El domingo 22 de setiembre, cerca de las 23 horas,
emprendimos nuestro viaje hacia las sierras cordobesas. Muchas expectativas
puestas en el viaje. Amanece. Campos. Rutas. Animales. Perros que pululan como
enjambres a la orilla de los caminos. Viajamos. Llegamos.
Un desayuno reparador da energías a nuestras fuerzas
extinguidas. Un día soleado. La tierra reseca por una falta prolongada de agua.
Pastos secos y duros. Poco verde. El vital elemento que sustenta la vida
escasea, se hace desear, implorar. La soberbia y la altivez no lo dejan bajar
de las nubes. Necesita más holocaustos para descender. Los sacrificios parecen
que son pocos, no sacian sus ansias ni conmueven su corazón para que deje
correr unas lágrimas que traerán alivio a personas, animales y plantas. ¡Derrama
tu frescura y tus gotas sobre nosotros que las necesitamos, a pesar de las
miserias que ensombrecen nuestros corazones, para seguir viviendo y generando
vida!
Nos acomodamos en las habitaciones y comenzamos a estar
así en constante dinámica. En pequeños grupos nos fuimos encontrando con las
miradas de los otros, y con algunas preguntas que fueron una excusa para
desgranar las razones que cada uno tuvo para emprender esta experiencia que ya
se había iniciado el día que decidimos participar de ella.
Buceamos en nuestro interior para visualizar a nuestra
familia, a los amigos, al colegio y a los conocidos de este último año. Los diálogos
sinceros y abiertos, el mirar a los ojos del otro/a y al final, confundiéndonos
en fuertes abrazos, fuimos tomando conciencia de los que somos como personas y
la importancia de aquellos que están a nuestro lado.
Salirnos fortalecidos y crecidos. También nos conocimos
un poco más. Nos animamos a traspasar las murallas del nombre e incursionar en
la historia de los otros. Ya no somos los mismos que llegamos. Comenzamos a
transformar-nos.
Repusimos fuerzas con un caliente almuerzo que se
componía de un sabroso puré y una rica milanesa. Un rato de descanso y la
infaltable siesta que respetamos de nuestro “interior profundo”.
Arrancamos la tarde del lunes jugando. Nos encontramos
saltando, cantando y bailando. Constituimos otros grupos entorno a la palabra
GRACIAS. Junto a los nuevos compañeros expresamos nuestros nombres como un
sello de nuestra originalidad de personas únicas e irrepetibles. Comenzamos
hablando sobre lo que nos había dejado la mañana y que podemos tener como nuevo
de aporte a nuestra vida de lo vivido. Preparamos unas fotos instantáneas para
luego compartir con los otros grupos. Vimos como vamos transformando el
desconocer al otro en acercamiento y conocimiento.
El Evangelio de hoy nos acercó la historia de cinco
amigos, cuatro de ellos se jugaron y buscan las opciones de acercar al enfermo
a Jesús. Abrir el techo y bajarlo fue la acción de ellos que tenían una fe y un
deseo de curar al amigo. Una fe dinámica que no quedó estática en el “no se
puede” o en el “no te metas”. Algunos ejercicios de confianza junto a la
oración que nos fraterniza, el Padre Nuestro, cerraron el momento.
Descanso, a recuperarse con un baño reparador, música y
luego cenamos pizzas con un postre helado.
A la noche bien abrigados, el frio nos persigue en forma
poco amigable, nos dividimos en grupos. El principito, el tigre, el duende y
los extensos códigos fueron una excusa para correr y buscar. Algún pícaro en
“solidaridad” con los compañeros cambio de lugar y se “quedó” con algunas
pistas. Enojos y broncas. La enseñanza o moraleja es que tenemos que
respetarnos y respetar lo que otros hacen. El juego fue una excusa para
aprender algunas cosas de la vida en relación a nosotros y los demás.
Luego de eternas despedidas nos fuimos a los cuartos. No
pudimos escapar de las arañas que se sintieron invadidas en su tranquilidad.
