Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








martes, 22 de diciembre de 2015

INICIAR LA AUTOCRÍTICA ES TENDER PUENTES





“El temor a caer en la
Teoría de los Dos Demonios
no puede obliterar la necesidad de hacer
una autocrítica de la violencia en los 70.

La condena de la represión más sangrienta
que sufrió el pueblo argentino
no implica la celebración
de los crímenes de las organizaciones armadas”
(Julio Bárbaro)

Y LOS QUE RESUCITAN TIENE OTRAS RESPONSABILIDADES
Algunas reflexiones para iniciar la autocrítica de la violencia en los años 70 en la Argentina

Hace años que me hago muchas preguntas sobre lo vivido en Argentina entorno a sus años de violencia, una espiral encendida en alguna parte de la historia, que a veces se vuelve a reavivar sin que se  vislumbre un horizonte para su final.


Hace tiempo leí el libro “Juicio a los 70. La historia que yo viví”[1] escrito por el dirigente justicialista Julio Bárbaro. Valoro su audacia cuando habla de hacer autocrítica de los años violentos de los ´60 y ´70, nadie lo puede acusar de traidor, pues su honestidad fue puesta de manifiesto en incontables ocasiones. Lo estimo – es mi opinión –  como uno de los pocos peronistas reflexivo y consecuente con sus ideas. Uno puede no acordar con sus posturas, pero sus planteos son serios y coherentes.

El libro es ágil, claro y escrito en un tono coloquial, con una prosa sencilla, pero que va atrapando desde el inicio de sus páginas. Desde lo cotidiano va hilvanando la política vivida en los turbulentos años ´70, llegando incluso hasta la actualidad cuando dejó de ser funcionario del actual gobierno.

Dice Ceferino Reato en la solapa de libro: “Bárbaro es valiente no sólo porque enfoca los setenta desde el punto de vista de la responsabilidad de los jóvenes guerrilleros en una de las grandes tragedias nacionales, sino también porque rescata el valor de la política, la negociación y la búsqueda de consensos frente a la tentación, tan frecuentes entre nosotros, de las armas, los aprietes y los manejos autoritarios”.
Sus doscientas veinticinco páginas las podemos dividir en tres capítulos cuyos títulos son: Una crítica a las armas, La historia que yo viví y El lado oscuro del sesentismo, con un apéndice titulado: Hagamos la política, no la guerra.


Imaginando que estoy charlando en un café de Buenos Aires con Julio Bárbaro, iré poniendo sobre la mesa las preguntas personales que me vengo realizando a través de los años y respondiendo con su texto. Preguntas realizadas en voz alta con la intención de dejarlas abiertas para que otros también puedan dar su respuesta. Me anima el deseo y esperanza que en algún momento de esta historia podamos apagar ese fuego de la violencia que solamente ha servido para derramar sangre y dolor sobre los hombres y mujeres que habitan el suelo patrio.

Como uno de los personajes en el libro María Domecq de Juan Forn: “Sé que no soy el único argentino en ignorar pliegues de su historia familia que remiten a la historia nacional. Quizás allí radique una de las taras de nuestro país: que escondamos las vergüenzas nacionales tal como se silencia una vergüenza familiar. Quizás en todos los países es igual, y seguirá siendo así hasta que la hagiografía sea destronada del  canon escolar por una historia veraz de las infamias nacionales: sospecho que hay más chances de amar el país si nos enseñan de chicos las vilezas a las que fue sometido. Sin embargo, el orgullo nacional prefiere alimentarse de proezas: así es como la idea de patria ha terminado siendo algo tan parecido al autoengaño”

¿Para qué sirve la autocrítica?
“Con la memoria viene el dolor de asumir los errores cometidos para que sea posible continuar en la búsqueda de un destino mejor. Para eso, creo, sirve la autocrítica”.

¿Asumieron los jefes sobrevivientes los hechos violentos que propiciaron?
“La bravura de los jóvenes a los que ellos decían representar se revela exagerada para la dimensión de la causa, para el nivel impresentable de los jefes sobrevivientes. Casi ninguno de ellos reconoció su lugar en la historia: no asumieron que las vidas inmoladas exigían un testimonio y una explicación desde la política, no sólo, desde los derechos humanos. En otros casos la pobreza de sus escritos es el mejor reflejo de la pequeñez de su personas: la culpa la tuvieron otros, desde el Brujo López Rega hasta los genocidas de la dictadura, y ellos nunca, nunca cometieron un error”.

¿Podrán los hombres y mujeres del movimiento peronista hacerse cargo de la porción de violencia que gestaron y generaron en el país?
“Nosotros, los peronistas, fuimos responsables porque no encontramos los caminos democráticos para impedir la candidatura de Isabel o acortar su mandato luego de la muerte de Perón y porque no logramos reencauzar la fuerza revolucionaria de cientos de miles en un camino de paz y progreso. Si no podemos entender eso no vamos a vivir echándole la culpa al otro, y eso nos condenará a no aprender de los fracasos y a deshonrar las vidas que se perdieron”.

¿Hay interés en instaurar un debate serio sobre lo ocurrido en esos años de odio fratricida?
“Pertenezco a una generación política que no quiere heredar el odio peronismo-antiperonismo de 1955 sino el abrazo de Perón y Balbín en 1973: una ética que se fija como objetivo final una sociedad justa, en unidad crítica y con un destino nacional. No logramos entroncar lo que fue la revolución soñada con este presente del peronismo. Pero queremos poner nuestro grano de arena para dejar de vivir en soledad por incapacidad de construir en conjunto. Para ello debemos comenzar por aceptar que los adoradores de la violencia, lejos de incorporar lo más rico del debate ideológico de los 70, lo clausuraron”.

