Reunirse a comer “una mila con ensalada o puré” puede ser
una amable excusa para encontrarse con alguien. Tomar un café puede ser el
pretexto para dialogar con un amigo. Los encuentros en diversos bares y
restaurantes con Pedro tenían como motivos esas excusas y pretextos, el de
intercambiar en la charla puntos de vistas y pareceres sobre una amplia y
diversa variedad de temas.
Texto con letra de Pedro |
En este breve escrito quiero hacer memoria de mi amigo
Pedro y los recorridos por lugares comunes donde la excusa del encuentro
siempre dio motivo a explayarse en aquellos temas que hacen a la vida misma.
Uno de los lugares dónde charlamos varias veces fue cerca
del colegio, en Independencia y 24 de noviembre, el bar “Carlitos”. Allí le entregué el libro Nocturno Katmandú
autografiado por Antonio Tabucchi y enviado por este escritor italiano. Las charlas
versaban sobre literatura y política. No esquivábamos los temas cotidianos
sobre nuestras familias, los hijos, nuestras esposas y las realidades que el
colegio vivía diariamente.
A “La Legendaria
Buenos Aires”, situada el barrio de San Telmo, fuimos un mediodía a
almorzar. En un ambiente cálido y sereno departimos sobre títulos de libros, el
peronismo, la Argentina, la Iglesia y la vida misma de cada uno de nosotros.
En las avenidas Belgrano y Entre Ríos se encuentra Ebro, un restaurant donde almorzamos en
el primer piso, saboreamos ensaladas y milanesas y bifes. Pedro siempre pedía
todo sin sal, cuidaba obsesivamente su presión y bebimos agua mineral. Las charlas
siempre tenían ese sabor del respeto. A veces opinábamos igual, en otras
teníamos visiones diversas y hasta encontradas. La publicación del libro “Educación Problema o dilema” es el
mejor testimonio que a pesar de criterios diferentes se puede convivir y
construir. ¡Qué necesario es eso para la Argentina del presente!
Nos encontramos un día en mi casa de vacaciones. Pedro
quería comer asado, así que le prepare una tira de costillas, un pedazo de
vacío, chorizo y morcilla junto al típica ensalada –tomate, lechuga y cebolla–,
regando todo con vino y agua. Pasamos un
rato amable, conoció mi refugió o celda de monje laico, deseando él tener un
día un lugar así. Viajó en su auto por la autopista, y después lo acompañé,
a la tarde cuando volvía a su casa, hasta cerca de la autopista. Rescato el
hecho de venir en el auto porque no le gustaba manejar mucho por la autopista,
pero lo hice tomar confianza y lo convencí por la rapidez del viaje y que tendríamos
más tiempo para charlar.
En el café de las Avenidas Nazca y Gaona nos reunimos un
sábado. Por mi parte acompañaba a mi hijo Juan a realizar un curso de efectos
especiales, me quedaban siempre dos horas dando vueltas y leyendo. Él se ofreció
unos de esos sábados a acercarse al lugar, estuvimos charlando, después
caminamos por la plaza cercana, departimos sobre el templo que hay sobre Nazca
y después, como siempre, cada uno partió para seguir su habitualidad sabatina.
En la Avenida Córdoba y la calle Ayacucho se encuentra “Orquídeas”, en uno de los tantos
recesos escolares de julio, nos encontramos para charlar e intercambiar libros.
Caminamos por la Avenida Callao, allí nos encontramos con Dora, maestranza de
la escuela. Nos fuimos al bar nombrado a departir sobre las ocupaciones y
preocupaciones que cada uno de nosotros teníamos en la vida.
