Reinaldo estaba mirando
televisión en el living cuando Celmira le alcanzó la revista que venía con el
diario del domingo y le agregó que había en ella tres cuentos que quizás le
gustaría leer. Sin mucho entusiasmo, Reinaldo ojeo los nombres de los cuentos y
los autores, y dejó la revista sobre la mesita ratona y siguió viendo la
película. Luego agarró la revista dejándola esta vez sobre la mesa del comedor.
Al día siguiente Reinaldo volvió a ver la revista y sí estaba vez se sentó a
leer los cuentos. El primer cuento era de Paul Auster y se titulaba “El cuento
de Navidad Auggie Wren”. Le gustó lo leído y lo
recomendó por redes sociales, y a algunos colegas y conocidos se los
contó cambiando palabras y situaciones, pero manteniendo el espíritu del cuento
navideño. Luego leyó el otro cuento que era de Bradbury y cuando comenzó la
lectura del texto de Truman Capote se dio cuenta en el cuarto párrafo que ya lo había leído y lo
abandonó junto a la revista sobre su escritorio.
Reinaldo, unos días después,
comenzó garabatear su propio cuento navideño, y recordó aquel pequeño juguete
que era una esfera de vidrio en cuyo interior contenía agua, unos copitos que
hacían de nieve, unos renos con Papá Noel y un paisaje que aparece ahora
desdibujado en su memoria. Se vio moviendo esa esfera cientos de veces y
mirando como el agua se mezclaba con la nieve y daban vida a esos renos y al
Papá Noel. Su mente se fue escapando a esa época de la infancia donde la Navidad
era misterio y se esperaba el milagro de la nochebuena que era encontrar en la
mañana de Navidad junto al arbolito el regalo pedido a Papá Noel. Algunos años
ese regalo era lo que le había pedido, en otros era algo que se necesitaba y en la mayoría de las veces era Papa Noel quién
dejaba el regalo que él deseaba, eso explicaban los padres cuando los hijos
preguntábamos porque no nos trajo lo que pedimos en la cartita que depositamos
en la urna que estaba en la juguetería de los Lamberti en la Avenida 25 de
Mayo.
Esa magia en el misterio se
fue disipando con el paso de los años pero volvió cuando los hijos de Reinaldo y Celmira eran
pequeños, luego con el paso del tiempo se volvió a esfumar y nuevamente, como
una especie de ave fénix de la felicidad, renació cuando tuvieron a su primer
nieto.
Motivado por el cuento de Auster,
Reinaldo pensó que podría contar sobre la navidad algo que no tuviera relación
con la infancia. Recordó que el día anterior había estado en el kiosco que
atendían Erminada y Esteban. Mientras Esteban sacaba las fotocopias, Erminda
que le gustaba hablar y mucho, le contó la historia del linyera que paraba
frente a las monjas francesas quienes viven en una casa pequeña al lado de lo
que antes era su capilla y con el tiempo se transformó en un hospital. El señor
que cuidaba autos durante todo el día tenía su historia, como todos los
mortales la tenemos. Según Erminda, él dijo que tenía dos hijas, que había
estado preso y su mujer encerrada en una clínica por problemas mentales. Que
luego de salir de la cárcel, donde estuvo poco tiempo, por un delito menor se afincó en ese lugar. Siguió
narrándome Erminda que todos los día le traía parte de lo que recaudaba
limpiando y cuidando autos a Esteban, quién le guardaba ese dinero en una
cajita. El dinero que iba guardando era porque una de sus hijas estaba por
cumplir quince años justo el día de Navidad y quería invitarla a desayunar como
regalo de cumpleaños. Contaba que sus hijas podían estudiar en un colegio
privado porque los curas las habían becado. Cuando Esteban se acercó y me dio
las fotocopias que ya había abonado nos despedimos deseándonos una buena navidad para toda la
familia y un próspero año nuevo.
Cuando Reinaldo resbaló en
esa escalera caracol que estaba mojada y fue descendiendo los quince escalones
sin poder agarrarse lo único que pensaba era no golpear su cabeza. Llegado al
final de esa caída con dificultad se pudo levantar y notó un dolor en su
espalda y en la rodilla izquierda de la cual vio que manaba un poco de sangre.
Caminando hacia su casa
pensó que había nacido de nuevo, que Dios le pediría algo grande por el milagro
de estar vivo y que también tenía que terminar el cuento de Navidad que había
empezado en su corazón pero que todavía no había escrito.
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