La lluvia caía constante sobre
la vereda, la mujer miraba a través del vidrio de la ventana. La lluvia no
cesaba. La mujer estaba ahí mirando mientras el humo del cigarrillo invadía la
habitación. La gente caminaba protegiéndose de la lluvia con pilotos de colores
oscuros y paraguas de colores vivos. El cielo estaba casi oscuro. La mujer
giraba sus ojos de un lado hacia el otro. La continuidad de su expresión dejaba
una sensación de estar esperando a alguien o tal vez algo. Quizás esperaba un
mensaje. Una llamada telefónica o un golpe en la puerta. Nada de eso sucedía
mientras ella estaba observando. No muy lejos de ahí el mar se notaba
embravecido.
Las olas se agitaban y pegaban muy fuerte sobre las piedras,
volvían a replegarse y a realizar en forma incesante el mismo movimiento.
Él observaba
desde el torreón el barco que salía hacia alta mar. Conocía el nombre de ese
barco porque lo había abordado tantas veces en su vida. Su rostro denotaba la
vejez que contrastaba con su jovial espíritu. El humo que salía de la pipa
recorría la pequeña habitación de ese lugar inexpugnable. Hacía tiempo que
había decidido vivir allí.
Ella levantó la vista y pudo ver a lo lejos el
torreón. Conocía historias sobre ese lugar, se las habían contado sus padres y
tías cuando era pequeña. Ya era adulta y pensó que esas historias de fantasmas,
muertos y aparecidos eran para no llevarla cuando ella quería ir hasta el
torreón.
Él pensaba en las historias de fantasmas, muertos y aparecidos que
escribía y otros leían. Ella un día cualquiera
entró a la librería y se encontró
con el libro de él. Esa noche lo leyó de un tirón. Cuando el teléfono sonó tres
veces, ella apagó el cigarrillo, se puso el piloto beige, un pañuelo azul en el
cuello y el gorro gris de lana en su cabeza. Salió caminando hacia el mar.
La
continuidad de los pasos simples y serenos denotaba que no había apuro. La lluvia
ahora pegaba sobre ella.
Él seguía mirando a lo lejos, cada tanto recargaba la
pipa con tabaco. Ella se detuvo cerca del espigón, podía oír las olas chocar
con violencia contra ese entramado de piedras, hierros y maderas. Él ya no
podía ver el barco que se había perdido en la lejanía de ese mar.
Ella quiso ir
a conocer esas historias que le contaban cuando era pequeña.
Se encontraron en
ese espacio donde la continuidad de los hechos testimoniaba que se habían
conocido desde siempre.
Sergio Dalbessio
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