RELEYENDO A JUAN LUIS HERRERO DEL POZO -2-
Sergio
Dalbessio, 24-Mayo-2011
publicada en su oportunidad en www.atrio.org
¿POR QUÉ SON
ABURRIDAS LAS EUCARISTÍAS? II
Sergio
Dalbessio, Junto a su esposa Cristina Rosas, han leído, reflexionado y escrito
estas palabras que nos introducen a la segunda parte del texto de Juan Luis
¿Por qué son aburridas las eucaristías? Cristianos libres que buscan
madurar diariamente su fe en Jesús y hacer presente el Reino de Dios.
En otro de los
textos importantes de J. L. Herrero del Pozo titulado “Desacralizar es
humanizar, humanizar es divinizar” expresa: “Para dar gracias a Dios
(eucaristía) y compartir la comida (fracción del pan) se reunían en los
domicilios las pequeñas asambleas (iglesias) domésticas, presididas por el
dueño o dueña del hogar. Había quedado claro: ni en el templo de Jerusalén ni
en el monte Garizín sino en espíritu y en verdad. El seguimiento de Jesús, el
ser cristiano, consiste en impregnar la verdad más humana de la vida ordinaria
del espíritu y estilo de comportamiento del Maestro. Aquello no era una nueva
religión sino vivir a tope en el mundo aunque de forma profética, “sin ser del
mundo”. Plenamente seculares tal como vivió Jesús, volcados a los huérfanos,
las viudas, los pobres, los enfermos. A ningún hambriento le falta un trozo de
pan en la mesa común, en el ágape fraterno”.
Y en el texto que nos ofrece hoy Atrio dice: “Desde los orígenes la
eucaristía fue una comida especial de la comunidad: fracción del pan, cena del
Señor, ágape fraterno. Lamentablemente, el símbolo ha quedado reducido a algo
in-significante, mero rito incomprensible”. Estos párrafos
generan en nosotros la reflexión y los deseos de vivir las Eucaristías, centro
de nuestra vida de cristianos, descubriendo su verdadero significado para
nuestra existencia.
Culminaba mi
reflexión anterior expresando: “Sueño
que podamos tener la experiencia de lo profundo de la Eucaristía compartida en
comunidad y convertirnos en pan partido para nuestros hermanos y vino
nuevo para una humanidad que tiene tanta sed de justicia, de encuentro, de
fraternidad y de vivir con dignidad”.
Vastos signos de los tiempos y de nuevos vientos van aflorando por
diversas partes del mundo: la rebelión de los monjes en Birmania, los jóvenes
que piden democracia en los países árabes, los pueblos originarios de América
Latina que reclaman sus tierras, y los que hoy sentados en la Plaza del Sol –y
otras plazas que se va multiplicando- buscan nuevos dirigentes y un nuevo
destino en la política de España, sumados a tantos otros hechos que podríamos
enumerar para decir que otro mundo posible se está gestando.
“La comida y la bebida
son las bases materiales de la vida, de modo que la Cena del Señor es también
una crítica política y un desafío económico y tanto esto como un ritual sagrado
y un acto litúrgico de adoración. Puede ser correcto reducirlo de una comida
completa a un mordisco y un sorbo simbólico, siempre que estos simbolicen la
misma realidad, a saber, que los cristianos afirman (mos) que Dios y Jesús
están presente de una manera peculiar y especial cuando la comida y la bebida
se comparten por igual entre todos” (J. D. Crossan, en El nacimiento del
cristianismo).
Busco pensar
los hechos relatados y qué me dicen desde el desafío de vivir plenamente la
Eucaristía. ¿Los símbolos utilizados significan, hoy, algo para nosotros?
La reunión es
entorno a un altar que nos remite al sacrificio y no a una mesa que nos habla
de comunidad.
Un ministro que
preside el acto sacrificial y al que no vemos como un hermano que recoge los
sentimientos con los cuales nos acercamos.
Una participación
sometida a fórmulas, ritos y respuestas que muchas veces no dicen nada ni
interpretan lo que vivimos en lo profundo de nuestros corazones.
Las lecturas leídas
con voz de circunstancia, las explicaciones (homilías, sermones) que redundan
en aquello que hemos oído, pero que no interpelan ni iluminan nuestra vida
cotidiana.
Un ministro que se
dirige a la asamblea desde el lugar del sabio y con un dedo admonitor nos
señala el camino por el cual debemos ir, sin posibilidad de derecho a réplica.
Qué distinto sería
si la Palabra, que las Primeras Comunidades compartieron en sus casas,
impactara en nuestras vidas después de escucharla. Tendría que producir un
cambio en nosotros, sino queda solo en rito y no se ha celebrado nada.
