RELEYENDO A JUAN LUIS HERRERO DEL POZO -3-
Sergio
Dalbessio, 07-Junio-2011
publicado en www.atrio.org
¿Por qué son
aburridas las eucaristías? III (2004)
Con esta entrada se
completa el comentario hecho por Sergio
Dalbessio y Cristina Rosas al largo artículo de Juan Luis ¿Por qué son tan
aburridas las Eucaristías? (2004). El texto completo del
artículo fue publicado en ATRIO el 27-io-2006 y puede consultarse en este
enlace: http://2006.atrio.org/?p=406. Héctor
Rodríguez Fariña ha dividido y condensado el texto en tres
partes, que son las que han ido apareciendo al final de los sucesivos
comentarios del 17 y 24 de Mayo y del de hoy.
Celebrar la
Eucaristía nos tiene que llevar inexorablemente a vivir la JUSTICIA y la
FRATERNIDAD UNIVERSAL.
Cerrando estas
reflexiones en torno a la Eucaristía podemos tener en cuenta algunos elementos
que nos pueden ayudar a pensar y actuar con el deseo de transformar y vivir las
Eucaristías como encuentro fraterno.
Leyendo la amplia
participación de los foristas nos permitimos introducir algunas cuestiones que
nos pueden ayudar a pensar el tema de la espiritualidad. Para nosotros debe
estar enraizada – como una raíz plantada en tierra─ en la humanidad. Si no es
así se convierte en algo disociado, descarnado, separado, no entroncado con la
realidad que vivimos a diario. No puede haber fe y vida en dos planos
diferentes que no tengan relación entre sí. Somos seres humanos que tenemos sed
de lo Transcendente.
En nuestra
conciencia, nuestra alma, nuestro corazón, nuestro ser profundo: ahí está
anclada nuestra espiritualidad. Buscamos interiormente conectarnos con la
Transcendencia. Ella nos busca a nosotros y nosotros balbuceamos interiormente
como niños que van a tientas a su encuentro.
Todo lo que nos
rodea nos puede dar una idea o destellos de la presencia de Dios en el mundo,
pero la búsqueda de Él se da en lo profundo de nuestro interior. Allí en el
fondo, en lo que llamamos la dignidad de la persona humana, habita Él, que es
Trascendente, Inmanente y Plenitud.
La participación
generosa y sesuda de muchos comentaristas, tomando como punto de partida el
texto de Juan Luis, fueron generando un contrapunto de ida y vuelta que nos ha
permitido enriquecer la vida. De eso se trata, de permitirnos expresarnos
libremente en un portal que como en Atrio
se encuentran lo sagrado y lo profano.
Leyendo los debates
hemos introducido en uno de los aportes la frase que decía “Jesús era hijo de Dios o
vivió como hijo de Dios” dicha por Víctor José Godino, argentino,
biblista, que tuvo su Pascua el año pasado. A partir de la misma es que
deseamos poner algunas consideraciones sobre el tapete.
Jesús en las
comidas ponía de relieve, en primer lugar, a sus interlocutores. Conocía sus
vidas, sus historias, sus preocupaciones y sus esperanzas. Luego de la escucha
que pasa por el corazón, él compartía su palabra y alentaba, curaba, liberaba,
perdonaba o se alegraba respondiendo así a las necesidades de los otros. En
seguida, venía la mesa como sello de ese encuentro, de esa vida puesta al
descubierto y contemplada por el otro. “Cualquier amor humano
auténtico hace a Dios presente y actuante. Y así cualquier mesa compartida
contiene una semilla de Eucaristía. Privilegiamos una determinada comensalidad
para significar y vivir con más fuerza, mediante un acompañamiento de signos
más explícitos, la ‘cena del Señor’. En ésta explicitamos y subrayamos el
servicio (‘diakonia’), como apertura de unos a otros, alegre cercanía, afecto y
amistad, compromiso siempre pendiente con los excluidos de la mesa por nuestra
complicidad con el sistema”. (Herrero del Pozo).
Hace unos años nos
contaron una historia de esas que nos sirven para pensar: Un niño insistía en
querer dialogar con su papá. Éste estaba muy ocupado en sus asuntos de
negocios. Tuvo la idea de darle un rompecabezas en el cual se encontraban todos
los países del mundo con la certeza que el niño tardaría un tiempo demasiado
largo y él podría terminar sus menesteres sin ser molestado. Al rato aquel niño
se acercó al padre entregando aquel rompecabezas totalmente armado y en
perfecto orden. El padre sorprendido atinó a preguntarle cómo lo había hecho.
