Solamente la verdad nos hace libres y nos permite caminar hacia delante. Y es profundamente
sanador pasar de la culpa o del rencor destructores de la persona a la responsabilidad
integradora.
“¡Ay de
la rebelde y la mancillada,
la ciudad
opresora!
No ha
escuchado voz,
no ha
aceptado corrección,
en Yahveh
no confía,
a su Dios
no se acerca.
Sus jefes
en medio de ella,
son
leones rugientes
Sus
jueces, lobos nocturnos
que no
dejan hueso para la mañana siguiente.
Sus
profetas son fanfarrones, hombres pérfidos,
Sus
sacerdotes han profanado el santuario,
han
violado la ley” (Sofonías 3, 1-4)
El discípulo caminaba hacia la montaña muy
preocupado. Al llegar a la presencia de su maestro, le preguntó: “Maestro: ¿qué
es la verdad?”. Después de un largo rato de silencio, el maestro busco entre
sus cosas un espejo y suavemente lo arrojo al suelo. Cientos de pedazos
quedaron esparcidos en aquel lugar. Luego dijo: “La verdad es como este espejo,
cada pedacito contiene una parte de la ella, uno solo no es ella, y todos
juntos harán que la verdad renazca
nuevamente”.
Caminar en búsqueda de la verdad es un desafío constante.
La construcción de una relación cuya base es la verdad tiene consistencia y larga existencia.
La mentira nos sumerge en la oscuridad, en la
negación, en la inmadurez; si le
agregamos el rencor y la culpa la vida
se nos convierte en un permanente laberinto de oscuridades y
desconfianzas. Cada relación y gesto del
otro es visto desde la desconfianza. Por eso el egoísmo, los celos, la envidia
cuando anidan en el corazón nos llevan
al odio.
Cuantas veces las religiones y las ideologías,
basan sus relaciones en la mentira, el oscurantismo, en el manejo de conciencia
con la culpa, generando rencor hacia el distinto, al que no piensa igual que
nosotros. Guerras, violencia, odios y separaciones realizadas en nombre de la
verdad y de atribuciones a supuestas revelaciones divinas. Se le pone un cartel de propiedad privada al Dios
que se manifiesta en todos y para todos.
La verdad nos hará libres expreso el maestro Jesús. Porque será dar
aquello de lo profundo que tenemos como seres humanos. Porque brotará del
manantial de nuestro interior donde sale el agua de lo vivido, sentido y
experimentado.
No se puede vivir con heridas abiertas en forma
indeterminada. Buscar excusas para animarse a perdonar, a reconciliarse no nos
permite experimentar el amor como supremo bien a los que estamos llamados a
vivir.
Cuantos seres humanos viven con culpas y rencores hacia los demás. Están
sumidos y encerrados en ese dolor cuyo espiral los vuelve tristes, desolados,
sin perspectivas de volver a encontrar paz. Vivir como víctimas nos puede hacer
perder de vista la realidad que nos rodea. Si estamos agarrados a un pasado de
dolor y seguimos conviviendo con el nos
hace puede daño y no nos permite ver el futuro.
No se puede pasar como quién traspasa una puerta de
este dolor a una responsabilidad que nos ayude a integrar las heridas sufridas
a generar vínculos integradores, sanadores y fraternos. Es un proceso, y como
tal tiene su tiempo, su dolor y sus conflictos.
“Mirar al que me ha hecho daño de tal manera, que
los ojos no encuentran en él nada que perdonar. Es la mirada que transforma. Es
la primacía de la generosidad. Es el poder de la bondad. Es la esperanza para
la humanidad. Es lo divino del ser humano. Es lo humano de Dios, ¡bendito sea!
Es el Evangelio de Jesús.” (José Arregui). También vale para cada uno de
nosotros el poder mirarnos al espejo y tener la experiencia de transformar el
daño producido en nuestro interior.
Por eso debemos recurrir a diversos elementos humanos, como técnicas psicológicas
y espirituales que nos puedan ayudar cuando de corazón queremos cambiar esa
culpa ese rencor. Para que sean trasformados en encuentro, en construcción
vincular, en búsqueda de la fraternidad, en reconocimiento de la verdad.
Nuestro deseo de crecimiento personal puede generar un cambio en nuestras
relaciones vinculares, extensivo a los grupos sociales en los cuales actuamos
beneficiando a la sociedad en la desarrollamos nuestras actividades. Lo que podríamos
llamar un beneficio personal para sanar nuestras heridas se trasluce en la
apertura a los otros.
Ojalá aceptemos el desafío de escuchar la voz que
nos invita al cambio y aceptar las correcciones
para que podamos vivir en la verdad. Como el discípulo de nuestra
narración compartamos las verdades. Esto será un bien invalorable para nosotros
y un crecimiento en todos los órdenes para nuestra sociedad.
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