Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








jueves, 23 de julio de 2015

¿Por qué son aburridas las eucaristías? Reflexiones desde Religión Sin Magia.


RELEYENDO A JUAN LUIS HERRERO DEL POZO -1- 
Textos que fueron publicados en www.atrio.org

Sergio Dalbessio, 17-Mayo-2011

Sergio Dalbessio. argentino. se presenta diciendo: “Como expresa el libro Religión sin magia -testimonio y reflexión de un cristiano libre-, y compartiendo dichas palabras, me gusta presentarme como una persona de opción cristiana –un trashumante de la historia- que camina la periferia de la iglesia para dialogar libremente con aquellos que creen que otro mundo es posible y deseando ser un artesano de memorias”. En este tiempo del regreso al pasado en la Iglesia, Sergio ha releído un texto de juan Luis de hace siete años: ¿Por qué son aburridas las eucaristías?.

Lo escrito por Juan Luis Herrero del Pozo sobre el tema de la Eucaristía cuestiona el corazón de todos aquellos cristianos que sentimos que celebrarla se ha vuelto tedio, rutina y precepto, o sea cumplir un rito que fue vaciado de contenido y de significado, haciendo que la vida fraterna se vuelva desolación.
Él comienza su escrito con la pregunta: ¿Por qué son aburridas las eucaristías?
Este interrogante nos plantea un desafío: el repensar la Eucaristía para recuperar su significado más profundo para el pueblo peregrino y en especial para los jóvenes.
El texto de Herrero del Pozo es introducido con su opinión sobre  la denominada “presencia real” y lo que él entiende por “magia sacramental”. Quizás sea bueno que cada uno en particular –según su propio interés- pueda revisar los diversos autores que han escrito sobre el tema en cuestión y confrontar con la propuesta del autor de “Religión sin magia”.
Sin dejar de ser este tema importante, y es donde la Iglesia-institución asienta su apoyo para sostener la Eucaristía entre los sacramentos, no será el planteo central de este articulo.
Más allá de lo dogmático y teológico, que no le podemos restar valor,  estas líneas desean instalar algunas frases o hechos surgidos a partir  de la reflexión del texto puesto a consideración por Atrio para abordar la profunda veta humana que tiene la celebración eucarística.

La Eucaristía es la celebración característica y central de la comunidad cristiana y es una acción simbólica. El mundo de los símbolos es el ámbito privilegiado de la expresión humana y de la comunicación interpersonal. A la luz de estas palabras precedentes pensemos y detengámonos un momento en nuestras misas: ¿qué símbolos usamos, qué importancia o significado tienen para nosotros; cómo nos comunicamos con los otros hermanos que están celebrando el rito eucarístico, qué lazos interpersonales nos unen, qué relación existe entre el que preside la celebración, los que leen y aquellos que asistimos a estas misas dominicales?
Muchas veces tengo la sensación de participar en una obra de teatro: actores-público, altar-escenario, bancos-butacas. Si esto sucede para mí, que tengo mis años y algunas cuantas Eucaristías encima, cómo será para los jóvenes que inician un camino de fe.

Pensemos  ahora en estos gestos diarios, en una cena junto a los amigos o con familiares: cómo la preparamos, cómo nos disponemos para el encuentro, qué acontecimiento nos une para celebrar, qué signos ponemos sobre la mesa, la música elegida, el ambiente cómo lo acondicionamos para que sea cálido para los invitados. Por eso asevera Juan Luis, “cuando los hermanos o los amigos se juntan para comer refuerzan sus lazos afectivos. Esto nos ayudara a entender (y vivir) la Eucaristía como acción simbólica constructora de comunidad y no simple espacio de oración, de reflexión o rito piadoso”.
Jesús celebró su cena –conocida como la Última Cena- con sus discípulos y discípulas. Ellos prepararon el lugar, compartieron los alimentos que eran parte de su vida diaria, charlaron y dialogaron sobre las cosas sustanciales de su vida, sus tristezas, sus alegrías, sus dolores y sus esperanzas.  Nosotros, ¿estamos celebrando hoy nuestras Eucaristías con este mismo espíritu?.
El repensar la Eucaristía nos lleva a poner sobre el tapete o la mesa, varios dilemas que se entrelazan: celebrar en grandes y fríos templos o en pequeñas comunidades donde  aquellos que somos vecinos, que nos conocemos, que estamos unidos por entramados de vida, nos encontremos.
Luego podríamos reflexionar sobre quién preside la celebración. Sería bueno pensar en los ministerios como servicio y no como privilegios.
Otros temas para discernir serían la reconciliación, el ágape fraterno, el compartir y la solidaridad como servicio a cada hermana/o necesitada/o.
Viene a mi mente aquel texto del libro de los Hechos de los Apóstoles que dice: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones… Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común, vendían sus posesiones y bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno.” Hch 2,42.44.

