MÁRTIRES
RIOJANOS
Dentro
de unos días se llevará a cabo la beatificación de los llamados “mártires
riojanos” por ocurrir su muerte martirial en la provincia de La Rioja,
República Argentina. Los actos y la gran variedad de eventos sociales que se
vienen llevando a cabo desde hace un tiempo, tanto de las organizaciones
eclesiales como otras no ligadas a lo estrictamente eclesial, culminarán con la
celebración litúrgica, epicentro que los elevará a los altares con el nombre de
beatos, pudiéndose rendirles culto oficialmente.
Deseo reflexionar
sobre algunos puntos que fueron surgiendo en estos años sobre el tema de
nuestros mártires y santos vernáculos. La palabra “reflexión”nos permite
confrontar –estar de acuerdo o disentir- con otras ideas, pensamientos y posturas
enriqueciendo lo que se masculla con el cerebro y el corazón. Parto de la palabra
mártir: “Es el testigo. O sea la persona que muere o padece por defender
opiniones ideas o creencias religiosas” dice el diccionario de la RAE.
Deducimos y sabemos que los cuatro mártires –en diferentes circunstancias y
formas- sufrieron muerte violenta por anunciar a Jesús, dar testimonio de él,
ser fieles a la Iglesia. Sus opciones y acciones los llevaron a que otras
personas se ensañarán con ellos y les dieran muerte.
El reduccionismo religioso
nos ha llevado a pensar a muchos que lo más emblemático es la frase “Con un
oído en el pueblo y el otro en Evangelio” frase expresada por Monseñor Angelelli. Digo la
palabra “reduccionismo” en el sentido de perder de vista la vida las opciones y
acciones, las palabras y los gestos de las personas que no buscaron el martirio
sino que se encontraron con esa muerte violenta –aunque podían presentirla y
sentirla y hasta recibir amenazas constantes- por fidelidad a Dios y a su Palabra.
He
querido reparar, además de lo ocurrido en La Rioja, en dos martirios que de
diversa manera he sentido cercanos.
El
primero es el de los cuatro Hermanos Maristas asesinados en el año 1996 en lo
que se conoce como la masacre de Ruanda y Zaire. Hermanos religiosos que
trabajaban enseñando y alentando la vida en un campo de refugiados. Ellos
encontraron allí la muerte violenta por ser fieles al Evangelio. El diario
personal del hermano Miguel Ángel Isla, encontrado entre restos de sangre y el desorden
realizado por los asesinos, sirve de base para un excelente libro que
recomiendo: El silencio de Dios –diario
de un misionero mártir- de Santiago Martín, donde se narra la historia de
ellos, su servicio, su mensaje y su decisión de no abandonar el lugar.El hermano
Julio –español, uno de ellos- que se podría haber quedado a vivir en España
dijo antes de su partida “Sé que podría haberme quedado en España, sé que no
soy un héroe pero siento que tengo que ser consciente con lo que Dios me pide
en estos momentos”. El 31 de octubre de 1996 cerca de las 20 horas los cuatro
fueron asesinados.
Mártires
de la fe, su martirio fue la consecuencia de ser profetas en un campo de
refugiado. Las organizaciones internacionales en ese campo hacían lo que podían
o miraban a veces hacia el costado.Ellos tenían claros indicios de que eran
perseguidos pero su opción fue quedarse. El mártir tiene un pensamiento y una
acción y esto trae aparejada una consecuencia porque molesta e interpela a
otros. Sus palabras y gestos son un aguijón que se clava en la conciencia y el
corazón de aquellos que lucran con la vida humana. Su sangre derramada riega
las semillas que crecen generando nuevas vidas.
Otro
martirio ocurrido en Argelia, en marzo de mil novecientos noventa y seis, donde
siete monjes del Monasterio Nuestra Señora de Atlas, Tibhirine luego de ser secuestrados
por un grupo islámico –que se adjudicó la autoría- fueron asesinados.
Su
trabajo con la comunidad era intenso, comprometido y ejemplar. Pudieron irse
del lugar, lo rezaron y lo dialogaron y luego después de un tiempo -a pesar de
las amenazas y de los hechos concretos de violencia que sufrieron- decidieron
quedarse con su gente. Expresaba el superior Christian de Chergé “Orante en
medio de un pueblo de Orantes”.
Vemos
religiosos, educadores en un campo de refugiados y otros religiosos, monjes
orantes, viviendo en un barrio y asistiendo a sus hermanos que profesan el
Islam, ambos comprometidos con su realidad y sufriendo el martirio.
En el entierro
de Gabriel y Carlos decía el obispo Angelelli “¡Sacúdelos por dentro, jSeñor!
