Si buscas la verdad,
prepárate para lo inesperado,
pues es difícil de
encontrar y sorprendente cuando la encuentras.
Heráclito
Estoy sentado en el salón del aeropuerto. Miro el reloj.
Las agujas marcan las 7 de la tarde. Pienso que él seguramente estará
comenzando a rezar el Rosario. Desgranará el Padre nuestro, las Aves Marías y
el Gloria recordando cada uno de los misterios de la vida de Jesús. Rutinaria
devoción. Su fe se completa con la comunión.
Anuncian por el parlante el vuelo que debo abordar. Ya
volando comienzo a hilvanar recuerdos, frases, anécdotas de este nuevo paso por
la Argentina. La riqueza geográfica con la belleza del paisaje es
reconfortante. Su gente cálida, expresiva, amiga, generosa. He descubierto con
el paso del tiempo varias argentinas. La de la gran urbe, una Capital con su
gente corriendo, siempre apurada, con chicos pidiendo, personas que viven en
situación de calle y todo el colorido de los teatros, las bocinas de los
cientos de autos y del transporte público, amenizado con marchas identificadas
con diferentes sectores políticos y levantando varias consignas. Mirando como
un simple observador, es una sociedad que se mueve en equilibrios permanentes
sin nada para destacar o envidiar de otras capitales del mudo. Si avanzamos un
poco más tenemos un conglomerado que es el Gran Buenos Aires. Aquí se alternan
barrios pueblerinos con bolsones de pobreza. Nada distinto a lo que pueda
ocurrir en otras partes del mundo. Luego ya nos metemos de lleno en las
provincias con extensiones de campo, sembrados, montañas y la gente que vive
con más tranquilidad, serenidad, podríamos decir al compás de la naturaleza.
Hasta aquí un país que
podríamos decir “normal”. Pero cuando vamos profundizando, dialogando
nos encontramos con otra gente que no pudo superar el tiempo pasado. Pareciese
que hubiera un eterno retorno a los tiempos
pretéritos. Cuando uno habla del futuro los rostros se fruncen, las
bocas quedan sin palabras y los cuerpos se encojen de hombros.
Desentrañando sus gestos uno puede advertir que la
palabra esperanza no está ligada al futuro, a los hijos y nietos que tienen.
Del presente se vuelve irremediablemente al pasado. Me da la sensación de una
sociedad necrológica. Siempre honrando y rescatando a sus muertos. Siempre viviendo
de la dictadura, y como si no alcanzara
retroceden a bucear en los muertos de los 60, y así a los 50, a los primeros
tiempos de la formación de la Nación, a los caudillos y así se sigue. Solo
rescatar el dolor por el dolor mismo. No interesa que hicieron de bueno, de
positivo, que aportaron para la construcción del país en los diversos
contextos. Solo son importantes sus flaquezas, sus muertes, sus errores. Es como mirarse al espejo sin rescatar el rostro
de uno y asumirse como se es.
Un hecho muy pequeño, en el año 1985 una película
argentina La Historia Oficial que
retrataba la época de la última dictadura militar gana el Oscar a la mejor película
extranjera. Después de 27 años se postula a dicho premio a una película, Infancia Clandestina, que vuelve sobre
el mismo periodo de la historia (más allá de las ponderaciones narrativas y
técnicas que hacen el merecimiento a estar en ese lugar).
Siempre tiene que haber dos bandos. Los azules y los
colorados. Los unitarios y los federales. Los menganos y los antimenganos. Los
buenos y los malos. Los de arriba y los de abajo. Una sociedad que ve los
blancos y los negros. No se permiten ver la gama de grises que oscila entre un
extremo y otros. La violencia física y verbal es una moneda corriente. Se
estimula como una necesidad de imponerse.
Da la impresión que la impunidad ha triunfado, que lo oscuro es lo necesario
para seguir viviendo, que el dolor es la única fuente para dividir, fragmentar,
descalificar, gobernar y ser gobernado para seguir viviendo.
Amigos que ya no se visitan, familiares que no se invitan
a los cumpleaños, compañeros que hablan en voz baja en los trabajos, gente que
anula contactos en las redes sociales, hermanos que han cambiado de parroquias
porque tal cura es pro ó anti. Parece que en la realidad el miedo ha triunfado.