Quizás sea bueno tener en claro la solidaridad como expresión práctica, donde se une lo celebrado y la vida de la comunidad se transforma en misionera. Es decir, que sale después de celebrar la vida al encuentro del otro, ya sea del necesitado, del explotado, del enfermo, del empobrecido. Ahí la Eucaristía-(en)-comunidad cumple un rol profético, perdido por la Iglesia-institución y sostenido por las Iglesias de base que se nutren y abrevan sus corazones en la fuente inagotable de vida que es el Evangelio.
El hambre es un crimen reza una proclama que se viene levantando desde hace años en Argentina, quizás necesariamente extendible a otras partes del mundo, según algunos de los datos expresados en el libro Primero la Gente de Amartya Sen y Bernardo Kliksberg: “…los datos recientes informan que 1.200 millones de personas se hallan en pobreza extrema viviendo con menos de un dólar diario, 3000 millones están por debajo del umbral de la pobreza, ganando menos de dos dólares diarios, 845 millones padecen hambre,…30.000 niños mueren diariamente por causas evitables vinculadas a la pobreza. Mientras sólo 6 niños de cada mil mueren antes de cumplir un año de edad en los países más ricos, son más de 100 en los más pobres”.

Sueño que podamos tener la experiencia de lo profundo de la Eucaristía compartida en comunidad y  convertirnos en pan partido para nuestros hermanos y  vino nuevo para una humanidad que tiene tanta sed de justicia, de encuentro, de fraternidad y  de vivir con dignidad.
Concluyo estas pequeñas reflexiones en voz alta con un huayno de dos poetas argentinos -los hermanos Carabajal-, titulado “Entra a mi hogar”.

Abre la puerta y entra a mi hogar
amigo mío que hay un lugar
deja un momento de caminar.
Siéntate un rato a descansar
Toma mi vino y come mi pan
tenemos tiempo de conversar

Que haya alegría en mi corazón
con tu presencia me traes el sol
manos sencillas, manos de amor
tienden la mesa y le dan calor
el pan caliente sobre el mantel
un vino bueno y un gusto a miel
habrá en mi casa mientras estés.

Que felicidad amigo mío
tenerte conmigo y recordar
hacer que florezcan pecho adentro
ardientes capullos de amistad.
Toma mi guitarra y dulcemente
cántame con ella una canción
que quiero guardar en mi memoria
el grato recuerdo de tu voz.

o – o – o

¿POR QUÉ SON ABURRIDAS LAS EUCARISTÍAS?
Juan Luis Herrero del Pozo. (2004).
 

I.         EUCARISTÍA, IGLESIA Y MAGIA
[Texto abreviado y condensado por HRF. Ver en ATRIO el TEXTO COMPLETO]
La respuesta sería: porque se ha perdido su sentido profundo. Tal cual es la Eucaristía es la Iglesia, y a la inversa. La una es reflejo de la otra. De ahí que la desafección de los jóvenes afecte a ambas por igual. Si esta Iglesia nuestra es el fracaso del Evangelio, nuestra Eucaristía es el fracaso de la Iglesia por haber quedado reducida a mero rito piadoso aburrido, y sólo superficialmente remozada. Es preciso, a mi entender, recuperar una Eucaristía significativa, para el pueblo de Dios y, especialmente, para los jóvenes, como un elemento clave de la refundición de la Iglesia. No otra es la intención de las siguientes reflexiones.

El tema de estas líneas apunta al corazón mismo del proyecto cristiano, la celebración eucarística de la comunidad, dado que ésta no es una práctica religiosa cualquiera sino el punto de máxima cristalización, en la medida en que funde el pasado de Jesús con el presente cotidiano en tensión a un futuro de plenitud.

En un intento de “repensar la fe”, y la Eucaristía entre otras cosas, con pequeños grupos cristianos, hemos tenido mentalmente en cuenta a tres categorías de personas: primero, a nosotros mismos, cristianos supuestamente ‘progres’; luego, a esa multitud de adultos que llamamos ‘indiferentes’, y que lo son más a lo eclesiástico que a lo evangélico; y, sobre todo, tenemos en cuenta a nuestros propios hijos y otros jóvenes, pos-cristianos desencantados, sinceros y básicamente honestos, aunque en peligro de ser devorados por esta sociedad de pensamiento ‘débil’ y sin norte.