Situado en la esquina de las calles Moreno y Combate de
los Pozos se encuentra un pequeño bar, era uno de sus lugares en el mundo,
cerca de su querido grafotécnico, un bar de barrio, de periodistas idos, de
parroquianos que ya forman parte de la decoración. Nos sentamos y el dueño-mozo
le dice “de lo siempre, Profesor”. Ya tenía aprendido lo que Pedro consumía
siempre que pasaba por ahí para hacer tiempo, corregir trabajos de sus alumnos
o hincarle el diente a algún libro o simplemente terminar de leer algún
artículo de su querible La Nación. Me
invito un día a ese lugar dónde seguramente anidaban sus fantasmas y sus
duendes, porque a todo ser humano nos habitan las preguntas sin respuestas y
los dolores sin curaciones.
Su casa, en Avenida San Martín y Pedro Morán, fue el
último lugar que nos encontramos. Fue un viernes, salía del colegio, él ya
estaba disfrutando de la jubilación y me fui hasta Villa Devoto. El tren sale
de la Estación Lacroze, es un recorrido que me siempre me gustó, el pasar por
el medio de las facultades de Agronomía e ir a la tranquilidad de villa Devoto,
sin dejar de mirar las calles habitadas por fantasmas en Parque Chas.
Conocí su biblioteca, estuvimos junto a Betty, su esposa,
y Nico, su hijo. Le llevé un libro enviado por Cris, mi esposa. El libro fue “El paisaje de las nubes” escrito por
Roberto Arlt, un escritor que él admiraba y él me regaló el libro “Adán en Edén” del gran escritor
mexicano Carlos Fuentes, uno de sus preferidos.
A la vuelta tren, subte y desde Correo Central, tomé la
combi. Una lluvia torrencial me acompañó en todo mi regreso, inclusive tuve que
chapotear en el agua para llegar a casa. Al poco de llegar me llamó a ver si
había arribado bien, estaba preocupado. Un gesto sensible de su gran amistad.
La
Puerta Rico, es un café emblemático que está en la calle
Alsina 416, este notable lugar lo he dejado para el final. Cerca del Banco
Hipotecario, de las Iglesias San Francisco y San Ignacio, a una cuadra de la
Plaza de Mayo se encuentra este tradicional lugar de nuestra Buenos Aires. Al entrar
a uno lo invade un aroma a café que penetra el espíritu y el corazón. Pedro
–como anfitrión y con su arte de docente– me fue explicando la importancia del
lugar. Es –o fue- un reducto de periodistas, funcionarios, gente de los
servicios y personajes variopintos. Es un
lugar donde todos hablan “off de record” y era –o es- “la cocina” dónde se conocían las medidas
que se iban a tomar por los diferentes gobiernos y todo aquello que hace a la vida
política de nuestro país. Es un lugar donde la micropolítica tiene incidencia,
para bien o para mal, en la macropolítica. Me nombraba –Pedro– a reconocidos
periodistas, me señalaba quienes habitaban, a veces solitariamente, las
diferentes mesas. Después de haber degustado un riquísimo café, antes de
despedimos pasó por el mostrador, compró café molido y nos despedimos con la
certeza –de mi parte– que tenía una fragmento de la historia de la Argentina en
mi vida.
La Puerto Rico |
Culminando esta memoria de encuentros y libros termino
diciendo que el primer libro que Pedro me regaló fue el "El pez en el agua Memorias", escrito por Mario Vargas
Llosa y la dedicatoria dice: “Para Sergio, en su día. Desde la infancia
considera los libros como contraseña de una hermandad secreta. Un hombre que
tiene en casa esta biblioteca, no puede hacerte daño” (Milan Kundera, en "La insoportable
levedad del ser”). Me fue regalado el 21 de agosto de 1993 en el día del
catequista.
Portada del libro obsequiado por Pedro |
La hermandad secreta sigue viva, la amistad, mientras
sigue siendo memoria, es vida y nunca muere, resucita en forma permanente. A
veces cuando compro un libro pienso “este lo habría leído o me lo habría
regalado Pedro”, es como una oración que invoco para que él siga guiando mi
espíritu lector y yo pueda seguir cultivando mi alma con buenas palabras e
historias interesantes.
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