Dios
mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
(Poema Ajedrez de Jorge Luis Borges).
¿Qué es el hombre para que
pienses en él,
el ser humano para que lo
cuides? (Salmo 8,5)
Entonces el Señor
preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. “No lo sé”, respondió Caín.
“¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”. (Génesis 4,9)
Uno lee un texto, después otro y otro, en algún momento esos escritos se unen como las piezas de un rompecabezas. Este fin de semana me fue pasando eso, una lectura casual, pues estaba ordenando antiguos papeles, me fue llevando a otra lectura, se fueron asociando ideas y así como un ensamblado de “recortes” se fue gestando este escrito.
Aunque prefiero escribir mis propias reflexiones, también me parece bueno con algunos textos leídos ir hilvanando las palabras escritas por otros con las propias, pues permite, de esa manera, unir hilos invisibles que nos ayudan a pensar-nos, a cuestionar-nos, a dialogar.
Dice el
texto del Evangelio de Lucas que transcribo a continuación:
“8 Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen
engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: “Soy yo”, y
también: “El tiempo está cerca”. No los sigan. 9 Cuando oigan hablar de guerras
y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no
llegará tan pronto el fin». 10 Después les dijo: «Se levantará nación contra
nación y reino contra reino. 11 Habrá grandes terremotos; peste y hambre en
muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el
cielo.
12 Pero antes de todo eso, los detendrán, los
perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán
ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, 13 y esto les sucederá para que
puedan dar testimonio de mí. 14 Tengan bien presente que no deberán preparar su
defensa, 15 porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno
de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. 16 Serán entregados hasta por
sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de
ustedes los matarán. 17 Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. 18 Pero
ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. 19 Gracias a la constancia
salvarán sus vidas.”(Lc. 21,8-19).
Leyendo el
pasaje que encontramos en la Buena Noticia de Lucas me quedé pensando en
algunas preguntas que me fueron surgiendo:
¿Qué
valor tiene la cruz hoy en el 2015?
¿Qué es
dar hoy la vida por los demás?
Jesús en
la cruz ¿es signo de fracaso o de vida?
¿Qué
valor tiene la muerte mirada desde la cruz?
¿La cruz
es el fracaso de Dios?
Leyendo “El signo de la cruz. Ensayo de
confrontación trinitaria” de Xavier Pikaza me detuve en algunos de sus
párrafos que nos da luz con el fin de continuar reflexionando sobre las
preguntas que nos realizamos. Me quedé con estas tres miradas que nos regala:
“El signo de la cruz nos abre hacia el misterio de
la creatividad, interpretada como posibilidad de realización del hombre en la
entrega de su propia vida. Hay un modelo de humanismo egoísta, donde la
plenitud personal se determina en función de la capacidad de dominio sobre los
hombres y las cosas. En contra de eso, conforme al símbolo cristiano, el hombre
es sólo es dueño de sí mismo y creador en la medida en que se entrega,
convirtiendo su vida en una especie de semilla que se esparce: “si el grano de
trigo no muere…”. Sólo quien pierde su vida ofreciéndola a los otros, la
trializa y recupera. Tal es el primer rasgo de la cruz”.
“…el segundo sentido de la cruz para los hombres:
la salvación en la pequeñez. Los sistemas de este mundo intentan ofrecer la
plenitud por los caminos de la fuerza, a través de la grandiosidad de una
transformación económica que se impone al dictado de las leyes, por el cálculo
de una revolución proletaria o por la nueva dialéctica de las ideas. Pues bien,
ante la cruz eso termina en impotencia. Son incapaces de ofrecer verdadera
liberación los ideales más excelsos de la tierra, los poderes de los hombres.
Desde Cristo sabemos que la plenitud verdadera se alcanza por la gratuidad: si
Dios ha redimido a través de la impotencia del Calvario, los hombres solamente
redimirán en la impotencia de una entrega no impositiva, gratificante.
“La cruz es signo de utopía. Todos los ideales de
transformación de los poderosos terminan siendo “antiutopías”: destruyen al
hombre al encerrarle en las fronteras de una mutación impositiva que impide el
riesgo de la libertad, el gozo de la gratuidad, la alegría del juego y de la
entrega de la vida. Sólo en el amor se enciende la utopía, abierta, aquélla que
aparece vinculada a la absoluta apertura de la vida, interpretada como entrega
que se plenifica en el misterio trinitario. Sólo en la cruz de un amor ofrecido
a los demás e internamente sacrificado, puede vislumbrarse el ámino de la
realización plena del hombre”.
Continuando
en sintonía con algunos de los temas escritos en esta web y que venimos
reflexionando desde hace varios años con diferentes personas como lo es la
década del 70 en nuestro país, pensado como un tiempo signado por la violencia,
con una gran cantidad de muertes, en especial de jóvenes, pero a su vez, como
una herida que busca cerrarse de diferentes maneras, sin lograrlo, porque se
reaviva generando y sembrando odios en generaciones como las presentes que nada
han tenido que ver con esos tiempos.
Como
hombre de Iglesia me parece que nos debemos un serio debate “ad intra” que nos
puede ayudar a buscar caminos y tender puentes para que la sociedad toda
empecemos a transitar el camino del encuentro sincero. La justicia debe actuar
para juzgar sobre los acontecimientos sucedidos, aplicando la ley como
reparación humana; pero dejando a los hombres y mujeres de la sociedad
transitar el camino del encuentro que nos posibilite cerrar esas heridas que
deben transformarse en memoria esperanzadora. El perdón y la reconciliación serán
dados en base a la verdad, la justicia y el amor.
Me atrevo
a transcribir algunos planteos que nos propone el teólogo Lucio Floria, que nos
pueden ayudar a seguir reflexionando en pos de aportar elementos de unidad en
la Argentina presente.