  • Magia sacramental (“presencia real”)

¿Qué se entiende por “presencia real” en la Eucaristía? Se han escrito millones de páginas e invertido otros tantos de horas en la interpretación de una creencia mágica de temprano nacimiento en el cristianismo. Síntoma de que el problema no es fácil o de que se está en un callejón sin salida por estar mal planteado desde su inicio. Se ha intentado deslindar el hecho (dogmático) de su interpretación (teológica).

Pienso que no es posible en nuestro caso porque sus mismos supuestos fundamentos bíblicos son ya una interpretación equivocada. El contexto cultural oriental, en el que lo simbólico, lo mítico, lo real y lo mágico se hallan más entremezclados de lo hoy imaginado, nos invita a seguir este análisis con gran cautela.

El mayor peligro sigue siendo hoy comprender literalmente, por ejemplo, el “esto es mi cuerpo” como hicieron algunos textos patrísticos. La insensible evolución cultural de los primeros siglos lo descuidó y ello dio lugar a una progresiva interpretación “cosificante”, físico-realista, de la eucaristía. La exégesis moderna escudriña cada vez más, pues, el marco antropológico global del nacimiento del cristianismo, incluida la eucaristía. En este marco, las interpretaciones clásicas de la “presencia real” no caben.

No nos detenemos en ello. Nos bastará constatar que se puede llegar a lo más jugoso y vital de este sacramento prescindiendo de dicha verdad. Los autores más modernos la silencian o pasan de puntillas sobre ella mediante formulaciones ambiguas. Tal es el miedo a las iras de la autoridad. Personalmente entiendo que por encima de ese miedo reverencial a la jerarquía debe pasar el respeto y la sinceridad con el pueblo. Me parece preocupante ese doble nivel de creencias al que se ha llegado en la iglesia: bastantes pastores han alcanzado en su foro interno un alto grado de crítica a lo establecido (dogmas, liturgia, organización). Pero se callan delante del pueblo. Y cuando éste lo descubre se lamenta con amargura: “¿por qué nos ocultan estas cosas?” La desgracia es que, entre tanto, prosigue la sangría de mucha gente honesta.

  • Con los jóvenes es más fácil entenderse.

¿Cómo están ocurriendo las cosas? El tema de la “presencia real” tiene los días contados: dentro de diez años habrá desaparecido como problema y como tema. No obstante, la remoción de este obstáculo no habrá resuelto todos los problemas. Mientras no lleguemos a la veta humana profunda de la celebración eucarística, las misas carecerán de interés salvo para los más timoratos que sienten la necesidad –o la obligación dominical- del rito sagrado. Su piedad u obediencia compensan el desafecto de la mayoría, sobre todo jóvenes, a quienes las misas dicen espiritualmente muy poco y resultan insoportables. La dificultad de la “presencia real” es, pues, un obstáculo a remover aunque no toda la solución.

No obstante, aquellos jóvenes que han superado tantos absurdos y permanecen en la Iglesia sí que prescinden de la presencia real. Al tratarlo en diferentes comunidades de base, desde las de mayores hasta las de jóvenes, he podido constatar lo siguiente: para las personas mayores, la “presencia real” constituye algo tan arraigado, central y sustancial en el sacramento que no es fácil desmontarlo para recuperar lo realmente importante. Sin embargo, con los más jóvenes, he tenido la sensación de estar combatiendo innecesariamente molinos de viento. Ellos ya no se sitúan ahí: es algo superado y se asombran de que todavía sea problema para los mayores.

  • La creencia popular y oficial

¿Cómo entiende el pueblo la “presencia real”? ¿A qué se aferran en ella la mayoría de los que van a misa los domingos? Paso por alto las innumerables interpretaciones históricas  y  me limito a la comprensión popular común.

Antes de la consagración hay sobre el altar pan y vino. Estos dones se convierten por la llamada “consagración” en el cuerpo y la sangre de Jesús. De los dones sólo queda la apariencia.

Los teólogos la han llamado presencia sustancial, objetiva, somática (soma = cuerpo). Un cierto desarrollo se produjo en la historia de la teología cuando se insistió en que, siendo la Eucaristía, un sacrificio, el mismo de la Cruz, Jesús estaba presente no sólo como resucitado sino en su pasión y muerte, aunque sin duplicar los acontecimientos.