La riqueza de
preparar los textos de la Biblia en profundidad y con sabiduría es para que esa
Palabra nos transforme, para que el Espíritu actúe en nuestras vidas, que nos
aliente en medio de la desesperanza, que nos sostenga en el desanimo. La
Palabra nos une si es Palabra que genera Vida.
¿Qué
Eucaristía podemos celebrar para acompañar esas luchas de auténtica liberación
humana? ¿Qué símbolos podemos acercar para fundirnos en la necesidad del otro?
La experiencia de
las Primeras Comunidades nos cuenta “que
el convite, la comida, el banquete es la realidad simbólica vinculada
repetidamente al “reino de Dios. Pero es que, al mismo tiempo, la comensalidad
es, sin duda, la realidad humana más profunda y universal” (Herrero del Pozo).
Pienso en la
mesa familiar: la preparación de los alimentos, el encuentro, lo que sentimos
cuando nos miramos a los ojos, lo que discutimos, en lo que coincidimos o no,
en cómo nos ayudamos mutuamente. Mesas que reparan nuestras fuerzas físicas y
renuevan nuestro espíritu humano para volver a nuestra vida diaria guardando la
historia de los otros en nuestro corazón. Historia de lo cotidiano que llena de
sentido a nuestra existencia.
El Reino ha
llegado, la Pascua se vive día a día.
El alcance de la comensalidad es tan universal o universalizable que la
convocatoria familiar en torno a la mesa compartida merece ser instaurado con
energía en la vida familiar y permanecer, sin apaños artificiales, como acción
simbólica nuclear de la comunidad creyente convocada por Jesús. (Herrero del
Pozo)
Cuan lejos estamos
de celebrar de esta manera. De abrir nuestro corazón y desplegarlo al hermano.
De compartir un momento de reflexión profunda.
Celebrar con
sentido PASCUAL nos permite transformar nuestra vida en luz y sal para una
humanidad que nos quiere atentos y solidarios. Necesitamos incorporar, en una
sociedad de violencia, la reconciliación y el perdón. La Eucaristía es una
fuente para nutrirnos con la verdad y el deseo de vivir hermanados.
No se trata
que sean divertidas, sino que expresen los sentimientos de cotidianeidad y sean
espacio de reflexión para alimentarse cada día. En algunos países se van
buscando otros estilos de celebración con buenos resultados. Se van
descubriendo modos de ser iglesia-asamblea en el servicio, incluyendo a
aquellos que han sido “expulsados” por diferentes motivos de la Mesa
Eucarística.
“Convendrá reflexionar
–agrega Juan Luis – sobre la coincidencia de tres formas de quiebre de la
comensalidad: la pérdida del ágape fraterno como símbolo eucarístico, el
deterioro del encuentro familiar en la mesa y el dramático desencuentro de la
gran familia humana en el reparto del alimento. Algo importante les es común:
una innegable deshumanización a través de la pérdida del símbolo y de su
contenido. Así no se construye el verdadero “reino de Dios”.
Nuestros desafíos actuales deberían pasar por:
- Situar
el encuentro familiar en torno a la mesa como una instancia de diálogo y
crecimiento humano.
- Volver
a celebrar la Eucaristía como un gran ágape de fraternidad universal,
comenzando por nuestras pequeñas asambleas de prójimos-próximos, de
vecinos y de amigos.
- Generar
los cambios políticos, económicos y sociales que sean necesarios para que
la humanidad sea saciada en sus múltiples y diversas “hambres”.
Esto lo podremos
lograr si somos personas libres y maduras en la fe, de corazones generosos y
gestos proféticos.
Entonces será una
realidad aquel texto que nos dice: “Jesús
entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo,
dijo la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los
distribuyeran a la gente. Todos comieron cuanto quisieron y se recogieron doce
canastos de sobras” (Lc. 9, 16-17). Ahí estará el verdadero milagro
de vivir compartiendo el Reino de Dios.
Tierra y pan
para todos,
y entonces
también la vida
tendrá forma de pan,
será simple y profunda,
innumerable y pura.
y entonces
también la vida
tendrá forma de pan,
será simple y profunda,
innumerable y pura.
Todos los seres
tendrán derecho
a la tierra y a la vida,
y así será el pan de mañana
el pan de cada boca,
sagrado,
consagrado,
porque será el producto
de la más larga y dura
lucha humana.
tendrán derecho
a la tierra y a la vida,
y así será el pan de mañana
el pan de cada boca,
sagrado,
consagrado,
porque será el producto
de la más larga y dura
lucha humana.
( Pablo Neruda en
Oda al pan).
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