El niño respondió: atrás de cada uno de los pedazos había unas líneas, seguí
esas líneas y me quedó armado un hombre, y al darlo vuelta el mapa del mundo
estaba armado.
Decimos que todo
cuento nos ayuda a pensar justamente en eso, en volver al hombre. La
comensalidad tiene ese sentido profundo y ese significado de recuperar-nos como
seres humanos. “Así entendida, la
Eucaristía está llamada a constituir nada menos que el centro de la historia
humana en construcción. Lo humano, cuanto más humano, es más divino. Cuanta mayor
densidad reconocemos al símbolo de compartir juntos el alimento, mejor
construimos el “otro mundo posible”. (J.L.H. del Pozo).
Pensada, celebrada
y vivida desde la vida de Jesús, la Eucaristía nos lleva inexorablemente al
compromiso y a la radicalidad en nuestra vida. Ella no puede calmar nuestra
conciencia, aquietar nuestro corazón y sumirnos en un espacio de adoración
intima. La Eucaristía nos transforma en profetas serios, en servidores de los
demás, en sacerdotes que unen, tienden puentes, van en búsqueda de los
excluidos y empobrecidos por un sistema donde la gran mayoría de la humanidad
no está invitada a formar parte de la mesa que nos tendió el Padre. Muy bien
grafica Juan Luis cuando nos propone que en cada Eucaristía dejemos una silla
vacía. Allí estarán presentes esos hermanos y hermanas que no pueden acceder a
los bienes elementales de la vida.
“La comensalidad es
una esperanza en construcción, una esperanza activa. La mesa es promesa. No es
sólo gozo del presente, sino expectativa activa de futuro: la seguridad de un
final de la historia que, no obstante, nos es garantizado sólo mediante nuestra
lucha responsable. Esperanza sí, pero activa”. (Herrero de Pozo).
En el capítulo Sin justicia no hay
eucaristía del libro “La alternativa cristiana”, José María
Castillo analiza el término Parresía
que transcribimos a continuación, pues nos aporta un elemento importante sobre
el tema de la Eucaristía sobre los ejes de nuestra libertad y justicia. Dice: “La libertad y la audacia
son características de la predicación apostólica. El nuevo testamento utiliza
el término parresía para hablar de esta libertad y de esta audacia.
Etimológicamente, esa palabra viene de pan y rema: «todo dicho». En la cultura
de aquel tiempo, era un término político. Cuando el sistema era democrático,
equivalía a la facultad de hablar libremente en el consejo municipal de la
ciudad. Era, por tanto, la cualidad según la cual un sujeto podía decir todo lo
que tenía que decir, con libertad, con claridad y sin cortapisas. Con este sentido
aparece ese término en 28 textos en el nuevo testamento. Es la cualidad que
caracterizaba la predicación de Jesús (Mc 8, 32; Jn 7, 26). Reviste el matiz de
hablar claramente, de manera que lo que se dice se entienda perfectamente (Jn
10, 24; 16, 29). Y Jesús proclama que siempre ha hablado de esa manera (Jn 18,
20). En los Hechos de los apóstoles es la cualidad típica de la predicación
apostólica (Hech 2, 29; 4, 13.29.31; 9, 27‑28; 13, 46; 26, 26; 28, 30‑31; cf. 2
Cor 3, 12; 7, 4; Ef 6, 19‑20; 1 Tes 2, 2). La predicación del mensaje cristiano
comportaba un auténtico peligro, una amenaza. De ahí que fuera necesario hablar
con parresía”.
No se trata de
realizar cambios cosméticos a la celebración de la Eucaristía. No se trata de
que sean divertidas, que se celebren en un parque o un salón adornado con
globos, que la música se interprete con guitarra eléctrica o con órgano. Esos
serían cambios superficiales.
