Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








jueves, 18 de octubre de 2012

25 AÑOS DEL I.S.C. PALABRAS DEL PROFESOR ARMANO



DISCURSO: BODAS DE PLATA DEL INSTITUTO SANTA CRUZ

Es muy grato para mí dirigirles la palabra. Me gustaría, además, ya que la concurrencia es altamente calificada, nombrarlos uno por uno, como se estila en estos tipos de mensajes,  pero  aceptando ya la sola presencia de ustedes –desde el primero hasta el último-, corro tranquilamente el albur de considerarlos  amigos, y por lo tanto, respetados y respetables. Eso lo aprendí a lo largo de 21 años de convivencia con los pasionistas.
Puedo, entonces, iniciar la charla diciéndoles: señoras y señores, bienvenidos a la esta Iglesia, bienvenidos al Instituto Santa Cruz

Del tímido adolescente que regresando de la Escuela Normal Mariano Acosta hacia su hogar se detenía frente a la iglesia de estilo gótico-normando, circunscripta por una fronda verde, inusual en la ciudad porteña y que, de tanto en tanto, ingresaba a este mismo lugar para reavivar la fe, a través de la luz policromada del atardecer que dejan filtrar los vitrós iluminando la gran cruz, queda un recuerdo indeleble. Y del joven maestro con su impetuoso entusiasmo que gracias a una colega pudo pertenecer al cuerpo docente del Instituto, aparece un hombre maduro de 45 años, hace muy escasos días cumplidos, que está acá, hablándoles para conmemorar las bodas de plata de un colegio. Sí, a pesar de todo también la felicidad, a veces, no es generosamente concedida. Hoy, yo me siento feliz.

En este apretado hacecillo de referencias y emociones quisiera rescatar dos cosas fundamentales. La primera, una anécdota: el colegio estaba en obra. Al final de cada receso escolar de verano, se lavaba a fondo los corredores y el pasillo de ingreso. Ese día un hombre, con movimientos enérgicos, escurría el agua hacia la salida. El secador iba y venía a ritmo casi febril. Una señora, elegantemente vestida, esperaba en la futura puerta de acceso. El señor, sin detener su compás, le dijo: “córrase que si no la voy a mojar”- La dama, un poco molesta, cumplió con lo indicado, aunque no guardó la distancia necesaria. 

Fue así como algunas gotas de agua mancharon sus brillosos zapatos. Pero también la mirada incriminatoria de la señora detuvo la marcha en  aquel buen hombre. Aceptadas las disculpas del caso, la dama manifestó con cierta suficiencia: “busco al Padre Carlos por una vacante para mi hijo”. El hombre, inalterable, le respondió: “vaya a esa salita y  espere...que me seco las manos y la atiendo”.
Creo que lo narrado basta para pintar de cuerpo entero al Padre Carlos O´Leary.  Tesonero; educador de voluntades – así nos formó- y sobre todas las cosas trabajador incansable –no es metafórico: en muchas oportunidades, colocó ladrillo sobre ladrillo. Su insistencia, legada tal vez de sus ancestros, permitió la construcción del Instituto. No dudo, entonces, en llamarlo el hacedor, el de la etapa fundacional: en suma el Constructor.

El tiempo continuó su marcha.

La segunda cosa por destacar es más que un detalle: “La escuela no es un comité ni un club de fútbol”: de esa manera se presentó el Padre Marcos Perdía y se dedicó a definir espíritus. Co su bonhomía especial comenzó a cincelar las voluntades ya preparadas anteriormente;  lijar aristas, a convertirnos en protagonistas de nuestro desarrollo y de hallar pautas para el accionar social, logrando educadores cristianos comprometidos con el catolicismo y enfocando a la educación como la re-creación de la creación divina. Labor ardua que inició hace pocos años y que ya detectamos como fructífera. Su actividad la sintetizo como la concerniente a un cincelador.

