Teoría de los Dos Demonios
no puede obliterar la necesidad de hacer
una autocrítica de la violencia en los 70.
La condena de la represión más sangrienta
que sufrió el pueblo argentino
no implica la celebración
de los crímenes de las organizaciones armadas”
(Julio Bárbaro)
Y LOS QUE RESUCITAN TIENE OTRAS RESPONSABILIDADES
Algunas
reflexiones para iniciar la autocrítica de la violencia en los años 70 en la
Argentina
Hace años
que me hago muchas preguntas sobre lo vivido en Argentina entorno a sus años de
violencia, una espiral encendida en alguna parte de la historia, que a veces se
vuelve a reavivar sin que se vislumbre un horizonte para su final.
Hace
tiempo leí el libro “Juicio a los 70. La historia que yo viví”[1] escrito por el dirigente
justicialista Julio Bárbaro. Valoro su audacia cuando habla de hacer
autocrítica de los años violentos de los ´60 y ´70, nadie lo puede acusar de
traidor, pues su honestidad fue puesta de manifiesto en incontables ocasiones.
Lo estimo – es mi opinión – como uno de los pocos peronistas reflexivo y
consecuente con sus ideas. Uno puede no acordar con sus posturas, pero sus
planteos son serios y coherentes.
El libro
es ágil, claro y escrito en un tono coloquial, con una prosa sencilla, pero que
va atrapando desde el inicio de sus páginas. Desde lo cotidiano va hilvanando
la política vivida en los turbulentos años ´70, llegando incluso hasta la
actualidad cuando dejó de ser funcionario del actual gobierno.
Dice
Ceferino Reato en la solapa de libro: “Bárbaro es valiente no sólo porque
enfoca los setenta desde el punto de vista de la responsabilidad de los jóvenes
guerrilleros en una de las grandes tragedias nacionales, sino también porque
rescata el valor de la política, la negociación y la búsqueda de consensos
frente a la tentación, tan frecuentes entre nosotros, de las armas, los
aprietes y los manejos autoritarios”.
Sus
doscientas veinticinco páginas las podemos dividir en tres capítulos cuyos
títulos son: Una crítica a las armas, La historia que yo viví y El lado
oscuro del sesentismo, con un apéndice titulado: Hagamos la política, no
la guerra.
Imaginando
que estoy charlando en un café de Buenos Aires con Julio Bárbaro, iré poniendo
sobre la mesa las preguntas personales que me vengo realizando a través de los
años y respondiendo con su texto. Preguntas realizadas en voz alta con la
intención de dejarlas abiertas para que otros también puedan dar su respuesta.
Me anima el deseo y esperanza que en algún momento de esta historia podamos
apagar ese fuego de la violencia que solamente ha servido para derramar sangre
y dolor sobre los hombres y mujeres que habitan el suelo patrio.
Como uno
de los personajes en el libro María Domecq de Juan Forn: “Sé que no
soy el único argentino en ignorar pliegues de su historia familia que remiten a
la historia nacional. Quizás allí radique una de las taras de nuestro país: que
escondamos las vergüenzas nacionales tal como se silencia una vergüenza
familiar. Quizás en todos los países es igual, y seguirá siendo así hasta que
la hagiografía sea destronada del canon escolar por una historia veraz de
las infamias nacionales: sospecho que hay más chances de amar el país si nos
enseñan de chicos las vilezas a las que fue sometido. Sin embargo, el orgullo
nacional prefiere alimentarse de proezas: así es como la idea de patria ha
terminado siendo algo tan parecido al autoengaño”
¿Para qué
sirve la autocrítica?
“Con la
memoria viene el dolor de asumir los errores cometidos para que sea posible
continuar en la búsqueda de un destino mejor. Para eso, creo, sirve la
autocrítica”.
¿Asumieron
los jefes sobrevivientes los hechos violentos que propiciaron?
