Miguel Ramondetti |
Parafraseando a Morris West y tomando un pensamiento de sus escritos
podía decir que en mi caminar de 48 años en la Iglesia he conocido a unos pocos
santos, a una serie de mutilados emocionales, a algunos estudiosos brillantes,
a un elevado número de hombres tan comunes y corrientes como yo mismo, y a un
reducido grupo de personas maliciosas, pero también conocí, vi y experimenté la
existencia de (los) Miguel (es) Ramondetti (s).
Estos últimos son aquellos hombres (mujeres y varones) que viviendo y
formándose dentro de la institución iglesia la pueden trascender, vuelan más
alto que los demás, no se quedan picoteando en el derecho canónico, en las
puntillas litúrgicas, en los sacrificios y ayunos, en las luchas inútiles por
los puestos y títulos.
Sus miradas se elevan hacia el sol, de él toman fuerzas, y el impulso
dado a sus vidas hacen que puedan ver mucho más allá, esa mirada se centra en
el ser humano de carne y hueso, en la cotidianeidad del varón y de la mujer.
Todos vivimos alegrías y tristezas,
momentos en que nos podemos jugar por una idea y decaemos cuando la misma se
diluye, en que somos agua y tierra,
barro, fragilidad y también fuerza, locura y entrega.
Miguel fue como un cóndor lleno de vida, llevado por la fuerza de dos
alas que fueron pilares en su vida y que nos dejó como legado cuando se fue en
silencio: la libertad y la justicia.
Miguel pudo descubrir aquello que está reservado para los que ven lejos,
aquellos que tienen ojos que traspasan el ritualismo y las teologías, pudo ver
el Misterio, ser hombre fiel a ese Misterio y descubrir el meandro del
Evangelio, ese centro de gravedad que cambió la historia: el respeto sublime
por el otro y por la libertad de conciencia.
El gozo y la esperanza en un mundo de mayor justicia, de más respeto por
la dignidad de cada ser humano y de cada
ser viviente de este planeta, de una necesaria distribución económica justa y
equitativa y de un acceso a los bienes
en formar igualitaria, son razones que latían permanentemente en su corazón.
Que el pan, el trabajo, la educación, los bienes culturales, la
vivienda, la tierra para trabajarla y disfrutarla sea una oportunidad para
todos, de eso se trata el “sean fecundos y multiplíquense” bíblico que él
diariamente ponía en práctica.
Podemos decir gracias por la existencia de Miguel, por su testimonio,
por su claridad, por su vida y su entusiasmo, sigue siendo un guía en estos tiempos
difíciles pero lindos para la creatividad, y también por desafiarnos a seguir
escribiendo otros evangelios (otras buenas noticias).
Desde el lugar del cosmos donde ahora esté Miguel nos sigue soplando su
aliento constante a la lucha, a no descuidar, a no desesperar, a ir donde el
Espíritu nos lleve, a estar abiertos al misterio, a recorrer el camino del ser
humano.
Compañero y militante de la vida, de las luchas diarias, sencillas,
pobres pero necesarias y ricas porque son las que alimentan la victoria final.
Hasta siempre Miguel.
Sergio Dalbessio
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