El verdadero cambio
se da cuando desde nuestro interior cambiamos el sentido de lo que estamos
celebrando. Si voy a celebrar la misa pensando en mi salvación ya excluyo de mi
corazón al otro. Pienso en mí como individuo. Si voy para cumplir con un
precepto y ganarme un crédito más para cuando muera también estoy “al horno”
como dicen por aquí. Por eso el cambiar es desde adentro. Los sacramentos
tendrán su valor en la medida que sea necesario como expresión de nuestra vida
humana que se entrelaza con la divinidad. Si ellos nos atan o esclavizan a
fórmulas o ritos, no nos hacen libres ni tienen ningún asidero celebrarlos.
“Porque de esos es
el Reino de Dios. Cuando en la iglesia sucede que los que acuden a misa son los
que tienen un traje digno que ponerse, porque sus ingresos y su posición en la
escala social les permiten «vestir», «pintar» algo en la vida, mientras que la
gente llana del pueblo se siente extraña y ajena a las funciones religiosas,
mala señal. Una iglesia que funciona así es una iglesia que está muy lejos del
mensaje de Jesús. Y por eso, es una iglesia que tiene razones más que sobradas
para asustarse del mal camino que ha tomado.
Pero el problema
está en que, con demasiada frecuencia, por desgracia, la celebración de
nuestras misas se convierte de hecho en un medio bastante eficaz de
tranquilizar falsamente las conciencias de la gente. Está fuera de duda que en
nuestra sociedad se cometen grandes injusticias. Está igualmente fuera de duda
que en nuestra sociedad se celebran misas en abundancia y que a ellas acuden
asiduamente los que, con frecuencia, cometen o son responsables de esas injusticias.
Ahora bien, estando así las cosas, es incuestionable que si la iglesia quiere
ser fiel al mensaje de la Biblia, no tiene más remedio que afrontar este
problema. Yo sé que esto plantea dificultades muy serias. Pero, ¿no es mucho
más serio y más peligroso seguir como estamos, viviendo en esta contradicción
con el mensaje de Dios? Si la eucaristía es el momento más intenso de la vida
de la iglesia, la celebración de cada misa tendría que ser el signo más claro
de la alternativa que la iglesia ofrece a los hombres y a la sociedad en que
vivimos. Donde no hay justicia, no hay eucaristía (José María CASTILLO “La
alternativa cristiana”, Sígueme, Salamanca, 1979, capítulo 10, pp. 302-321).
En la novela Los bufones de Dios
de Morris West, el Papa Gregorio expresa: “…los cristianos deberán dividirse en
pequeñas comunidades, cada uno de las cuales deberá ser capaz de
auto-sostenerse por el ejercicio de una fe común y de una mutua y autentica
caridad. Deberán dar testimonio de su cristianismo extendiendo los efectos de
su caridad hacia todos aquellos que no comparten su fe, acudiendo en auxilio de
los necesitados, compartiendo sus magros medios con los más desamparados.
Cuando la jerarquía sacerdotal se vea incapacitada de seguir funcionando, las
comunidades cristianas elegirán ellas mismas sus nuevos ministros y maestros
para que la Palabra sea mantenida en su integridad y para continuar conduciendo
la Eucaristía…”.
Nos dice en su
texto Juan Luis:
- “En un futuro no lejano, lo habitual
serán pequeñas comunidades que, como en los inicios, volverán a reunirse
en las casas y, sólo necesitarán espacios más amplios (no necesariamente
el templo, realidad pagana) para encuentros de varias comunidades.
La Eucaristía será un frugal ágape fraterno aportado por los miembros de la comunidad y celebrado, como es natural, en torno a una mesa. - El “celebrante” es toda la comunidad.
Un coordinador, hombre o mujer, habrá organizado lo necesario y marcará el
ritmo. Función práctica que es, al mismo tiempo, símbolo de unión con
otras comunidades.
- En la misma línea, será preciso
realzar la vivencia de la acción simbólica enmarcando el ágape en un
contexto de plegaria (penitencial, de acción de gracias, padrenuestro,
cantos, aclamaciones…), de lecturas apropiadas -bíblicas o no-, que nos unan
al pasado, de glosas, signos (cirios, incienso o perfume, abrazo de paz,
danza). Son importantes la sencillez y la elasticidad.
- Parece imprescindible o sumamente
conveniente mantener en lugar destacado entre los alimentos el pan y el
vino (o sus equivalentes culturales). Será importante traducir en clave
moderna los textos llamados de la “institución”.
En la actualidad
muchas comunidades cristianas están celebrando de esta manera las Eucaristías
con el fin de preservar la fe, la esperanza y por sobre todo la caridad y la
misericordia con los hombres que están fuera del sistema.