Las puertas cerradas, las luces apagadas y el engaño que creían realizar muchos
chicos y chicas para que los profesores nos durmiéramos y ellos salir se topó
con unas pequeñas trampas caseras. Al final el cansancio nos ganó a todos y a
soñar se ha dicho.
El día martes 24 a
las 8 de la mañana ya estábamos todos levantados cantando y preparándonos para
recrearnos en la fresca mañana caroyense. Tres amigos cordobeses con su
tonadita nos dieron la bienvenida. Las sogas, los conos y diversos saltos
fueron enredándonos en actividades lúdicas. De esa manera fuimos enhebrando
juegos que luego preparamos para las actividades solidarias de la tarde.
El día se fue poniendo lindo con el sol que nos bronceada
y la cálida temperatura nos fue introduciendo en la época primaveral. Terminamos con un fútbol
integrado por chicos y chicas.
Luego del almuerzo buscamos las remeras ya “evatizadas” y
con aerosoles de diversos colores le fuimos agregando el tradicional escudo
pasionista –corazón y cruz- y otros le fueron poniendo un trébol de la buena
suerte.
Nos reunimos en tres grupos y según nuestros destinos:
Barrio Los Álamos, Barrio Latinoamérica y Escuela del Niño Jesús fuimos
preparando las actividades que allí
desarrollaríamos y los elementos a llevar.
Nosotros fuimos a la Escuela
El Niño Jesús, a ella concurren
chicos con capacidades diferentes. Son unos 40 cuya oscila edad entre 4 y 12
años. A la mañana van chicos de 12 a 17 años.
Llegado el horario de partir, cada uno subió al micro con
su mochila de esperanzas, sueños, miedos, expectativas y un gran cúmulo de ansiedades para compartirlas con otras
nenas y nenes, chicos y chicas. Hasta allí nos acompañó Fanny, lugareña y
docente de la escuela.
Nos estaban esperando, ellos también tenían entre sus
manos los mimos temores, alegrías y esperanzas. Nos encontramos. Ya no éramos
invisibles, ambos nos reconocimos como parte de un todo, compañeros de camino,
hermanados en la humanidad.
Las miradas nos ayudaron
“tantearnos” y el corazón poco a poco se fue desbordando y nos fue
llevando a vencer las resistencias y aflojar los tientos del miedo. Entre
juegos, comida, fotos, saltos y caramelos compartidos se nos fueron tejiendo
abrazos, sonrisas y palabras que se
soltaron libremente. Se abrieron las barreras y los contenedores de nuestros
diques interiores estallaron, aflorando
las lágrimas entre los que ya no eran distintos ni desconocidos, sino que el
encuentro nos había provocado el sentirnos partes unos de otros, una simbiosis
de corazón y espíritus alegres y solidarios.
¿Quién ha dado más? ¿Quién recibió más? ¿Fue la
solidaridad efectiva o una excusa para el encuentro? No hay barómetro que pueda
medir todo lo que vivimos y nos preguntamos, solamente sabemos a ciencia cierta
que ese momento las caras, los abrazos, las miradas y los llantos no nos
dejaron de la misma manera que estábamos cuando llegamos.
Pensamos: ¿si pudimos acá, por qué no lo intentamos en
otros lugares: en nuestra casa, en el colegio, con los amigos, en el barrio? Ya
experimentamos salir al encuentro del otro/a y vimos que no es un imposible…
¿intentamos hacer otro mundo posible?
Regresamos, caminamos unas 30 cuadras cordobesas –o sea
60 en la realidad-, merendamos y nos reunimos todos los grupos en el salón.
Cada uno fue dialogando y compartiendo la experiencia que había pasado por su
vida.