“La década sucia. Propongo esta cuestión con motivo de la nueva afloración del recuerdo
de la violencia vivida en la Argentina durante los ‘70. Esta ya es para los
argentinos una década simbólica: la década sucia, de la violencia, de los
atentados, de los secuestros, de las bombas, de la represión desproporcionada,
de las torturas, de los desaparecidos.
Además del necesario primer momento de reflexión,
ético, jurídico, político e histórico, sugiero la necesidad de un segundo
momento de pensamiento teológico sobre ese tiempo. Se trata de realizar una
recepción teológica de esta “década-símbolo”, a la manera como lo hizo la
teología europea post-Auschwitz. La pregunta clave sería la siguiente: ¿cómo
hacer teología después de la violencia de esta década? O, más moderadamente,
¿qué cuestiones plantea al pensar teológico este tiempo, que no puede ser
olvidado bajo sospecha de angelismo o de algún tipo de ideologización
teológica?
Cuestiones para pensar. Enuncio algunas de las cuestiones que entiendo ofrecen relevancia
teológica:
1. Teología del Reino de Dios: El Reino fue
en esta época identificado con un proyecto determinado (la patria socialista de
los montoneros o la “occidental y cristiana” de los gobiernos militares). Se
puede aprender de estos violentos intentos “neo-zelotes” de apropiación del
Reino de Dios que éste no se identifica con ningún sistema político concreto,
ni con ningún partido o movimiento político (cf. Lc 21,8).
2. Teología de la historia: El dualismo que afloró
en ese tiempo (subversivos y defensores de la patria occidental y cristiana)
parece ser un epifenómeno de un dualismo más profundo en la historia argentina
(unitarios y federales, peronistas y antiperonistas, etc.). Hay una concepción
de la historia que es preciso confrontar con una teología de la historia en la
que la “ciudad de Dios” y la “ciudad del hombre” (san Agustín) coexisten.
3. Relación Iglesia-Estado: Esta década ha
confirmado la necesidad de cuidar la libertad de la Iglesia respecto de los
poderes temporales. Los tiempos revelan lo peligrosas que pueden ser ciertas
ambigüedades.
4. Teología de los derechos humanos: En el proceso
histórico analizado se dejó entrever una dificultad para asumir la realidad que
este tema comporta, tal vez, por el marco ideológico en el que nació y se
desarrolló esta temática, el liberalismo moderno. El magisterio
latinoamericano, sin embargo, ha asumido una actitud clara respecto de esta
cuestión, fundamentándola en una antropología cristiana.
5. Teología del testimonio: En tiempos de
convulsión los hechos hablan obviamente más que las palabras y eso es percibido
por la gente, aun los no-creyentes.
6. Valor de la conciencia y de la culpa: La
irrupción del peso de la conciencia moral que aparentemente reabrió el caso y
la “mala conciencia” colectiva sobre el pasado vivido permiten replantear
teológicamente la cuestión del misterio de la conciencia humana, “el núcleo más
secreto y el sagrario del hombre” (Gaudium
et spes, 16).
7. Discernimiento de los posibles estallidos de
violencia y educación permanente para la paz. El “signo de los tiempos” (cf. GS 4,11) puede ser en un momento dado
a la violencia y la injusticia; se transforma entonces en un llamado urgente a
la acción pastoral. Para la Iglesia es imperioso agudizar su mirada, parte
importante de su misión profética, así como cultivar una gran permeabilidad
para una respuesta rápida y eficaz. De allí la importancia del cultivo de la
historia que, en tiempos de paz, reflexione y eduque sobre la amenaza de una
nueva eclosión de la violencia. Hay un kairós
profético y pastoral durante la peste; hay un kairós teológico y educativo cuando ésta ha desaparecido”.
(Florio, Lucio. Para una recepción teológica de los años ’70. Mayo, 1996, N° 2174. Se puede leer el
artículo completo en www.revistacriterio.com.ar).
Aquí las
palabras que nos proponen estos teólogos para ver la dimensión de la cruz y de aquellos
temas que generan en nosotros la posibilidad de dar otras miradas a la década
más violenta que ha sufrido nuestro país.
Jorge
Luis Borges asistió una sola vez a lo que de denominó el histórico Juicio a las
Juntas Militares, impulsado por el entonces presidente Raúl Alfonsín. Después
de estar presente escribió un texto para una revista española donde muestra el
impacto que le causó lo escuchado allí. Aquí transcribo una parte de ese
relato:
“He
asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un
hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y
de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la
carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor
físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado
enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con
indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los
turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha.
No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas;
éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque
al cabo de unas “sesiones” cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal
y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales
que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero
sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes
entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes
siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno.
Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es
alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se
confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La
cárcel es, de hecho, infinita”
(Jorge Luis Borges escribió una crónica para la agencia española EFE. Se llamó Lunes, 22 de julio de 1985).¿Cómo sociedad seguiremos ese perverso juego del carcelero y el encarcelado?
¿Podremos superar las antinomias y los falsos mitos en búsqueda de crecer como sociedad? ¿Tendremos el valor de mirarnos a los ojos y reconocer que somos parte del espiral de la violencia sin sentido?
¿Podremos generar gestos de humanidad sincera y fraternidad en el espíritu para buscar la verdad?
¿Podemos saltar nuestros egoísmos para ir en la búsqueda del perdón del otro?
¿Seremos capaces de ofrecer el perdón a los otros?
¿Puede ser nuestro testimonio un gesto esperanzador de una sociedad política madura?
Más allá de las religiones, las teologías….más allá de su nombre, el que pende de la cruz es nada más y nada menos que UN HOMBRE…
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