Cerramos estos
aportes a la reflexión de los textos de nuestro amigo Juan Luis Herrero del
Pozo con está canción del poeta Silvio Rodríguez:
La Era Está
Pariendo Un Corazón
Le he preguntado a
mi sombra
A ver como ando para reírme,
Mientras el llanto, con voz de templo,
Rompe en la sala
Regando el tiempo.
A ver como ando para reírme,
Mientras el llanto, con voz de templo,
Rompe en la sala
Regando el tiempo.
Mi sombra dice que
reírse
Es ver los llantos como mi llanto,
Y me he callado, desesperado
Y escucho entonces:
La tierra llora.
Es ver los llantos como mi llanto,
Y me he callado, desesperado
Y escucho entonces:
La tierra llora.
La era está
pariendo un corazón,
No puede más, se muere de dolor
Y hay que acudir corriendo
Pues se cae el porvenir
En cualquier selva del mundo,
En cualquier calle.
No puede más, se muere de dolor
Y hay que acudir corriendo
Pues se cae el porvenir
En cualquier selva del mundo,
En cualquier calle.
Debo dejar la casa
y el sillón,
La madre vive hasta que muere el sol,
Y hay que quemar el cielo si es preciso
Por vivir,
Por cualquier hombre del mundo,
Por cualquier casa.
La madre vive hasta que muere el sol,
Y hay que quemar el cielo si es preciso
Por vivir,
Por cualquier hombre del mundo,
Por cualquier casa.
S.D. y C.R.
-o-o-o-
III. La mesa compartida y
radicalidad de vida.
Juan Luis Herrero
del Pozo (2004).
[Texto abreviado y
condensado por HRF]
Siguiendo nuestro
intento de recuperar la acción simbólica que acompaña a la Eucaristía había que
afirmar sus valores esenciales cubiertos por el velo secular de la magia. Dimos
un paso mas: resituar el signo de la “fracción del pan” o “cena del Señor” como
clave de lo más hondamente humano en el proceso de hominización. Ahora nos
queda por ver si ese símbolo de algo tan humano y profundo sigue siendo válido
para los seguidores de Jesús esparcidos por todo el mundo y en una sociedad que
está buscando nuevos horizontes de justicia, igualdad y libertad sin
encontrarlos.
Así entendida, la
Eucaristía está llamada a constituir nada menos que el centro de la historia
humana en construcción. Lo humano, cuanto más humano, es más divino. Cuanta
mayor densidad reconocemos al símbolo de compartir juntos el alimento, mejor
construimos el “otro mundo posible”.
El efecto de
compartir la mesa fraternalmente, hemos visto reiteradamente, es vivir el amor,
el mismo amor que llevó a Jesús a dar la vida. Dios es amor y el amor es uno,
no se divide en humano y sobrenatural. Cualquier
amor humano auténtico hace a Dios presente y actuante. Y así cualquier mesa
compartida contiene una semilla de Eucaristía. Privilegiamos
una determinada comensalidad para significar y vivir con más fuerza, mediante
un acompañamiento de signos más explícitos, la ‘cena del Señor’. En ésta
explicitamos y subrayamos el servicio (‘diakonia’), como apertura de unos a
otros, alegre cercanía, afecto y amistad, compromiso siempre pendiente con los
excluidos de la mesa por nuestra complicidad con el sistema.
Nuestra cultura,
sobre todo occidental, padece una quiebra de comensalidad. La experiencia vital
de Jesús se la restituye si nosotros consentimos en recuperar el símbolo
eucarístico en su significatividad y en la hondura de su contenido. Al igual
que la palabra complementa el gesto la lectura bíblica abre la realidad humana
del compartir al espíritu y opción de vida de Jesús. Vivida así la
comensalidad, el “efecto” o fruto del sacramento no es ninguna añadidura. Es
vivir el símbolo en su verdad, es compartir con el pan la vida, es alimentar la
tensión hacia los excluidos de la mesa, es construir una humanidad mejor. Esto
es precisamente vivir la Pascua de Jesús en la realidad más material y tangible
de la existencia.
- 1. ¿Por qué se dice que la Eucaristía
es un anticipo del Banquete del Reino?