¡Que la sangre de Gabriel y de Carlos los golpee en el corazón y la mente, para
que se conviertan a Dios, sean buenos hombres, buenos hijos de Dios y buenos
hermanos con sus hermanos! Este es el mejor regalo que les podemos hacer, y se
lo hacemos en nombre de la diócesis: a los que instigaron y a los que
ejecutaron las muertes de nuestros queridísimos Gabriel y Carlos” (Homilía del
Obispo Angellelli del 22 de julio de 1976 en el entierro de Gabriel y Carlos.
Mensajes de Monseñor Angelelli, Pastor y Profeta).
Es
bueno y necesario leer las homilías y escritos del mártir Angelelli. En ellas
alienta a las comunidades a vivir fraternalmente, denuncia las injusticias pero
por sobre todo es fiel a su ministerio de obispo que lo ve ligado a la Iglesia
loca y universal. Predica la Palabra de Dios, no su palabra. Por eso digo al principio
reduccionismo, ya que creo que muchas personas –quiero creer bien
intencionadas- levantan frases estereotipadas o bien son frutos de un álbum
inconcluso. Palabras y hechos que solamente generan confusión y pareciese que
los mártires fueron motivados más por opciones ideológicas o políticas partidarias
y no por la fe, generando lo que se llama vulgarmente “llevar agua para mi
molino”.
No
puedo dejar de pensar que el martirio ocurre en un tiempo histórico determinado,
atravesado por las circunstancias políticas, sociales, económicas, religiosas,
etc., que sucedieron en ese espacio territorial. Por eso he querido poner en
sintonía a estos tres martirios que ocurrieron en tiempos y lugares diferentes,
pero que tenían un denominador común que era la fidelidad a Dios en el servicio
a los hermanos cercanos, más allá de las creencias o increencias que cada
pudiera profesar.
En el
caso concreto el martirio de los cuatro sucedió entre el 18 de julio y el 4 de
agosto del año 1976, imperando en nuestro país lo que se ha denominado “Proceso
de Reorganización Nacional” o también “la última dictadura militar” que los
argentinos vivimos con las consecuencias conocidas y padecidas por todos sus
habitantes.
Aunque
la fotografía martirial está en ese tiempo espacial no podemos dejar de
analizar los tiempos precedentes, el espiral de violencia –que nunca sabremos
su inicio pero que podemos decir desde que Caín mató a Abel- se fue gestando
hasta llegar a asestar golpes de muerte y dolor sobre mujeres y hombres de
nuestra patria. Pienso en la gran labor realizador por Monseñor Carmelo
Quiaquinta en la búsqueda de la verdad sobre el asesinato de los mártires
riojanos. La cantidad de viajes, entrevistas, charlas y las cajas, carpetas y
papeles acumulados en su habitación allí en el Seminario Metropolitano de la
calle José Cubas. El encargo del entonces Cardenal Bergoglio lo cumplió con la
meticulosidad de un artesano a quién le interesaba llegar la verdad. Estaba
preparando los seminarios sobre los mártires, además de comprometerse a alentar
y estimular el perdón y la reconciliación entre los argentinos cuando la Pascua de su vida lo sorprendió.
En
diversos momentos de nuestra historia he visto que muchos se quieren “apropiar”
y hasta veces “distorsionar” el verdadero y profundo sentido del martirio. Esta
apropiación y distorsión es tanto para los que profesamos la fe dentro de la
Iglesia Católica y para aquellos que hacen un uso ideológico y partidario de
los mismos.
Ojalá
que podamos ir a las fuentes de los escritos y testimonios para no aventurar
conjeturas e interpretar de manera errónea la vida, los gestos, las actitudes,
las palabras de los que siendo fieles al Evangelio pagaron con su propia vida
la coherencia y el amor a la Iglesia. El camino de la Iglesia es recorrer el
camino del ser humano, ellos podemos decir que captaron el mensaje del Maestro
Jesús.
Los
deseos de Jesús y de los seguidores, hablando en este escrito de los mártires,
no fue ser venerados, sino que podamos tomar conciencia de las injusticias que
vivimos a diario y podamos realizar un cambio que nos incluya a todos. Por eso
sentí gozo y esperanza cuando hablando con un amigo sacerdote sobre el libro “Los mártires riojanos, esperanza para la
Argentina contemporánea” de Pablo N. Pastrone me dijo: “Creo que pudo
rescatar y ahondar en la espiritualidad de los mártires, es un libro para orar
el martirio”.
Que la
Iglesia Argentina toda pueda estar a la altura de los mártires. Que su sangre
sea riego para la búsqueda de consensos, justicia, misericordia, perdón,
reconciliación, fraternidad y fidelidad al Evangelio.
Sergio
Dalbessio.
1 comentario:
Excelente texto!
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