Parafraseando a Publio Terencio Africano diré que: Soy hombre y por lo tanto nada de lo humano y de todo ser viviente que viva en la tierra y en el universo me es indiferente y ajeno a mi vida.
Como dijo Anaxágoras: Todo tiene que ver con todo.








jueves, 26 de julio de 2012

A Miguel Ramondetti, militante de la vida


La partícula cósmica que navega en mi sangre
es un mundo infinito de fuerzas siderales.
Vino a mí tras un largo camino de milenios
Cuando, tal vez, fui arena para los pies del aire.

Y así voy por el mundo, sin edad ni destino.
Al amparo de un Cosmos que camina conmigo
Amo la luz, y el río, y el silencio y la estrella.
Y florezco en guitarras porque fui madera.

Tiempo de Hombre (Atahualpa Yupanqui)


MIIGUEL RAMONDETTI


En estos días estuve pensando en su figura simple pero llena de luces que podía iluminar en este momento crítico que vivimos como país.
A Miguel lo conocí en la Casa de Beba, una amiga en común, durante un almuerzo. Departimos sobre libros, ideas y el momento histórico que vivíamos en nuestro país.
Esto ocurrió hace aproximadamente nueve años.
Nos comentó que estaba leyendo uno de los volúmenes del libro: “La voluntad” y nos hizo algunos cometarios críticos del mismo. Él no era solamente un testigo privilegiado de los años 60 y 70, sino un actor calificado además de constructor y hacedor de un país diferente. Tuvo la enorme valentía de estar en el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y la gran responsabilidad de ser su secretario general.
Junto a María Esther, compañera fiel e inseparable, nos contó su breve paso por París, lugar que no les gustó demasiado. Escuchando sus corazones latinoamericanos se fueron para Nicaragua donde la triunfante Revolución Sandinista resistía a los contras financiados por el imperio norteamericano. Allí tenía su trabajo como cualquier vecino del pueblo. Trabajó como obrero electricista en la hermosa Estelí, y luego fue el responsable del mantenimiento de una escuela de agricultura. Sintió como cada día el sonar de la campana del pueblo anunciaba la llegada de hombres, especialmente jóvenes, que habían muerto en combate defendiendo su tierra, sus ideales y su revolución. Como signo de gratitud escribía Miguel “considero un privilegio enorme haber vivido en Nicaragua durante cinco años”.
La segunda vez que me encontré con él fue en la misma casa. Miguel venia renovado del Primer Foro Mundial de Porto Alegre, nos contó su experiencia y sus vivencias con un entusiasmo juvenil, haciendo carne en su vida, en sus palabras el tema de ese primer encuentro internacional: “Otro mundo es posible”.
Desde hace tiempo sus infaltables correos electrónicos que diariamente recibía me iban hablando de los cambios que se iban produciendo en el mundo. No guardaba las noticias para sí, las distribuía. Era un gran comunicador de las pequeñas revoluciones que se hacen diariamente. Militante en el sentido pleno de la palabra.
Sus artículos profundos, incisivos, con una amplia bibliografía actualizada nos hablan de un Miguel responsable, consciente, sesudo en el análisis de las ideas. Ramondetti fue un auténtico intelectual que estuvo junto a su gente sencilla del barrio sin descuidar también de estar junto a los grandes pensadores.
Como fruto de todas esas reflexiones nos quedó un libro titulado “¿Qué mañana…?”- En ese libro cuenta experiencias, enciende polémicas, realiza análisis y nos deja un mensaje de esperanza cuando expresa: “Globalizar la resistencia se debe constituir en la bandera que nos identifique a todos, superando diferencias, en un nuevo tipo de internacionalismo, el de los excluidos del siglo XXI…”.
Su gente de Villa Bosch, su trabajo en ATTAC, la imprenta, las charlas y los encuentros fueron llenando estos años de vida, luego de su regreso a nuestra tierra.
Admiré el respeto, el afecto y la fidelidad de María Esther hacia Miguel, y viceversa, que me hace decir con el poeta: “en la calle codo a codo fueron muchos más que dos”.
Se fue un amigo, un referente, un luchador, un soñador, un hombre. Nos queda su testimonio, su legado, sus ideas, sus pasos de militante a seguir. En este tiempo, de mezquindades, de egoísmos, Miguel nos señala un camino simple pero contundente: el de la solidaridad y la coherencia. Esa coherencia que tuvo hasta el final de sus días: nunca usufructuó de un privilegio y el testimonio final es la donación de su cuerpo a la facultad de Medicina, fruto de un dar sin medida.
Podría llenar hojas y hojas hablando de Miguel, pero quiero terminar con sus palabras. “Síntoma diversos nos permiten avalar la tesis de estar en presencia de un momento histórico postulador de grandes cambios, precursores del nacimiento de una nueva cultura y una nueva civilización, capaces de posibilitar el desarrollo coherente y racional de la especie humana, en un plantea generoso, perfectamente apto para que esto siga sucediendo”.
Simplemente gracias compañero Miguel.

Sergio Dalbessio

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