¿Por qué
me hice de River?, me pregunté cuando festejábamos otra Libertadores de
América, ese miércoles que diluviaba y las aguas que bendecían las gargantas de
unos se convertían en infierno para otros inundando sus casas y desbordando sus
corazones de tristeza. La misma agua, qué ironía.
Pensando,
mi memoria fue enhebrando recuerdos y en ellos fui hurgando, buscando la
respuesta que develara el misterio, simple y humano, de ser simpatizante,
hincha de un equipo de fútbol. Tres motivos pude localizar, a saber:
Mi papá es
de Boca y mi padrino era de Independiente. Ya que los dos me querían regalar la
camiseta de sus equipos y para no contrariarlos me hice de RIVER.
Otra fue
que era un equipo que venía de una mala racha, de no salir campeón durante
muchos años y como solidaridad con “las causa perdidas” me hice de RIVER.
Pero creo
que hay una tercera y que tiene como protagonista a Mario Agustín Cejas, el
arquero de Racing. Todavía tengo en mis retinas las fotos de Goles o El
Gráfico, Agustín Mario Cejas atajando el
penal a Tarabini de Independiente. Ese partido del metropolitano de 1970 si lo
perdía Indepediente o empataba salía campeón River. El penal fue pateado tres
veces, obvio que la tercera entró y según lo leído el árbitro era un tal
Dellacasa. Es bueno aclarar que en casa no había televisor, por lo tanto, la
radio, el diario y alguna revista era la comunicación con el mundo desde San
Francisco, Córdoba; ciudad de siesta obligatoria.
El arquero
era o es llamado el portero, el guardavallas, el guardameta. Es el que custodia
los tres palos y busca que la pelota no toque la red. Su terreno de vigilancia,
dónde es el dueño, el amo y el señor, comprende dos aéreas, una chica y una
grande. Creo que fue el gran Amadeo Carrizo, a quién conocí una mañana en Villa
Devoto entrando a una casa de vinos y licores finos, uno de los grandes
innovadores en ese puesto. Después con el correr del tiempo apareció el loco
Hugo Orlando Gatti, con la famosa propaganda de la ginebra Bols que decía “quiere tener esmowing? tome ginebra Bols”.
Todos
aquellos que jugábamos de niños en los potreros del barrio y que atajábamos
–era el puesto más tranquilo, pero también el más ingrato- teníamos algunos arqueros
que eran nuestros modelos y entre los míos estaban: el gran Amadeo Raúl Carrizo
de River Plate, un tal Néstor Martín Errea que jugaba en Atlanta, el Pepe
Santoro (Miguel Ángel) del Independiente de las tribunas de tablones de madera,
Carlos Adolfo Buttice de San Lorenzo –del estadio en la Avenida La Plata, Daniel
Alberto Carnevali de Chacarita Junior y el gran Mario Agustín Cejas del Racing
Club.
En un
tiempo no lejano fui invitado a un evento social y ahí conocí al gran Mario
Agustin Cejas. Un hombre alto, delgado, con un saco blanco impecable. Ahí
estaba él, con sus dos grandes manos que observé con detenimiento. En mi mente,
en segundos fui recreando el recorrido del balón desde el pie enfundado en un sacachispas de Tarabini hasta ser contenido
por aquellas. Los saludé y por esas cosas de la vida no le pedí su autógrafo,
creo que al conocerlo y saludarlo ya se había cumplido el sueño de pibe. Me
pareció ver esa noche en su figura al Humphrey Bogart
de
Casablanca.
En estos
días festejando la cataratas de títulos internacionales que fue sumando el gran RIVER PLATE me hice la pregunta que
da origen a este texto y entre las respuestas está Mario Agustín Cejas. Hoy
seguro atajando en el cielo penales, tiros libres y todo aquello que conservaremos
en el corazón los que usábamos la imaginación y disfrutamos los relatos del
fútbol por la radio. Todavía hoy, muchas veces pongo la radio, cierro los ojos
y me parece estar escuchando la voz del gordo Muñoz y vuelo imaginariamente a
esos lugares comunes de la vida.
Los
tiempos han cambiado, el fútbol también. La infancia dejo lugar a la adultez, y
la vida da paso a la nostalgia. La nostalgia a veces nos hace soltar un
lagrimón…y como dice Pablito Milanés…el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…
Post scriptum: había un ídolo familiar que era "el” Juan Carlos
Bertone, un primo de mi papá que llego a atajar en Sportivo Belgrano de San
Francisco. Tenía un compañero en el
colegio –un curso superior- que hoy es sacerdote que atajaba en un club del barrio.
Con el tiempo descubrí que el papá era el presidente del club, el director
técnico del equipo, el aguatero y todo lo que uno se puede imaginar, y de ahí
deduzco que quién es dueño de la pelota juega dónde quiere.
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