“La
bravura de los jóvenes a los que ellos decían representar se revela exagerada
para la dimensión de la causa, para el nivel impresentable de los jefes
sobrevivientes. Casi ninguno de ellos reconoció su lugar en la historia: no
asumieron que las vidas inmoladas exigían un testimonio y una explicación desde
la política, no sólo, desde los derechos humanos. En otros casos la pobreza de
sus escritos es el mejor reflejo de la pequeñez de su personas: la culpa la
tuvieron otros, desde el Brujo López Rega hasta los genocidas de la dictadura,
y ellos nunca, nunca cometieron un error”.
¿Podrán
los hombres y mujeres del movimiento peronista hacerse cargo de la porción de
violencia que gestaron y generaron en el país?
“Nosotros,
los peronistas, fuimos responsables porque no encontramos los caminos
democráticos para impedir la candidatura de Isabel o acortar su mandato luego
de la muerte de Perón y porque no logramos reencauzar la fuerza revolucionaria
de cientos de miles en un camino de paz y progreso. Si no podemos entender eso
no vamos a vivir echándole la culpa al otro, y eso nos condenará a no aprender
de los fracasos y a deshonrar las vidas que se perdieron”.
¿Hay
interés en instaurar un debate serio sobre lo ocurrido en esos años de odio
fratricida?
“Pertenezco
a una generación política que no quiere heredar el odio peronismo-antiperonismo
de 1955 sino el abrazo de Perón y Balbín en 1973: una ética que se fija como
objetivo final una sociedad justa, en unidad crítica y con un destino nacional.
No logramos entroncar lo que fue la revolución soñada con este presente del
peronismo. Pero queremos poner nuestro grano de arena para dejar de vivir en
soledad por incapacidad de construir en conjunto. Para ello debemos comenzar
por aceptar que los adoradores de la violencia, lejos de incorporar lo más rico
del debate ideológico de los 70, lo clausuraron”.
¿Cómo se
comportaron los jefes y los militantes y qué puede decir de los dirigentes que
sobrevivieron? Le pregunto esto pensando en la autocrítica que hace Oscar del
Barco en su famosa carta “No matarás”[2] .
“Quien
lea a los dos personajes más rescatables que tiene la ex violencia, que son
Horacio Verbitsky y Juan Gelman, encontrará que hablan del dolor del pasado sin
esbozar una autocrítica. Los reivindico porque ambos son coherentes con su
historias, pero no han separado –y es posible hacerlo- la actitud de los que
murieron dignamente de la mediocridad nefasta de quienes jugaron con el
heroísmo ajeno. Porque el problema central de la violencia guerrillera es ése:
hubo más heroísmo en los cuadros militantes que ideas en los dirigentes Y esa
ecuación sólo puede arrojar por resultado la muerte de los mejores”
Y Ud.
Lic. Bárbaro, como protagonista de esa época, ¿es autocrítico?
“Cada uno
de nosotros, los sobrevivientes de esos años, lleva una carga de
irresponsabilidad –tanto en 1973, como en 1976 y en 1983- y una carga de
responsabilidad por 30.000 muertos. Porque los asesinaron los militares pero la
incomprensión histórica es nuestra: es culpa nuestra, pesa sobre nuestras espaldas.
En cada desaparecido hay un error de concepción de algunos de nosotros,
inclusive la frivolidad o la incapacidad de no haber sido alternativa cuando
debimos”.
¿Por qué
cree, pensando en el futuro, que es importante pasar por esa etapa de
autocrítica que todavía nos falta por parte de dirigentes e integrantes de las
organizaciones armadas que generaron o respondieron con violencia?