El “o te metás” tan famoso en la dictadura parece que se mantiene intacto. Casi
treinta años de democracia formal. Pero una democracia que no ha ganado ni generado
nuevas formas de crecimiento en calidad institucional y aumento de la
ciudadanía en participación real y efectiva.
Lo normal es que la ciudadanía participe activamente en
diferentes espacios civiles y religiosos de actividades que generan
alternativas de políticas públicas donde se ven beneficiados todos los sectores
que integran la sociedad. Partidos políticos con militantes, sindicatos
ocupados en mejoras laborales, organizaciones no gubernamentales ayudando a
crecer en calidad de vida –salud, educación, cultura, etc.-, iglesias
ensanchado el espíritu fraterno y de compromiso de sus fieles. Esto más otros
componentes de la vida democrática van haciendo crecer una sociedad que apuesta
al futuro, con esperanza y hace de la
memoria un elemento más –no el fundamental- del mañana que proyecta y trabaja
para su realización.
Me pareció que en la Argentina que estoy dejando no
ocurre nada de eso. Priman los egoísmos, la baja y pobre calidad institucional,
una justicia imparcial, mentiras que dañan el tejido social, violencia en todos
los niveles que ahondan las heridas, autoridad como imposición y no como un servicio. Parece que todo se hubiera
trasvasado: el maestro es alumno y el alumno es maestro; el padre es hijo y el
hijo cumple la función de padre; el gobernante es servido y el gobernado debe
ser el servidor. Las palabras cambian de significado según quién las diga.
Comunicados con palabras como lamentamos,
repudiamos, señalamos. Siempre el dedo admonitorio sobre el otro. Cada uno
se erige como paladín de todo lo bueno y pone el sayo en el otro de todos los
errores que se cometen. Las épocas son juzgadas según me conviene o no. No hay
ley que siente las bases de un compromiso entre todos los actores de la patria.
Es como un partido que se está jugando y si voy perdiendo voy cambiando esas
reglas para mi propio beneficio. Triste realidad.
La dictadura formal ha terminado el 10 de diciembre de
1983. Sus bases y sustentos ideológicos aún parece ser hilos invisibles que
mueven a los actores de esta Argentina del 2012. Miedo, sectarismos, violencia,
descalificaciones, muertes, persecuciones, exilios, mentiras fueron elementos
instaurados en esa época. Hoy siguen siendo parte de esta sociedad.
Me da la sensación de que se siguen poniendo vinos nuevos
en odres viejos. Los antiguos odios y rivalidades se van metiendo en jóvenes y
niños. Ellos no vivieron esos tiempos, pero su vocabulario y actitudes es como
sí. Cuando pregunté los por qué de esto, los adultos a coro me contestaron: “en nombre de la memoria”. Les conteste:
“si la memoria, la memoria selectiva”.
Vuelvo con la sensación de cansancio, del mito del eterno
retorno. Pienso en toda la riqueza humana y natural de un país que podría abrir
su corazón al mundo como un gran ejemplo de diversidad y fraternidad. Sin
embargo la mezquindad de los corazones los ataruga al piso que les permite
solamente mirar sus ombligos.
Y vuelvo a mi primer pensamiento. El dictador seguramente
ha terminado de rezar su Santo Rosario. Convencido de que lo realizado fue lo
pedido por Dios. Está purgando en la tierra los pecados que le otorgarán la
visa para entrar al cielo. Sabe en su intimidad que ha triunfado.
Los demás siguen animando sus temores en el corazón, sin darse
la posibilidad de abrir y estrechar las manos del otro, de mirarse a los ojos,
de pedirse perdón, de animarse a ensayar algo distinto para el futuro, a vivir
un presente esperanzador, a romper con ese mito diabólico del eterno retorno, a
crecer en ese dolor, a no morir con sus muertos, a plenificar la memoria en
vida nueva.
¿Podrán los argentinos y las argentinas darse otra
oportunidad, mirarse en otros espejos, surcar otros caminos, tomar otras manos,
sentarse en otras mesas, escuchar otras canciones, bailar otras danzas, recitar
otros poemas, poner otros vinos nuevos en odres nuevos?...
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