La comensalidad es
una esperanza en construcción, una esperanza activa. La Eucaristía, al mismo
tiempo que ‘memorial’ de la Cena, es anticipo del Banquete del Reino, en toda
la tradición cristiana ¿Qué quiere esto decir? Hemos entendido la comensalidad
como símbolo realista para el presente: compartir el pan es vivir el amor en su
dimensión humano-divina. Ahora bien, este símbolo nos proyecta también hacia el
futuro. La
mesa es promesa. No es sólo gozo del presente sino expectativa
activa de futuro: la seguridad de un final de la historia que, no obstante, nos
es garantizado sólo mediante nuestra lucha responsable. Esperanza sí pero
activa.
Hubo en tiempos una
reacción contra la doctrina del “más allá” porque distraía del presente
quehacer histórico. El equilibrio de ese movimiento pendular consiste en tomar
en serio que el “más allá” se construye en el “más acá”. El “más allá” no es el
todo sino una última instancia de sentido: pese a la incuria e
irresponsabilidad humana, los verdugos no triunfarán sobre las víctimas. Que el
mal no va a tener la última palabra es una forma de creer en un Dios con
sentido. Si no nos resignamos al absurdo esperamos que la fuerza y bondad de Dios
prevalecerán sobre nuestra maldad. Esto significa la metáfora del Banquete del
Reino. Es la justa restauración final de felicidad para los pobres y marginados
de la que nuestra irresponsabilidad no podrá privar a nadie.
Cada vez que nos
sentamos para recordar la mesa del Señor debiéramos dejar bien visible una
silla vacía como símbolo cuestionante. Deberíamos preguntarnos día tras día
cuánto pan está robando a otros nuestro derroche. O bien la Eucaristía “se
carga” el consumismo o es una farsa hipócrita llamarla anticipo del Banquete
del Reino. No existe Eucaristía sin lucha por la justicia: desde la austeridad
de vida hasta la acogida al inmigrante, la lucha sindical y política, y las
pancartas y gritos en la calle. La Eucaristía no es un ejercicio de piedad y
menos un narcótico. Compromete a fondo y sin medias tintas. Algo de que olvidan
los movimientos religiosos integristas para dormir felices.
- 2. Irreversible metamorfosis.
Tal vez ahora cobre
más sentido para jóvenes y mayores el celebrar de otra manera la Cena del
Señor. Hemos puesto de relieve lo esencial del sacramento eucarístico: el
símbolo real y lo que éste produce. El símbolo es el gesto tan humano de
compartir el pan. Lo que éste produce es un movimiento de amor que construye
comunidad haciendo que ésta viva la misma opción de vida que vivió Jesús
entregándose, si no hay más remedio, hasta la muerte por los demás. Esto es la
Pascua. Esto es construir humanidad, trabajar por el Reino. La tarea no se
puede ceñir a reformas cosméticas; se trata de una profunda refundición, una
auténtica metamorfosis en la que la mariposa final aparentará no tener nada que
ver con la larva inicial. Quiéranlo o no las autoridades, es algo irreversible.
Intentar el retorno al modelo de cristiandad que quiere lograr la campaña
oficial de pretendida “nueva evangelización” es suscitar algunos núcleos
conservadores fundamentalistas, refugio de personalidades inmaduras, que aún
acusan más la falla abismal entre fe y mundo moderno.
- 3. Consecuencias prácticas
Las pinceladas
arriba sugeridas sobre la Eucaristía pueden parecer demasiado teóricas pero era
imprescindible ir a la raíz de la reflexión. Apuntemos ahora consecuencias más
concretas y pragmáticas que, por eso mismo, no podrán impedir una apariencia
más insolente y provocadora.
- a)
En un futuro no lejano, lo habitual serán pequeñas comunidades que, como
en los inicios, volverán a reunirse en las casas y, sólo necesitarán
espacios más amplios (no necesariamente el templo, realidad pagana) para
encuentros de varias comunidades.
b) La Eucaristía será un frugal ágape fraterno aportado por los miembros de la comunidad y celebrado, como es natural, en torno a una mesa. - c)
El “celebrante” es toda la comunidad. Un coordinador, hombre o mujer,
habrá organizado lo necesario y marcará el ritmo. Función práctica que es,
al mismo tiempo, símbolo de unión con otras comunidades.