“Si no
hacemos una dura crítica a esa violencia suicida y todo lo que la hizo posible,
le estaremos dejando a nuestros hijos una apreciación absurda de cómo fue la
historia y, sobre todo, de cómo es posible vivir en bienestar. Porque el
compromiso no se corresponde con la gratuidad de la vida: al contrario, incluye
la madurez de buscar lo mejor entre lo posible de la vida, no es un coraje de
pancarta y muerte. Violencia rimaría, en un mal poema, con demencia. No por
nada. Los que teníamos una formación política mínima, como era mi caso, porque
me desempeñé como dirigente estudiantil desde 1963, no entramos a la
violencia”.
¿No tiene
miedo de ser acusado de enemigo por lo que piensa?
“Un cura
me acusó de trabajar para el enemigo porque en los 70 convencí a algunos de que
la violencia no era la salida. Lo encontré veinte años más tarde y me saludó.
Le ponderé que se lo veía espléndido, que había sobrevivido muy bien a sus
convicciones. Típico progresista, sigue diciendo tonterías que se escuchan con
solemne seriedad”.
¿Algunos
pudieron pensar, asimilar lo sucedido y continuar con sus principios, adaptarse
a las nuevas realidades y sin traicionarse?
“Hay
quienes, con el tiempo, pudieron razonar y, sin perder sus principios, asumir
sus errores. Sostuvieron vidas coherentes, se mantuvieron leales a la
concepción revolucionaria, siguieron cuestionando y buscando senderos
para aportar a una versión mejor del ser humano”.
Lo veo
con ganas de decir algo más, ¿Por qué hay otros que…?
“Hay
quienes nunca aceptaron discutir el pasado y se amoldaron, demostrando de ese
modo que nunca los pulió otra cosa que el afán del protagonismo.
Ésa es la
diferencia entre un militante y un aventurero. Los militantes son contados.
Hubo, lamentablemente, demasiados aventureros”.
Pero
bueno, si han reabierto los juicios a quienes participaron en la feroz
represión, esto es un avance en el camino de buscar la justicia, la reparación,
¿faltaría algo más?
“Ahora
falta que los sobrevivientes se pongan a la altura de la memoria de los
desaparecidos y formulen una explicación al pragmatismo de los militaristas que
redujo el lugar de la política hasta dejarnos a la puerta de una devastación
previsible. Condenar a los militares asesinos no puede servir de excusa para
evitar la autocrítica. Siempre que nos acercamos a algún tipo de debate en
serio, pareciera que la realidad se rebela para decirnos que eso esta fuera de lugar.
Cada vez que la conducción que sobrevive intenta recuperar protagonismo solo
lograr revivir las miserias de su falta de talento y de grandeza. ¡Es tanto más
fácil la demagogia negadora que la búsqueda de la madurez en la relación
con la sociedad! Pero, si no se intenta el camino de la autocrítica, dejamos al
margen de la cosa pública a un sector político que puede hacer su aporte al
presente”.
Lic.
Bárbaro, le quiero agradecer su tiempo, su libro es interesante porque narra su
vida, hace autocrítica, nombra personas, situaciones y hechos de la historia
reciente de la Argentina, sin esquivar el tema de la violencia.
Lo
expresado en este reportaje son solamente algunas puntas de todo lo que se
puede leer con gran avidez en sus páginas.
Su
relación con la Iglesia y con muchos de los sacerdotes de la época
lo detalla con nombres y anécdotas muy interesantes, por eso quiero poner al
final de este reportaje, la oración mencionada por usted y que pertenece al
Padre Jorge Galli[3]:
“Y ahora,
los que estamos vivos y aquí, y enteros,
después
de habernos muertos de miedo,
muertos
de vergüenza, por no estar muertos,
y
mientras otros morían de verdad,
ya tenemos
la vida de prestado.
Nuestra
vida no nos pertenece:
no somos
simplemente seres vivos,
sino que
somos resucitados,
y los que
resucitan, tienen otras responsabilidades”
[1] Julio Bárbaro, Sudamericana,
Buenos Aires, 2009.
[3] Oración pronunciada en 1978 en
la Parroquia Cristo Obrero de Pergamino
No hay comentarios:
Publicar un comentario