Al enigma de lo espacial (presencia del cuerpo de Jesús bajo los dones del pan y vino) se añadía el de lo temporal (acciones del pasado, congeladas en una meta-historia, que se nos harían presentes ahora en su ‘mismidad’). Este modo de “presencia mágica” es el llamado a ser superado en beneficio de otra “presencia” incomparablemente más profunda y humana.

La creencia popular se asienta en el Concilio de Trento que, en ésta y otras creencias, desperdició lo mejor de la Reforma. Trento venía a decir: la naturaleza, sustancia o ser del pan y el vino dejan de estar presentes sobre el altar porque se han convertido (“transustanciado”) en el cuerpo de Jesús. Doctrina que se había impuesto desde el siglo XI contra Berengario, en el Concilio de Roma (1079). Ello explica la profusión de ‘milagros’ eucarísticos en aquella época. Ésta es la creencia que pervive en el pueblo y en los pastores, al margen de ciertas matizaciones alambicadas de la teología posterior afanosas por salvar lo definido “ex cathedra”.

  • El sustrato mágico de la creencia: intervencionismo divino.

Las llamadas palabras de la Institución que los sinópticos y Pablo ponen en boca de Jesús (“esto es mi cuerpo…”) pertenecían al uso litúrgico, no eran protocolo de la última cena. Y, por supuesto, no tenían nada que ver con el sentido literal esencialista que la tradición posterior les ha atribuido y que podrían traducirse hoy así: “compartir el alimento entre vosotros es mi mejor presencia”.

En efecto, el talante ‘cosista’ o fisicista de la tradición es estrictamente un elemento propio del pensamiento mágico de la religión. Concretamente en la eucaristía, la magia la ha devorado como un cáncer que alcanza, incluso, tonos idolátricos. La magia –teológicamente hablando- consiste en hacer a Dios a nuestra imagen, hacerle actuar como lo haría una causa intramundana aunque de poder omnímodo. Y así se le hace intervenir directamente en el mundo al margen o más allá de las posibilidades de las leyes naturales o de la libertad humana.

Este falseamiento en el modo de entender la relación de Dios con la realidad creada contamina a todas las religiones y constituye la desviación metafísica y antropológica a superar por todas ellas. Es sorprendente que esta intuición, propiamente metafísica, esté tan ausente en muchos teólogos.

No podemos entender el poder de Dios como para hacer posible lo imposible, un círculo cuadrado, o hacer sensato algo carente de sentido como sería una libertad humana abocada al fracaso final. El intervencionismo sobrenatural de Dios constituye la trama del tejido religioso judeocristiano y hoy  del islamismo.

Creer en un Dios así sería tanto como dejar una bomba nuclear en manos de un niño, que eso es todavía la humanidad. Pocas ideas sobre Dios son tan peligrosas. Esto supone estar convencidos, porque Él nos lo ha revelado, de que su verdad y su poder están en nuestras manos o en las manos de la autoridad religiosa. Éste es el nervio de todo integrismo, del esclavizamiento de las conciencias y del rechazo de la democracia interna en la Iglesia. En idéntica lógica –no atenuada por la Ilustración – se mueve el fundamentalismo islámico. El terrorismo se cierne como un devastador huracán sobre el planeta: “no me importa morir y voy a triunfar porque Alá intervendrá en mi favor”. El fundamentalismo es una de las armas más explosivas y peligrosas del mundo de hoy. ¿Qué diferencia tiene con el fundamentalismo que se expresa en muchos ambientes dentro de la Iglesia?

  • La celebración cristiana (el mundo de los símbolos)

La Eucaristía es la celebración característica y central de la comunidad cristiana y es una acción simbólica. El mundo de los símbolos es el ámbito privilegiado de la expresión humana y de la comunicación interpersonal. Los símbolos no necesitan explicación, hablan por sí solos dentro de un contexto cultural determinado. Si un joven de nuestra cultura entra en una de nuestras misas y no entiende nada, no es culpa suya sino de nuestra celebración. En cambio no necesita ninguna explicación cuando ve besarse a dos jóvenes o contempla un grupo de personas comiendo sentados festivamente en torno a una mesa. Los primeros expresan que se aman, los segundos que están celebrando algo.
Las acciones simbólicas no sólo expresan significativamente algo sino que, además, lo ratifican y refuerzan, es decir, construyen realidad. La carencia de expresión simbólica deteriora la misma realidad. Cuando en la pareja comienzan a escasear los besos, corre peligro el cariño. Cuando los hermanos o los amigos se juntan para comer refuerzan sus lazos afectivos. Esto nos ayudará a entender (y vivir) la Eucaristía como acción simbólica constructora de comunidad y no simple espacio de oración, de reflexión o rito piadoso.