- d)
En la misma línea, será preciso realzar la vivencia de la acción simbólica
enmarcando el ágape en un contexto de plegaria (penitencial, de acción de
gracias, padrenuestro, cantos, aclamaciones…), de lecturas apropiadas
-bíblicas o no-, que nos unan al pasado, de glosas, signos (cirios,
incienso o perfume, abrazo de paz, danza). Son importantes la sencillez y
la elasticidad.
- e)
Parece imprescindible o sumamente conveniente mantener en lugar destacado
entre los alimentos el pan y el vino (o sus equivalentes culturales). Será
importante traducir en clave moderna los textos llamados de la
“institución”.
Con estos apuntes
provisionales pretendemos sólo remarcar la necesidad de devolver a la comida
eucarística la expresividad humana (y, por tanto, cristiana) en la línea densa
que le reconocieron Jesús y las primeras comunidades. Este ágape se sitúa,
pues, en un ámbito distinto de las comidas de tantos hogares-pensión o del
bocadillo apresurado de los almuerzos de trabajo.
Y ¿en las grandes
concentraciones? Cabe preguntarse si éstas, necesitan de la eucaristía para su
celebración. La eucaristía no tiene por qué ser, como hoy, el ingrediente de
todas las salsas.
Lo que sí sería a
potenciar es llevar a un hermano enfermo o impedido algún elemento de la comida
en señal de recuerdo y comunión fraterna. Éste era el sentido de la llamada
‘reserva’ (conservar el pan eucarístico para los enfermos, no para poder
adorarlo).
Este modelo de ágape eucarístico habrá de encontrar su propia cadencia según comunidades, circunstancias y procesos, una vez rebasado el ‘precepto dominical’.
Este modelo de ágape eucarístico habrá de encontrar su propia cadencia según comunidades, circunstancias y procesos, una vez rebasado el ‘precepto dominical’.
- 4. Falsos problemas
En la Eucaristía no
hay nada que “consagrar”: la única ‘conversión sustancial’ es la de los
miembros de la comunidad que, en ella, deben expresar e interiorizar su propia
Pascua en la apertura al amor. Hemos visto que el primer elemento esencial era
la veracidad significativa del símbolo y el segundo, su interiorización en los
corazones. Un abrazo sin amor es una mentira.
Los elementos
básicos de la comida –el pan y el vino- deben ser sustituidos por aquellos
propios de cada cultura.
El domingo no es
necesariamente cuando la comunidad conmemora la cena del Señor.
Tampoco se precisa uniformidad
en las celebraciones comunitarias. Seamos realistas y aceptemos que existen
dentro del catolicismo tendencias tan diversas, o más, que las que se dan con
otras confesiones. De ahí que no tenga por qué existir un patrón único de
comunidad cristiana, incluso en el ámbito de las comunidades de base. La unidad
–que no es uniformidad- es un ideal, una meta hacia la que avanzar.
Constituye una
grave preocupación para los padres o abuelos cristianos el hecho de que hijos y
nietos no “vayan a misa”. Para ellos la misa es el indicador de si los jóvenes
se mantienen dentro de la práctica cristiana o la han abandonado. Lo grave es
la valoración que instintivamente hacemos los mayores: nos duele profundamente
que nuestros hijos hayan “desertado”. Olvidamos que el abandono de la misa es
un signo de crisis en el ámbito de algo relativo, lo religioso, no una
deserción de lo esencial.
Mientras la
mencionada profunda metamorfosis se produce, muchos habremos optado por
preservar lo mejor posible los puentes existentes con la institución eclesial.
Los jóvenes, no han podido. Y no sólo han abandonado toda práctica religiosa,
salvo alguna oración puntual, sino que incluso han cortado la relación y el
diálogo con otras comunidades cristianas ¿Qué hacer?
En buena medida, la
Iglesia y la jerarquía son los responsable. También lo fueron antes del
alejamiento del mundo obrero anteriormente. Intentemos una valoración del
déficit de lo religioso auténtico en la actualidad.
No sólo los
‘alejados’, también muchos cristianos, todos cuantos han realizado el doloroso
pero liberador trabajo de desmonte a la luz del llamado ‘nuevo paradigma’ del
pensamiento cristiano, se hallan como a la intemperie: la autoridad jerárquica
los condena, de la dogmática tradicional apenas les queda piedra sobre piedra,
la liturgia ha quedado vieja y aún no ha alumbrado otra nueva. La sensación de
desamparo y de vacío religioso es un hecho. El peligro del abandono total
tampoco es una quimera ¿Cómo reaccionar?