Y ahí van, el Constructor y el Cincelador en medio de todos; de los que fueron y ya no están, ejemplarizados en Marta  Ramayo, en Rafael González, en Domingo Severino, en don Pedro Guaragna. Entre los que pasaron. Y con nosotros: docentes, administrativos, personal auxiliar, de cocina y directivos, tripulado este buque que sorteó tiempos tormentosos, donde algunos adjetivos extemporáneos e injustos no llegaron ni siquiera a salpicar la cubierta; serenos, además, porque no teníamos nada que ver. Navegamos también con bonanza y en aguas encrespadas, guiados  siempre por la luz del faro y sin brújula, ya que la luz es la de Cristo y el sextante, la comunidad de padres, niños y jóvenes que nos responde y anima, año tras año.

Por eso, considerando a Dios hecho hombre para salvarnos, la docencia como decía Charles Péguy : “El oficio  más bello el mundo, después de la paternidad es el de maestro de escuela y el de profesor”, y como fin la formación de niños y adolescentes, creemos estar satisfechos por haber cumplido el primer cuarto de siglo, pues no fue en vano.
Un capítulo aparte merece el colegio: enclavado en la esquina de 24 de Noviembre y Estados Unidos se yergue moderno, irradiando su sombra figurada más allá del barrio. De los ladrillos a la vista y de la empalizada de madera de otrora surge hoy, la mole de cemento firme que determina una sólida construcción; amplia, luminosa, con espacios libres y cubiertos; con aulas ventiladas y funcionales, además de albergar  biblioteca, sala de música, laboratorio, sala de computación, gimnasio y capilla –resumiendo esta última el carácter confesional pero más que eso, el atributo espiritual que se le desea imprimir a la enseñanza, tomando al vocablo como “la formación integral, armónica y permanente de las cualidades humanas”, según el documento de Educación y Proyecto de Vida.

Realmente, tarea ciclópea construirlo.

Aquí me detengo y voy a formular algunas preguntas que se las transfiero: podría haber subsistido tantos años el edificio, sin alma y sin sentimiento? Perdurará, a lo largo de otros tantos años –muchos más es mi deseo- sin el calor humano? Los colegios, centros de cultura y creadores de comunidades, tendrían razón de ser, si no existiesen aquellos que le dan aliento pero el aliento bíblico, que es el don de la vida? Para mí, las respuestas son, en su totalidad, negativas. Entonces, quiénes serían los encargados de v brindar lo antes mencionado? En este caso la respuesta es unívoca: los docentes –maestros y profesores. 

De allí que, en esta mañana, los quiera rescatar del anonimato permanente, aunque sea sólo por breves segundos, para colocarlos en la cima de la conmemoración y agradecerles por lo hecho para que el aliento de vida sea realidad y, como consecuencia poder afirmar yo, que el Instituto Santa Cruz no son las bellas paredes y su arquitectura sino son ellos los forjadores de estos jóvenes pero experimentados  25 años.

Espero sepan disculpar, disimulando, la presente evocación personal que se aparta de las reglas literarias tradicionales.  Pero cuando me advirtieron que sería el encargado de escribir el discurso y leerlo, surgió inmediatamente este esquema y resolví  plasmarlo tal cual, pues otro no hubiera podido hacer. O éste o ninguno, fue la voz de mi conciencia.
Decisión que me permite, ahora parafrasear a un gran escritor argentino: el hombre que soy, volverá a ser maestro, casarme y tener hijos y trabajar, nuevamente,  junto a los Padres Pasionistas en el colegio de su Congregación.
De lo expresado, sugiero hagan un paréntesis, y retomen las palabras iniciales: amigas y amigos, bienvenidos  al Instituto Santa Cruz, en sus festejos de los 25 años de labor.
Muchas Gracias.

Pedro  L. Armano
Vicedirector de la Sección Primaria.
Foto tomada el 13 de octubre de 1981. Pedro con guardapolvo blanco


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