En principio, los símbolos son, como el lenguaje, relativos a una cultura. No valen indistintamente para otra, ni siquiera indefinidamente en el tiempo para la misma. Las culturas cambian y sus modos expresivos con ellas. Por esta mera observación, no tiene sentido absolutizar el símbolo como cuando se dice que Jesús instituyó 7 sacramentos que, por ese hecho, habrían de permanecer inalterados para siempre y ser exportados impositivamente a todos los pueblos

Una realidad es sacramental no por su procedencia divina sino por su valía y densidad humana a cuya auténtica hondura ayuda a acceder el ideal de Jesús. De tal manera que si en algún sacramento de los hoy existentes en concreto descubrimos una realidad simbólica humana de validez universal, tal sacramento será reconocible siempre y por todos. Así, por ejemplo, en toda la historia de todas las latitudes, la unión íntima de los cuerpos es, al mismo tiempo que placer compartido, entrega mutua en el amor. Por ello el matrimonio, como amor en fidelidad, al mismo tiempo interesado y gratuito, es automáticamente realidad plenificante, santificante o sacramental, sea cual sea su modo de celebración ritual. Es decir, el amor humano es sacramento por su propia naturaleza, cuando es vivido con hondura y coherencia. No necesita ni tampoco admite ninguna añadidura o condicionante – ¡ninguna reglamentación canónica!- que lo pueda invalidar. Ahora bien, la Eucaristía ¿es como el matrimonio una realidad simbólica universal?

  • ¿Ritos inalterables o símbolos de libertad?

Cada día más, los teólogos concuerdan en que Cristo no fundó la Iglesia, ni siquiera una nueva religión. El cristianismo, como religión, es un constructo histórico humano en el que se intenta traducir la opción de vida fundada en la experiencia filial y libre vivida por Jesús. Sólo ésta es específica de lo cristiano, sólo ella está llamada a permanecer, como oferta no impuesta, en los moldes de cada tiempo y lugar. Pero ninguna traducción concreta de un tiempo o de una cultura es intocable. Toda experiencia cristiana se encuentra condicionada inevitablemente por el momento histórico pero, al mismo tiempo, lo juzga y supera. Por eso, se puede decir que Jesús más que fundador de religión fue restaurador de lo humano y superador de lo religioso.

Siempre se ha hablado en el cristianismo de la libertad frente a la esclavitud de la ley. Sin embargo, la Iglesia se ha convertido en la religión más rígidamente estructurada, en un organismo social pretendidamente perfecto.

Quiérase o no, el punto de cristalización en este proceso de esclerosis se llama jerarquía, realidad con la que llegó a identificarse toda la Iglesia: un simple carisma de servicio a la comunidad, entre otros, se erigió en “poder sagrado” (jerarquía), detector de la verdad y el poder mismo de Dios: así, mediante él, todo quedaba vinculado a la divinidad, atado y bien atado para siempre. Es la máxima perversión de lo religioso.

Retornamos al templo, a los mediadores sagrados, a los ritos intocables, a los dogmas absolutos, a las leyes y el derecho. Todo quedó congelado hasta el mínimo gesto o detalle. Hoy, la comunidad cristiana no se siente adulta ni capacitada para vivir libre y creativamente: para lo más insignificante se cree obligada a pedir permiso. En este espíritu, la Iglesia ha colonizado continentes enteros imponiendo estructuras e instituciones que ni encarnan el estilo de vida de Jesús ni responden a la idiosincrasia de cada pueblo. El secuestro de la libertad es la paralización de la vida, traición la más sustancial al evangelio de liberación. La celebración eucarística es uno de sus altos exponentes.

  • CONCLUSIÓN

En las reflexiones precedentes nos hemos limitado a examinar la situación actual: nuestras eucaristías hoy reflejan el fracaso de la Iglesia.  Bajo el peso del dogmatismo mágico hemos perdido el sentido profundo de la eucaristía y con él la esencia de la comensalidad, los símbolos que construyen la realidad cristiana.

En una segunda  parte continuaremos estas reflexiones buscándole sentido de la mesa fraterna, esa realidad básica que nos ayudará a ser más humanos.

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