En primer lugar,
este peligro real sólo acecha a los creyentes que han hecho un absoluto de lo
relativo. Sólo Dios es lo absoluto. Las mediaciones religiosas, doctrinales,
institucionales y celebrativas, que constituyen la constelación religiosa, no
son imprescindibles. Dios no ha inventado ningún sistema religioso. Pero
algunas personas que, de algún modo, han dado en su vida el salto a lo
trascendente y han vivido la experiencia espiritual con intensidad (Buda,
Jesús, Mahoma…) han originado sistemas religiosos de mediación que han
resultado caminos útiles para otros. Dios no necesita nuestra religión, pero
nosotros sí. Ahora bien, cuando estas mediaciones envejecen y no nos sirven los
creyentes nos quedamos un tanto a la intemperie. Y no es bueno instalarse en
una situación que, ayuna de cauces de expresión, pueda poco a poco caer en el
indiferentismo o el abandono total.
- 5. Comunidad, pensamiento nuevo y
radicalidad de vida.
De lo que no se
debe prescindir es de la comunidad cristiana, básicamente por la misma
estructura antropológica del ser social. Permanece un referente que, para los
cristianos es decisivamente válido, Jesús de Nazare. Para nosotros es
irrenunciable. Y ahí, con él, se abre un dilatado y entusiasmante camino por
recorrer. Por muy diferentes que seamos unos cristianos de otros, él es el
referente y el crisol en el que depurar y vigorizar nuestra implicación en el
mundo y a la luz de cuyo ideal evangélico hemos de buscar nuevas expresiones
religiosas.
Con frecuencia los
cristianos vivimos la soledad espiritual, la ausencia de Dios: como si Dios no
existiese. Sabemos que Dios es nuestra roca pero no lo vemos intervenir.
Creemos en Dios como si todo dependiera de él pero nos vemos forzados a actuar
como si todo dependiera de nosotros y nada de él; de alguna manera como si Dios
no existiese… Dios permanece oculto y ausente, no interviene para arreglar
nuestras cosas. Vivimos religiosamente porque necesitamos expresarnos y
dialogar con él. Ya vemos lo que ha dado de sí en la historia y en nuestra vida
la guía del ‘magisterio eclesiástico’.
Razón de más para
iniciar a nuestros hijos desde pequeños, y acompañarlos luego, en la escucha de
ese maestro interior, guía de la conducta honesta y detectora de ídolos y
falsos dioses. La conciencia, propia y de otros, es la única universal
revelación de Dios. Pero aún disponemos de otro ‘test’ más definitivo y
fundante de recta conducta, más imprescindible que el de cualquier religión.
Aquí conviene distinguir entre religión y espiritualidad. Si nuestra expresión
religiosa en la época actual de revisión a fondo de lo religioso se reduce a
mínimos, hay algo en nuestro contexto vital que permanece imprescindible: los
demás seres humanos con los que construimos la historia. Éste es el terreno de
la verdadera espiritualidad a propósito del cual decía san Juan “quien no ama a
su hermano a quien está viendo, a Dios a quien no ve, no puede amarlo” (1 Jn 4,
21). A Jesús le preguntamos por Dios y él nos remite al hombre. Ésta es, sin
duda, la intuición más genial y revolucionaria en la experiencia religiosa en
la historia. El hermano constituye la piedra de toque de la espiritualidad. El
compromiso ético, social y político es ese amplio ámbito de construcción de una
humanidad más justa en el que debemos confluir todos, viejos y jóvenes,
creyentes y agnósticos. Es la base de la religión universal, con etiqueta
explícita religiosa o sin ella.
- Conclusión
Se trata de caer en
la cuenta de que hay que recuperar la comunicación familiar y afirmar nuestro
puesto en la realidad social. Jesús nos dejó la clave en el símbolo de la
comensalidad. En cualquier comida familiar o de amigos, podemos revivir lo
esencial del mensaje de Jesús. En el compartir el pan y en el servicio al
hermano late un mismo amor. “Dios es amor”, decía san Juan. No existe un amor
natural al que sobrevendría otro “sobrenatural”. La Eucaristía volverá a ser el
Banquete del Reino. Recuperar la Eucaristía es hacer humanidad.
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