró por bastante tiempo como emblema de rebeldía juvenil en un mundo donde reinaba la guerra fría y el Muro de Berlín no había caído.

“Lo salado mejora la digestión pero lo dulzón ablanda el corazón”  decía la Nona Chinta, con esta frase de la abuela del autor que encontramos varias veces en el libro es que recomiendo su lectura, en especial para que aquellos que hoy estamos al borde de los sesenta  y un poco más, que habitamos un tiempo y espacio allí en una localidad entre Córdoba y Santa Fe, de mayoría piamontesa, aunque había de otras procedencias de la península itálica y de otros países europeos. No quiero dejar de mencionar las excelentes  ilustraciones que componen cada capítulo del libro y que estuvieron a cargo de Gerardo Trotti, hermano del autor, ambos hijos de Doña Tota y Don Livio.

“El hombre debe conservar los recuerdos del lugar de los recuerdos, cualquier intento por darles vida nuevamente será en general un ejercicio de riesgoso masoquismo”  escribe en  El día que maté a mi padre Confesiones de un excomunista el periodista Jorge Sigal.

En este caso el conservar los recuerdos y compartirlos, como lo ha hecho Gerardo Trotti fue un ejercicio  de vida y de encuentro con una Argentina que valoraba el mérito, el esfuerzo, el trabajo, la amistad, la honestidad y por sobre todo la palabra. En ese lugar nacimos y crecimos y hacerlo memoria no es masoquismo sino un ejercicio de esperanza.

 

 

 

 

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