Al final hicimos el pan, lo amasamos, y bien calentito
antes de la cena lo compartimos como Jesús compartió el pan con sus amigos e
invitó a los discípulos a repartirlo
entre la gente en ese episodio del Evangelio que nos narra que la gente
estaba escuchando a Jesús, se había hecho tarde y entonces los discípulos ante
la invitación de Jesús de darles de comer le dijeron que solamente tenían
algunos peces y panes. Entonces Jesús le dijo, sienten a la gente en grupos de
cincuenta personas. Cada uno con su canastita, alforja o bolsita se fue
sentando, empezaron a sacar lo que habían traído para su comida diaria, la
fueron poniendo encima de los mantos extendidos sobre el pasto y las piedras.
Entre palabra y gestos fueron compartiendo el alimento, y al final sobró. La
fraternidad lo había multiplicado y volvieron a sus poblados llenos en sus corazones y en sus estómagos, como nosotros lo
experimentamos en el día de hoy.
El día miércoles muy tempranito nos levantamos,
desayunamos y salimos hacia La Cumbrecita. Un largo viaje por caminos de
sierras, al comienzo cruzamos la ciudad de Córdoba, la bella docta.
Entre paisajes y paisajes veíamos algunas manchas de los
incendios que azotaron a la provincia mediterránea en los últimos tiempos. Alta
Gracia que nos sonría con sus monumentos, Anisacate con su río, el Dique Los
Molinos con su gran extensión. Las curvas y contracurvas hicieron del viaje un
placer demasiado largo.
Arribamos a La Cumbrecita, caminamos entre duendes, hadas
y gnomos hacia el Peñón del Águila. Enseguida almorzamos, después una caminata
por los senderos de las sierras, entre árboles y piedras. Luego un grupo
comenzó a deslizarse en la tirolesa que tenía tres tramos, y otro grupo se
dedico a hacer arbolismo –era transitar con sogas y destreza en medio de árboles altos y con
intrincadas figuras. Mientras tanto el
Profesor Sergio iba y venía en la Tirolesa más larga, una especie de Tarzán en
las lianas de acero. Después de semejante esfuerzo realizado, un rico té
digestivo con una considerable porción de tarta de manzana con frutos del
bosque con gotas de caramelo hizo que
pudiera reponer sus alicaídas fuerzas.
A la tardecita, después de refugiarnos del viento que nos
asoló durante todo el día repusimos vitaminas y proteínas con una sabrosa
chocolatada caliente y unas facturas vienesas.
Caminamos de regreso hacia el micro. Ahí comenzó una
travesía entre caminos de tierra y piedras, nos detuvo un pocito de agua, los
choferes tuvieron que demostrar su manejo del asunto para no quedarnos a dormir en ese lugar del
paisaje cordobés.
Llegamos bien entrada la noche. El jueves a la mañana nos
quedamos un poco más haciendo “nono”, después fuimos a comprar los clásicos
salames cordobeses –aunque ya conocíamos a “otros salames cercanos”- y también
regalos para nuestros familiares y amigos.
A la tarde volvimos a entrar en la sintonía de dinámicas,
diálogos y encuentros. Hicimos un balance entre lo que trajimos y lo que nos
llevamos. Un debe y un haber, con un saldo altamente positivo. Tomamos la luz
cada uno entre sus manos y pasando de compañero a compañero íbamos desgranando
nuestros agradecimientos. Al final recordamos a nuestros seres queridos que
tienen algunos problemas y le pedimos a Jesús que abrace de nuestro parte a los
otros seres amados que ya están junto a él.
Un Padre Nuestro y fuertes abrazo sellaron uno de los
últimos momentos en tierras caroyenses. Las lágrimas también fueron invitadas
en ese compartir.
Cenamos, cargamos todas nuestras valijas y bolsos y
partirnos de regreso a nuestra ciudad, a nuestro barrio. EL viernes por la
mañana nuestros familiares nos estaban esperando y nos recibieron con gran
alegría. Fin de Viaje. Ahora es el
comienzo de compartir, lo vivenciado y experimentado en nuestras vidas y que ha
pasado por el corazón, con nuestras familias y nuestros amigos. GRACIAS.
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