¿Cómo se comportaron los jefes y los militantes y qué puede decir de los dirigentes que sobrevivieron? Le pregunto esto pensando en la autocrítica que hace Oscar del Barco en su famosa carta “No matarás”[2] .
“Quien lea a los dos personajes más rescatables que tiene la ex violencia, que son Horacio Verbitsky y Juan Gelman, encontrará que hablan del dolor del pasado sin esbozar una autocrítica. Los reivindico porque ambos son coherentes con su historias, pero no han separado –y es posible hacerlo- la actitud de los que murieron dignamente de la mediocridad nefasta de quienes jugaron con el heroísmo ajeno. Porque el problema central de la violencia guerrillera es ése: hubo más heroísmo en los cuadros militantes que ideas en los dirigentes Y esa ecuación sólo puede arrojar por resultado la muerte de los mejores”

Y Ud. Lic. Bárbaro, como protagonista de esa época, ¿es autocrítico?
“Cada uno de nosotros, los sobrevivientes de esos años, lleva una carga de irresponsabilidad –tanto en 1973, como en 1976 y en 1983- y una carga de responsabilidad por 30.000 muertos. Porque los asesinaron los militares pero la incomprensión histórica es nuestra: es culpa nuestra, pesa sobre nuestras espaldas. En cada desaparecido hay un error de concepción de algunos de nosotros, inclusive la frivolidad o la incapacidad de no haber sido alternativa cuando debimos”.

¿Por qué cree, pensando en el futuro, que es importante pasar por esa etapa de autocrítica que todavía nos falta por parte de dirigentes e integrantes de las organizaciones armadas que generaron o respondieron con violencia?
“Si no hacemos una dura crítica a esa violencia suicida y todo lo que la hizo posible, le estaremos dejando a nuestros hijos una apreciación absurda de cómo fue la historia y, sobre todo, de cómo es posible vivir en bienestar. Porque el compromiso no se corresponde con la gratuidad de la vida: al contrario, incluye la madurez de buscar lo mejor entre lo posible de la vida, no es un coraje de pancarta y muerte. Violencia rimaría, en un mal poema, con demencia. No por nada. Los que teníamos una formación política mínima, como era mi caso, porque me desempeñé como dirigente estudiantil desde 1963, no entramos a la violencia”.

¿No tiene miedo de ser acusado de enemigo por lo que piensa?
“Un cura me acusó de trabajar para el enemigo porque en los 70 convencí a algunos de que la violencia no era la salida. Lo encontré veinte años más tarde y me saludó. Le ponderé que se lo veía espléndido, que había sobrevivido muy bien a sus convicciones. Típico progresista, sigue diciendo tonterías que se escuchan con solemne seriedad”.

¿Algunos pudieron pensar, asimilar lo sucedido y continuar con sus principios, adaptarse a las nuevas realidades y sin traicionarse?
“Hay quienes, con el tiempo, pudieron razonar y, sin perder sus principios, asumir sus errores. Sostuvieron vidas coherentes, se mantuvieron leales a la  concepción revolucionaria, siguieron cuestionando y buscando senderos para aportar a una versión mejor del ser humano”.

Lo veo con ganas de decir algo más, ¿Por qué hay otros que…?
“Hay quienes nunca aceptaron discutir el pasado y se amoldaron, demostrando de ese modo que nunca los pulió otra cosa que el afán del protagonismo.
Ésa es la diferencia entre un militante y un aventurero. Los militantes son contados. Hubo, lamentablemente, demasiados aventureros”.

Pero bueno, si han reabierto los juicios a quienes participaron en la feroz represión, esto es un avance en el camino de buscar la justicia, la reparación, ¿faltaría algo más?
“Ahora falta que los sobrevivientes se pongan a la altura de la memoria de los desaparecidos y formulen una explicación al pragmatismo de los militaristas que redujo el lugar de la política hasta dejarnos a la puerta de una devastación previsible. Condenar a los militares asesinos no puede servir de excusa para evitar la autocrítica. Siempre que nos acercamos a algún tipo de debate en serio, pareciera que la realidad se rebela para decirnos que eso esta fuera de lugar. Cada vez que la conducción que sobrevive intenta recuperar protagonismo solo lograr revivir las miserias de su falta de talento y de grandeza. ¡Es tanto más fácil  la demagogia negadora que la búsqueda de la madurez en la relación con la sociedad! Pero, si no se intenta el camino de la autocrítica, dejamos al margen de la cosa pública a un sector político que puede hacer su aporte al presente”.

Lic. Bárbaro, le quiero agradecer su tiempo, su libro es interesante porque narra su vida, hace autocrítica, nombra personas, situaciones y hechos de la historia reciente de la Argentina, sin esquivar el tema de la violencia.
Lo expresado en este reportaje son solamente algunas puntas de todo lo que se puede leer con gran avidez en sus páginas.
Su relación con la Iglesia y  con muchos de  los sacerdotes de la época lo detalla con nombres y anécdotas muy interesantes, por eso quiero poner al final de este reportaje, la oración mencionada por usted y que pertenece al Padre Jorge Galli[3]:

“Y ahora, los que estamos vivos y aquí, y enteros,
después de habernos muertos de miedo,
muertos de vergüenza, por no estar muertos,
y mientras otros morían de verdad,
ya tenemos la vida de prestado.
Nuestra vida no nos pertenece:
no somos simplemente seres vivos,
sino que somos resucitados,
y los que resucitan, tienen otras responsabilidades”


[1] Julio Bárbaro, Sudamericana, Buenos Aires, 2009.
[2] Dicha carta se puede encontrar en http://70veces7.info
[3] Oración pronunciada en 1978 en la Parroquia Cristo Obrero de Pergamino

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